Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


Mostrando postagens com marcador dostoievsky. Mostrar todas as postagens
Mostrando postagens com marcador dostoievsky. Mostrar todas as postagens

09/05/2011

La Vorágine (pero reflexiva)


El amor, el número elegido y el
 futuro respiran lo mismo: azar.
Esta es la última insistencia. Lo prometo (y me lo impongo, para dejar espacio a otras obsesiones, como la de ese corazón lleno de sombras que cuenta el viejo Conrad, que me espera en los próximos posts...). Esta última insistencia, en realidad, fue, en realidad, el único motivo de traer al Dostoievsky de El Jugador a este prescindible blog. Lo que tanto me llamó la atención de su lectura -y que no cesa con la actual consulta- es la narración de aquello que padece y reproduce el protagonista: una adicción. Pero no quise nunca pensarla en clave psi (sea propiamente clínica o de la barata), sino en términos tal vez más generales, esto es, del modo en que vemos (padecemos) un yugo, una recurrencia, una condena -persistente, pero que, sin embargo, nos permite convivir con ella si le concedemos sus rituales- y que puede acontecer en el juego, en los tóxicos, en las costumbres -incluso muchas socialmente aceptables- o en los modos que tenemos o carecemos a la hora de enfrentar acontecimientos en nuestras vidas. Lo importante es que están ahí, como un objeto vivo dentro nuestro o como un ser interior que nos impulsa en momentos o por épocas, a actuar según sus pocas posibilidades (porque esos yugos, son persistentes en sus apariciones, aparentan tener muchas caras, pero en realidad nos llevan a dos o tres situaciones -- tal vez sea eso mismo lo que esclaviza).

Pero esto no es lo único que encontré en esa nueva consulta. También me crucé con algunas ideas interesantes acerca de algunas implicancias del comercio y algunas del juego, del modo de ser ruso, de las similitudes que tiene el amo que el protagonista soporta en la ruleta con un amor no (tan) correspondido, la hipocrecía que flota en el ambiente.


Sobre la codicia, y los modos de saciarla: 
[reflexionando acerca del jugar y su primera experiencia en frente a una ruleta] por ridícula que pueda parecer esa confianza en la ruleta, me parece todavía mucho más risible la opinión vulgar que estima absurdo el esperar algo del juego. ¿Es que es peor el juego que cualquier otro medio de procurarse dinero, el comercio, por ejemplo? Verdad es que de cien individuos, uno solamente gana, pero... ¿Qué importa eso? 


Sobre la  honestidad en lo deseado:
En primer lugar, todo me pareció sucio y repugnante. No hablo de la expresión ávida e inquieta de aquellos rostros que, por docenas, por centenares, asedian el tapete verde. No veo absolutamente nada sucio en el deseo de ganar de prisa la mayor cantidad posible. Siempre me ha parecido absurda la idea de un moralista rentista que al argumento de que "se jugaba flojo" contestó: "Tanto peor, puesto que se obedece entonces a un deseo mezquino y se gana menos". Como si la avidez no fuese siempre igual, cualquiera que sea el objeto [...] Como experimentaba un vivo deseo de ganar, un ansia, ese pecado general si se quiere, me era familiar en el mismo momento de entrar en la sala. Nada tan encantador como no hacer ceremonias, como conducirse abiertamente y con desenfado. Además ¿para qué censurarse a sí mismo? ¿No es la ocupación más vana e inconsiderada? Lo que no gustaba, a primera vista en esa reunión de jugadores, era su modo respetuoso de proceder, la seriedad y la deferencia con que todos rodeaban el tapete verde. He aquí por qué existe una precisa demarcación entre el juego llamado de mal género y el que es permitido a un hombre correcto. 

Juego caballerezco vs. Juego plebeyo (*):  
Hay dos clases de juego: uno para uso de los caballeros; otro plebeyo, rastrero, propia para la plebe. La distinción se halla aquí bien expresada; pero en el fondo ¡qué vileza hay en esta pasión! Un caballero, por ejemplo, arriesga cinco o diez luises, raramente más -si es rico llegará hasta los mil francos-, pero los arriesga por amor al juego, sólo por placer. Se proporciona el placer de la ganancia o la pérdida (...) en ningún caso obedecerá al plebeyo deseo de ganar.

Sobre lo relativo que nos rodea:
Todo es relativo en este mundo. Lo que es mezquino para Rothschild es opulento para mí, y en lo que refiere al lucro y a la ganancia, no es solamente en la ruleta, sino en todas las cosas, donde los hombres procuran enriquecerse a costa del prójimo. Otra cosa es saber si el lucro y el provecho son viles en sí mismos...  

Sobre la vorágine, propiamente dicha:
1- Como mandato ajeno: En lo que se refiere a mis convicciones morales íntimas, no pueden, naturalmente, encontrar sitio aquí. He de manifestarlo así tan sólo para descargo de mi conciencia. Anotaré, sin embargo, que desde hace cierto tiempo experimento una viva repugnancia a aplicar a mis actos y a mis pensamientos un criterio moral, sea el que sea. Experimenté otro impulso distinto (...) Empezaba a jugar por cuenta ajena (...) [me causaba] una sensación mórbida, unicamente para terminar cuanto antes (...) en lo sucesivo, no jugaría más por cuenta de ella (...) -"Así, persiste usted en creer que la ruleta es su única probabilidad de salvación?" -preguntóme con tono zumbón. Afirmé, con gran seriedad, que así lo creía.

2- Como única salida: Vivo, naturalmente, en perpetua inquietud, juego pequeñas sumas y aguardo algo que no sabría explicar (...)  Me quedaba el recurso de acudir a la ruleta y jugar una sola vez... Si la suerte me favorecía, por poco que ganase, podría continuar jugando; si perdía, me vería precisado a volver a mi condición de criado, si no encontraba algún compatriota que necesitase un preceptor.

3- Como amo infernal: Digame, aparte del juego, ¿No hace usted nada aquí? -No, nada...-dije. (me sometió a una especie de interrogatorio. Yo no sabía nada. Durante todo aquel tiempo no había leído los diarios, ni siquiera abierto un libro. -Usted se ha embrutecido -observó-. No sólo ha renunciado a la vida, a los intereses personales y sociales, a los deberes de hombre y de ciudadano, a sus amigos..., pues usted tenía amigos..., ha renunciado también a sus recuerdos, todo, a causa del juego (...) -Usted estará aquí todavía dentro de diez años-dijo-. Apostemos a que le recordaré esto, si para entonces vivo, aquí mismo, en este mismo banco...

4- Como destino insistente: Tengo una corazonada. ¡No puede fallar! ¡Me quedan quince luises y empecé a jugar con quince florines! (...) ¿quién me impide que rehaga mi vida? Con un poco de energía puedo en una hora cambiar mi suerte. Lo principal es tener carácter. No tengo más que recordar lo que me ocurrió hace siete meses en Ruletemburgo, antes de perderlo todo..., absolutamente todo... Al salir del casino siento que dentro de mi bolsillo se mueve algo. Es un florín. "Ya tengo bastante para comer", me dije. Pero después de haber andado un ciento de pasos, cambié de parecer  me volví. Puse el florín en el manque. Verdaderamente se experimenta una sensación singular cuando, solo, en tierra extraña, lejos de la patria y de los amigos, y sin saber si uno podrá comer el mismo día, se arriesga el último florín. Gané, y cuando veinte minutos más tarde salí del casino, me hallaba en posesión de ciento setenta florines. he aquí lo que son las cosas, lo que  veces puede significar el último florín. ¿ si yo ahora perdiese los ánimos y no me atreviera a tomar nuevas decisiones? ¡No, no; mañana...! ¡Mañana todo habrá concluído!

Sobre el catecismo occidental.  Su diferencia entre rusos y alemanes:
(...) la facultad de adquirir constituye, a través de la historia, uno de los principales puntos del catecismo de las virtudes occidentales. Rusia, por el contrario, se muestra incapaz de adquirir capitales, más bien los dilapida a diestro y siniestro. Sin embargo, nosostros los rusos tenemos también necesidad de dinero -añadí-, y por consiguiente, recurrimos con placer a procedimientos tale como la ruleta, donde uno se puede enriquecer de pronto, en unas horas, sin tomarse ningún trabajo. Esto nos encanta, y como jugamos alocadamente..., perdemos casi siempre. (...)

Sobre la utilidad y placer:
-¡Magnífico!-exclamé-. Usted ha pronunciado intencionadamente la palabra 'utilidad' para aplastarme. Leo en su alma. ¿Es inútil, dice usted? El placer es siempre útil y un poder despótico, sin límites, aunque ejercido sobre una mosca, es también una especie de placer. El hombre es déspota por naturaleza. Le gusta hacer sufrir. A usted le gusta eso enormemente.

 
Así vivía nuestro jugador. Todo un preso encadenado. Y, como cualquier adicto, con más barras de las que se pueden derribar en poco tiempo. Así que lo más importante para él sería, ahora, escoger en función del tiempo: si quería uno largo por delante, debería armarse de mucha paciencia para derribar las barreras que aún ni sospechaba le rodeaban. Si quería el tiempo como se le presentaba en su presente, debería resignarse a que fuese poco y tumultuoso. Lo mejor de todo, es que decidió, seguro, por el que quiso (y esa era la mejor opción entre ambas).
 


 
 
 
 
 
(*) Intercambien 'juego' por 'actitud' o 'modo de ser', para ver la situación desde la perspectiva de las personas, y por 'escenario' o 'situación' para ver todo el paisaje... vale la pena [primero sentir un poco de empatía del plebeyo/el escenario plebeyo, sólo para luego abandonarlo - el verdadero fin de hacerlo, claro].



15/02/2011

Dostoievsky (sin Freud, por suerte.)


Cuando su esposa María enferma, Feodor necesitaba vivir como siempre: en una especie de sobre-excitación creadora. Entonces, ya contaba con cuarenta cumplidos y no tuvo mejor idea que conocer un amor, pero de dieciséis cumplidos. Deja a su mujer (aunque hasta su muerte nunca dejó de cuidarla) para encontrarse con Polina, la niña en cuestión, en las calles de París. Pero, como sobre llovido mojado, se encuentra en ese camino con otra pasión, una ruleta. En ese casino sólo gana una pequeña fortuna. Aunque el juego lo mantiene distraído de su oscuro objeto del deseo, y como entonces quería olvidar lo que lo obsesiona, juega. Y sigue jugando un poco más. Ante (o junto) a la mesa de juego Feodor se enajena. Logra liberarse por un tiempo de la tiranía de las tiranías (el amor) y de la otra que también sufre: escribir. Para agravar el panorama, Polina dice que otro hombre ha aparecido para casarse con ella. En el arrebato romántico, se la lleva, cual cautiva, y gana el duelo. Mientras viajan a Italia, Feodor muere por tentar la suerte una vez más. Paran en Baden buscando una ruleta... pero pierde. Pierde todo. Y luego pasa lo de siempre: sus amigos lo salvan. Ella lo deja. Polina tenía un argumento bastante respetable para eso, si la vida con Feodor se dividía en ausencia (mientras él escribía) y riesgo (el resto del tiempo).


Vuelto a Rusia luego del fracaso amoroso, decide ayudar a su hermano que había fundado una revista. Muere María, su esposa. En esos tiempos, también muere su hermano. Y ahora es cuando entra en acción Ana, una taquígrafa de veinte años, a la que le dicta cuarenta mil palabras en veintiséis días! Ese manojo de letras fue 'El Jugador'. La entrega del manuscrito por parte de Ana, prenda al escritor con sus ojos... por fortuna para Feodor, será la esposa ejemplar. Y una vez concretada la unión, Feodor se dio el lujurioso gusto de avisarle a Polina, 'la inconstante muchacha', de su nuevo amor y matrimonio. Le escribió: ‘Mi taquígrafa era una muchachita de veinte años, bastante bonita, de buena familia, que había cursado sus estudios en el Liceo, a lo que hay que añadir una gran bondad e igualdad de carácter. El trabajo marchaba bien. Al final de mi novela me percaté que mi taquígrafa me amaba sinceramente, en silencio, y de que a mí, cada día, me gustaba más. Como desde la muerte de mi hermano la vida se me ha hecho terriblemente tediosa y vacua, le propuse casarme con ella. Consintió y ya estamos casados. La diferencia de edades es tremenda [¡la diferencia con Polina era aún mayor!], pero cada vez estoy más persuadido de que será feliz. Tiene sentimientos y sabe amar. Es decir, todo lo que a ti, Polina, te falta'.

Anna da a luz a su primera descendencia, una niña que muere a los tres meses. Luego de la tristeza sin límite, vuelve a quedar embarazada y da a luz al primero hijo de Feodor. Éste mantiene una relación con la escritura algo más metódica, y termina Los Hermanos Karamazov. Tiempo después, el dinero vuelve a escasear, pero aún más que antes: ¿recurre Dostoievsky al juego, nuevamente?... lo cierto es que opinaba que: 'el verdadero ruso, siente una antipatía fundamental por el método germánico, riguroso: y como necesita dinero como lo mismo que cualquier individuo de otra raza [sic] no le queda otro recurso que cortejar a la fortuna en la mesa de la ruleta’.

En El Jugador como en otras de sus novelas cumbres (sea Los Hermanos Karamazov, Crimen y Castigo o Los Endemoniados), Dostoievsky traslada a sus narraciones los problemas morales y políticos que le interesan: cada novela se dedica a la exploración de las vidas conflictivas de sus personajes, con sus motivaciones y la justificación filosófica de su existencia (curiosamente, de cada uno de ellos, Feodor llevó un cuaderno de notas). Él se dedicó a la creación simbólica de mundos en los que los héroes traspasados por el cacácter trágico de la vida buscan la verdad, y se adelanta a la psicología moderna, al explorar motivaciones ocultas y llegar a conocer, intuitivamente, el funcionamiento del inconsciente que se manifiesta en las conductas irracionales: el sufrimiento psíquico, los sueños y los momentos de desequilibro. De este modo preparó el camino de las aproximaciones psicológicas de la literatura del siglo XX (por ejemplo, para los escritores del surrealismo y el existencialismo). Su gran aporte fue el de un narrador que no está fuera de la obra (desde ya, que el nombre de ‘Paulina’ en El Jugador, no es casual), sino que se manifiesta con voz propia, como otro personaje más.



Detengamos aquí este post. Es mejor. En el próximo –esto es, el que sea referido a Dostoievsky- extractaremos algunos geniales pasajes sobresalientes y profundos (o mejor dicho, sobresalientesyprofundos, tal es el talento del autor, al mostrar tensiones –como es la de sobresalir e ir profundo-) tan cotidianos y habituales que sorprende verlos ahí, estampados sin apelación en una hoja tipografiada).




 


27/01/2011

Algo de Poder a la Dostoievsky




Ideas caen como rayos

En un estudio preliminar de la edición de 1972 hecha por EDAF Madrid y firmado por Ángel Lázaro, encontré unas definiciones dostoievskianas sobre el poder que me enmudecieron.

Lázaro comienza asegurando que Dostoievsky conoció -mientras estuvo cuatro años apresado por su apoyo al socialismo utópico y luego enviado a Siberia- el monstruo de la pasión de la dominación del hombre sobre el hombre y la embriaguez de la sangre al contemplar las carreras de banqueta con que se sanciona al preso que ha incurrido en falta. Luego (por suerte) lo cita: quien ejerce ese poder, ese ilimitado señorío del cuerpo, la sangre y el alma de un semejante suyo, de una criatura, de un hermano, según la ley de Crxto, quien conoció el poder y la plena facultad de infligir la suprema humillación del otro ser que lleva en sí la imagen de Dios, ese tal, sin querer, se convierte en esclavo de sus sensaciones. Esto era Feodor, un esclavo de sus sensaciones. Había conocido eso que describía y lo sufría en su cuerpo.


Luego se refiere a otro poder anómalo: La tiranía es una costumbre: posee la facultad de desarrollarse, de sostenerse y crecer por sí misma, y degenera, finalmente, en una enfermedad. Concretamente, Dostoievsky ha nombrado a Dios, así ha hermanado al hombre con su creador, y no concibe que el hombre pueda humillar al hombre. Por eso se explica de este modo el abuso de poder, de toda tiranía: Yo sostengo que el mejor de los hombres puede embrutecerse y embotarse por efecto de la costumbre [la costumbre de ejercer su poder] hasta rebelearse al nivel de una fiera. La sangre y el poder embriagan, engendran embrutecimiento e insensibilidad, la inteligencia y el sentimiento son capaces de encontrar natural y hasta placenteras las más anormales manifestaciones. El hombre y el ciudadano mueren en el tirano para siempre, y restituirse a la dignidad humana, al arrepentimiento, a una nueva vida, es ya para él casi imposible.


Dostoievsky creía que la sociedad que contempla con indiferencia ese espectáculo está ya minada en sus cimientos. Veía el estrago, la maldición que representa toda tiranía. Todo uso de poder omnipotente y sostenido sin plazo de vencimiento, usurpa la perenniad que sólo aquél puede ejercer. Decía por la gracia de Dios, gobiernan los reinos soberanos, pero, por lo mismo esa gracia no puede humillar ni tiranizar a los súbditos. Y aquí es cuando las referencias y citas de Lázaro terminan con una imagen sobrecogedora, al asegurar que una noción puede ser, también, una 'casa muerta'. Es eso, precisamente, lo que el novelista quiere decir cuando ante nuestros ojos presenta el cuadro sombrío de la purga de las culpas humanas a través de la canción que dice: refulge la luz del cielo, redobla el tambor del alba. Y sentimos escalofríso ante ese cadaver desnudo, cargado aún con la cadena al que contempla tratando de guardar su impasibilidad, el suboficial que se ha quitado el caso, mientras un viejo preso dice: ¡También tenía una madre!



Las negritas y los resaltados, son míos.







16/01/2011

Dostoievsky & Freud I


Cuando terminé de leer El Jugador de Feodor Dostoievsky supe que podía tomar cualquier libro de él con la garantía de encontrar cosas que me interesan. Era una obra compacta y consistente, muestra del descontrol de ese adicto al juego, logrando traspasar, con naturalidad, ese caos también a su narración. Allí y entonces, por esas cosas que (¡gracias a Dios!) simplemente suceden, compré las obras completas de Freud en un soporte que era ultramodern[ísim]o: el hoy ya vetusto CD-Rom (pienso que si aún me queda alguno, es porque todavía no me acordé de subir sus archivos a alguno de los servicios de alojamiento web que uso regularmente... son como el Long Play del pasado reciente - pero sin la belleza que los LP conservan, sin duda).

Ojeando mi nueva adquisición, encontré que allí había un enlace natural, una preexistencia lógica: Freud había dedicado varias de sus horas a Dostoievsky. Claro que sus estudios tienen mucho de clínico y algo del entonces -aún en construcción- psicoanálisis, cuestiones que iremos dejando de lado para que estas líneas no se tornen sólo aptas para especialistas. Y porque del psicoanálisis, creo que sólo me intereso por la labor Freud y Lacan (sólo si sacamos a quienes creyeron saber interpretarlos -o sólo conocerlos- a lo largo de las décadas y los lugares. Si los primeros pudiesen descargárselos, recuperarían tanto del valor robado a sus investigaciones). En relación con esto, debemos recordar que el trabajo de Dostoievsky -como los múltiples análisis de personajes históricos notables realizados por otros analistas a los largo del siglo XX y lo que va del XXI- es la parte más débil del psicoanálisis, ya que se vale de cartas, diarios… restos dejados por el analizado, sometido a un proceso de reconstrucción que se aleja bastante de lo clínico. La siguiente salvedad hace a que mi lectura de entonces sólo se reducía a El Jugador, y puede ser que los cuadernos que este blog hace público, sólo recortasen ideas interesantes a la luz de esa magrísima lectura del autor. Por último, para ser lo más justa posible (ya que el texto, aún cuando es la famosa traducción de Ballesteros, está finalmente transcrito en otra lengua) trataré de ajustarme con la mayor rigurosidad a esas ideas que me llamaron la atención:


Introducción al Dostoievsky de Freud ó I.


Primero lo primero. Señalemos un dato biográfico de Freud que lleva, finalmente, a la publicación de su ensayo Dostoievsky y el Parricidio y a su comparación de Los Hermanos Karamazov con la tragedia de Sófocles, Edipo Rey: En 1908, y por medio de un amigo común -Arthur Schnitzler-, Freud comienza a cartearse con Stefan Zwieg, algo que harían por muchos años (se dijo que Stefan era entusiasta y afectuoso con Freud, y que éste era distante, prudente y a veces irritable con Zweig). En los primeros intercambios, las cartas de Freud eran anodinas, pero luego de que Zweig publicara en 1920 su libro Tres Maestros: Dickens, Balzac y Dostoievsky (obra que adoro y a la que nos dedicaremos más adelante en este blog), Freud manifiesta su insatisfacción con el tercero de ellos, y reprochó: 'creo que usted no debería haber dejado a Dostoievsky con su supuesta epilepsia. Es muy improbable que haya sido epiléptico (...). Los grandes hombres de quienes se dice que fueron epilépticos han sido histéricos. Creo que sobre todo Dostoievsky se habría podido construir sobre la base de su histeria'. Y en esos términos pone manos a la obra.

Parece que en la rica personalidad de Dostoievsky, Freud distinguió cuatro fachadas: el literato, el neurótico, el pensador ético y el pecador. La menos dudosa de todo era, obviamente, la del literato. Y consideró que su sitial no está muy atrás del de Shakespeare (Los Hermanos Karamazov era para Freud la novela más grandiosa que se haya escrito, y creyó jamás se valoraría lo suficiente el episodio del Gran Inquisidor). Lo más atacable es el pensador ético. Freud recuerda que se suele ponderar la ética de Feodor por haber alcanzado las cuotas máximas de pecaminosidad (en este sentido, se lo ve como la versión decimonónica de San Agustín), pero así se ignora que ético es, quien se resiste a la tentación interiormente experimentada, no quien peca y luego se desgarra en proclamaciones éticas a la hora de arrepentirse. De este modo, el ruso no realizó lo que la vida ética es esencialmente, en interés práctico de la humanidad: renunciar. En cambio, al tratar de conciliar sus pulsiones y los reclamos que la comunidad exige a los hombres, acabó por retrógradamente someterse a la autoridad secular y espiritual, en su temor reverencial a los zares y al dios cristiano ortodoxo, combinados con un nacionalismo ruso estrecho (algo que inteligencias inferiores hubiesen alcanzado con menos esfuerzo). Si bien rotular a Dostoievsky como pecador o mero criminal haría el desagrado de más de uno, Freud considera que, esas elecciones literarias signadas por personajes violentos, egoístas, asesinos, indican tales tendencias en su personalidad. A lo que hay que agregar algún elemento fáctico en su vida, como su manía por el juego, y el –acaso- abuso sexual cometido contra una niña inmadura (se ha interpretado la aparición de esto en La Confesión de Stavrogin y La Vida de un Pecador). Ballesteros incluye para ilustrar esto, la cita de Stefan Zweig en ‘Tres Maestros’:
No lo detienen los frenos de la moral burguesa y nadie sabe decir con exactitud cuánto transgredió en su vida las barreras jurídicas, cuánto de los instintos criminales de sus héroes se tradujeron en sus propios actos.
En otras palabras, la pulsión del escritor que hubiese hecho de él un delincuente, se dirigió a sí mismo (hacia adentro, no hacia afuera como exterioriza quien delinque) y se expresó como masoquismo y sentimiento de culpa. Sin seguir este decurso psicoanalítico (que por lo que observo en el subrayado del cuaderno, entonces me interesaba más de lo que hoy me agrada cotejar), debemos introducir obligadamente un dato al que Freud le dedica un interés central: la auto-diagnostico de padecimiento epiléptico (patología que Freud descarta y re-diagnostica como histeria). Feodor padeció -y deploró a- un padre violento y cruel. El parricidio del título del trabajo de Freud, no es más que ese deseo constante en su vida -reprimido en la realidad- de que su padre muera. Según Freud el ruso nunca se libró de esto, y ello determinó que tuviese la relación que tuvo con dos campos donde la relación con el padre es decisiva: la política y la fe (en la una viró reaccionario zarista, en la otra –algo más libre- osciló entre la fe y el ateísmo hasta su muerte). Pero he aquí lo interesante, no sólo para el caso de Dostoievsky: Freud opina que no es casual que las tres obras maestras de la literatura occidental (Edipo, Hamlet, Los Hermanos Karamazov) traten el tema del parricidio, motivado por la rivalidad sexual por la mujer. En Hamlet -a diferencia de Edipo quien concreta el asesinato- esto es indirecto y es otro quien consuma el hecho (y por ello no significa para él, parricidio, claro). Además, Hamlet no venga ese asesinato, y vive lleno de una culpa que lo atormenta: Dad a cada hombre el trato que merece y ¿quién se salvaría de ser azotado? (Hamlet, acto II, escena 2). Entre los Karamazov, también es otro el que concreta el acto, pero es un alguien con la misma relación que Dimitri -el personaje que tiene la rivalidad sexual (significativamente, el autor le da a este alguien la misma enfermedad que él padece). Para resumirlo, Freud cree que la identificación del autor con el asesino es ilimitada y desde ya ha presidido su elección temática. Sólo que trató primero al criminal común –por codicia-, del criminal político y religioso, antes de regresar al final de su vida, al criminal primordial: el parricida.



En el próximo post nos dedicaremos a lo que encontramos acerca del autor y el juego.