Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


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18/02/2013

Un diálogo entre Cruz y Bernal


Por Diego Reynoso.



Corrí como un loco, se puede decir. Nunca hice menos de 10 kilometros por día. Tanto al mediodía, como al atecerdecer o a la mañana temprano, encontraba un hueco para ir a correr por la playa o por las chacras, por esos caminos que cruzan en subida y bajada repleto de eucaliptos a los costados. Junto con mis corridas diarias, me reservé otras horas para las novelas. Ah, si! El verano es el tiempo para leer novelas.

Una de las que me dovoré (o me devoró, no  tengo muy claro quién se devora a quién), es de Carlos Fuentes: "La Muerte de Artemio Cruz". El protagonista está en su lecho de muerte y recuerda todos los pasajes de su vida. Es de casualidad, por una mala interpretación de su cobardía, un héroe de la Revolución Mexicana devenido en un gran empresario político. Artemio Cruz, un hombre de origen humilde y militar formado en el proceso revolucionario, tiene un diálogo con Gonzalo Bernal, un joven licenciado proveniente de una familia rica de Puebla quien se había sumado a la revolución a pesar de su procedencia. La revolución está en su fase de guerra de facciones, donde los partidarios de la misma se enfrentan en una guerra que comienza en 1914 y termina en 1917, con el triunfo de Obregón y Carranza y la derrota de Villa y Zapata.

Ambos han caído prisioneros en manos de las tropas villistas. Carranza ha enviado a Bernal a parlamentar con los villistas que ya estaban en retirada y derrotados. Cruz es apresado en un combate. Bernal será fusilado esa misma noche. Antes de ser fusilado tienen un diálogo clave, con Cruz. Ese diálogo permite cerrar el círculo para el desenlace de la historia. Cruz no será fusilado, porque a cambio le pasa información al general villista sobre la posición de las tropas de Obregón a las que el pertencía. Luego del fusilamiento de Bernal, las tropas de Obregón caen en la prisión y acaban con los villistas. Artemio Cruz visitará al padre de Bernal, lo chantajeará, y desposará a la hermana de Gonzalo. Hará fortuna a partir de la fortuna de la familia Bernal.

El diálogo (p. 210-211) me resultó de lo mejor, para ilustrar algunas impresiones generales que desde hace tiempo tengo.

¿Tu traidor? [pregunta Cruz]
Depende de cómo lo mires. Tú nada más has andado en las batallas; has obedecido órdenes y nunca has dudado de tus jefes [responde Bernal]
Seguro, se trata de ganar la guerra ¿que tu no estás con Obregon y Carranza?
Cómo podría estar con Zapata o Villa. No creo en ninguno.
¿Y entonces?
Ese es el drama. No hay más que ellos. No sé si te acuerdas del principio. Fue hace tan poco, pero parece tan lejano... cuando no importaban los jefes. Cuando esto se hacía no para elevar a un hombre, si no a todos.
¿Quieres que hable mal de la lealtad de nuestros hombres? Si eso es la revolución, no más: lealtad a los jefes.
Sí hasta el Yaqui que antes salió a pelear por sus tierras, ahora sólo pelea por el general Obregón y contra el general Villa. No, antes era otra cosa. Antes de que esto degenerara en facciones. Pueblo  por donde pasaba la revolución, era pueblo donde se acababan las deudas del campesino, se expropiaba a los agiostistas,  se liberaraba a los presos políticos y se destruía a los viejos caciques. Pero ve nada más cómo se han ido quedando atrás los que  creían que la revolución no era para inflar jefes sino para liberar al pueblo.
[....]
Se lo dije desde al año 1913 a Iturbe, a Lucio Blanco, a Buelna, a todos los militares honrados que nunca pretendieron convertirse en caudillos. Por eso no supieron parale el juego al viejo Carranza, que toda su vida se ha dedicado a sembrar cizaña y a dividir, porque de otra manera, ¿quien no le iba a comer el mandado, viejo mediocre? Por eso ascendía a los mediocres, a los Pablo Gonzalez, a los que no podían hacerle sombra. Así dividió a la Revolución, la convirtió en guerra de facciones.



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Este post fue publicado aquí, en Corro, Luego Existo el blog de Diego Reynoso.




23/03/2012

Perseguidor y Perseguido.

Si los decálogos sirven de algo, el que sigue podríamos someterlo a un pequeño ejercicio práctico. O analítico (pero no por mero jugueteo intelectual -para decirlo recatadamente-, sino por las profundas revelaciones que produce cuando lo realizamos). La tarea es simple (simplísima): se quita los nombres 'correcaminos' y 'coyote' en las siguientes nueve reglas y se coloca el par de antagonistas que más les guste. Puede ser 'Tweety' y 'Silvestre', 'Estados Unidos' y 'Unión Soviética', 'Perón' y 'Balbín' o 'novio/a' y 'ex novio/a'... 


Las Nueve Reglas del Coyote y el Correcaminos (por Chuck Jones)

1) El Correcaminos jamás le hace algo al Coyote, salvo gritarle 'beep-beep'.
2) Ninguna fuerza exterior daña jamás al Coyote. Sólo lo hace su propia ineptitud o un producto ACME fallado.
3) El Coyote podría parar su persecución en cualquier momento, si no fuese porque es un fanático.
4) El único diálogo es un corte 'beep-beep'.
5) El Correcaminos debe siempre permanecer en el camino, caso contrario no podríamos llamarte 'correcaminos'.
6) Toda la acción se circunscribe al habitar natural de los dos personajes: el desierto del sudoeste estadounidense.
7) Todos los dispositivos, herramientas, armas y artilugios mecánicos deben ser provistos por la corporación ACME.
8) Siempre que sea posible, la gravedad debe ser el principal y más grande enemigo del Coyote.
9) El Coyote siempre debe verse más humillado que lastimado por sus fracasos.



Prueben, prueben. Es un oráculo de respuestas curiosas.




12/11/2011

Obedecer II


Encarguémonos, ahora, de la película. Ya saben: acontece algo importante (un best-seller, o una historia que tiene impacto mediático, o un guionista desempleado -con un momento de inspiración o al que simplemente alguien contó una buena historia que atribuirá a su imaginación-), y viene la película. En este caso no es ninguno de los anteriores, sino la presentación de las conclusiones de los experimentos de Stanley Milgram.  

En este post nos dedicaremos, como la película menciona en el final, en lo que el experimento nos dice acerca de nosotros mismos a la hora de obedecer, y también, de aquellas cosas que (mal) suponemos a diario acerca de este tema. La primera y más general, es muy simple: solemos creer que hay una relación directa entre el tipo de persona y sus acciones: en el experimento vemos que alguien no necesariamente tiene que ser sádico -o incluso violento a primera vista- para actuar inhumanamente. La segunda suposición errada es nuestra creencia en que si una persona se enfrenta a un dilema moral, acabará por actuar como su consciencia le dicta ignorando las convenciones sociales. Acontece, en la mayoría de los casos del experimento, lo contrario: la poderosa presión social, hace que algunos parámetros morales sean ignorados.

Sentemos la cuestión en las propias palabras de Milgram: Monté un simple experimento en la Universidad de Yale para probar cuánto dolor infligiría un ciudadano corriente a otra persona simplemente porque se lo pedían en un experimento científico. La férreo autoridad se impuso a los fuertes imperativos morales de los sujetos (=participantes) de lastimar a otros y, con los gritos de las víctimas sonando en sus oídos, la autoridad subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad, subyugaba con mayor frecuencia. La extrema buena voluntad de los adultos de aceptar casi cualquier requerimiento ordenado por la autoridad constituye el principal descubrimiento del estudio.



Universidad de Yale
(captura de Filmoteca)
En la película, Milgram dedica los primeros cuarenta minutos a mostrar las particularidades de los experimentos, deteniéndose en tres casos (dos individuos que obedecen y uno que se niega). Luego de esto, un narrador en off dice: Mucha gente sin conocer el experimento, hubiera dicho que estos individuos que llegan al límite son sádicos: Nada puede ser más tonto que decir eso! El contexto de sus acciones debe ser tenido en cuenta, siempre. Por eso, en experiencias posteriores experimentaron con algunos factores que contribuyen a forzar la situación, y fueron implementando dos variantes interesantes: en la primera, separan a la víctima en otro cuarto, para que el voluntario no pudiese verla ni oirla excepto por el hecho de que, al recibir 300 voltios, comenzaban a escucharse golpes en la pared (luego de ese voltaje no se lo oía para nada). En la segunda, pusieron a la víctima a 45 cm de distancia, visible y oíble, pero sólo recibía la descarga si su mano estaba apoyada sobre una placa conductora. Al pasar los 150 voltios, la víctima exigía que se la liberase, y se negaba a colocar la mano sobre la placa. El 'científico' le ordenaba al sujeto que forzase a la víctima a poner la mano sobre la placa (de este modo, se lograba que tuviera contacto físico con la víctima) y así poder aplicar el castigo pasados los 150 voltios. Los resultados no variaron más allá de las conclusiones generales (cfr. post anterior). Sigue el narrador en off comentando que, dado que la obediencia disminuía mientras más próximos se encontrasen víctima y victimario, era de esperar que la proximidad del experto tuviese también un papel importante. En una serie de experimentos variaron la distancia física, y el grado de vigilancia: por ejemplo, probaron que luego de dar las instrucciones iniciales, el experto se retiraba de la sala y daba instrucciones por teléfono; también probaron que el experto nunca estuviese a la vista, y las instrucciones eran dadas a través de una grabación que se activaba cuando el sujeto entraba en el laboratorio. El nivel de obediencia bajaba drásticamente (cuando el experto estaba presente, la obediencia era tres veces mayor que en el caso  teléfonico). 

Otra cuestión que creo determinante, acontece cuando se hace un cambio que a primera vista parece cuantitativo, pero que es claramente cualitativo: la aplicación de la experiencia a grupos. Desde el sentido común, sabemos que resistir a la autoridad es más fácil si nos encontramos mezclados entre otras personas, pero esta suposición no tiene por qué sostenerse bajo el microclima de Milgram. Veamos qué pasó allí. Continúa el narrador comentando que en lo grupal se realizaron varios experimentos. En todos los casos, solo se estudió un sujeto por hora que se desempeñó -sin saberlo- entre actores contratados. En un experimento, los actores se rebelaban contra el experto, y en el 90% de los casos el individuo que estaba siendo estudiado los imitaba. En otros, los actores siguieron las órdenes obedientemente, lo que incrementó el poder del experto, pero sólo apenas. En una tercera serie de experimentos, la tarea de accionar la descarga era realizada por uno de los actores y el sujeto sólo cumplía tareas secundarias: en este caso, sólo tres de los cuarenta estudiados se rebelaron. 


El film concluye con lo fundamental de este estudio: lo inquietante de sus resultados, si reparamos en que estamos hablando de la naturaleza humana. Concretamente, demuestran que la naturaleza humana no es confiable a la hora de aislar a un hombre de la brutalidad y del trato inhumano. Si se encuentra bajo las órdenes de una autoridad despiadada, la mayoría de la gente hará lo que le digan sin tener en cuenta en qué consiste el acto. Además, ignoran las limitaciones de conciencia si sienten que la orden proviene de una fuente de autoridad legítima. Lo curioso es que en este experimento, era un 'científico' anónimo, al que los voluntarios no conocían, quien logró que varios adultos sometan a otro hombre de cincuenta años y le apliquen dolorosas descargas eléctricas muy a pesar de sus quejas. Qué deberíamos esperar de un gobierno, que suponemos goza de la legitimidad de su cargo (al menos, para quienes son funcionarios de signo político afin)?. 


Esta fue la respuesta que produjo y ofreció Milgram a lo que había padecido la condición humana en el Holocausto.




29/10/2011

Obedecer I

Stanley Milgram en 1977
Supongamos que a alguna de estas preguntas le encontramos una respuesta    más o menos sencilla, o que -si no es sencilla-, al menos estimamos saber cómo proceder en una situación de esa naturaleza: ¿Hasta dónde obedecer a una orden? ¿Dónde esa orden debe ser legítimamente desobedecida? ¿Cuándo desobedecer es un acto de moralidad y no una mera rebeldía? ¿Qué raro mecanismo mental se activará (o desactivará) a la hora de obedecer el criterio ajeno? ¿Qué parte de la obediencia se encuentra en la comodidad práctica y qué otra habla más de nuestro costado oscuro?

La misma pregunta (y seguramente algunas otras, mejor formuladas) se hizo Stanley Milgram en esta serie de experimentos en psicología social desarrollados en la Universidad de Yale, en los comienzos de los '60s (*). Como en muchos otros casos, un acontecimiento de la historia de entonces se impuso para que Milgram se interesase por esta cuestión: el 11 de abril de 1961, comenzó el juicio a Adolf Eichmann donde se lo sentenciaría a muerte el 31 de mayo, en Jerusalén, por su responsabilidad en la muertes que costó el Holocausto. Habían pasado cuatro días de que Milgram terminase su último día de experimentación interesado en saber: ¿Podría ser que Adolf Eichmann y todos los oficiales en función durante el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿O podríamos llamarlos 'cómplices'?

Valiosa pregunta.

Fachada del edificio 'Linsly-Chittenden Hall' 
en la Universidad de Yale,
donde fueron realizados la mayor parte

 de los experimentos 
(Foto de Alan C. Elms).
Ahora bien: ¿Cómo se las arregló para experimentar, medir y finalmente estudiar esta cuestión? Colocó un anuncio en el un diario de New Haven (Connecticut) buscando voluntarios para participar en un estudio de memoria y aprendizaje en la prestigiosa universidad de Yale. Se les pagaría U$S 4 (en ese entonces, uno almorzaba algunas veces por ese dinero) más los viáticos. Se seleccionó a los voluntarios que tenían entre 20 y 50 años sin discriminar en su educación. Se les explicó la lógica del experimento (el que poseía, obviamente, un participante que no era voluntario sino un actor, situación que los voluntarios ignoraban): habría un experimentador (el investigador de la universidad), un maestro (que sería siempre el voluntario) y un alumno (el actor, contratado por los experimentadores, que se haría pasar por otro voluntario). Se colocaría al voluntario (maestro) separado del actor (el supuesto 'alumno') para que le dictase una serie de palabras a las que el alumno debería responder en el mismo orden. Caso se equivocase, el maestro le administraría una descarga eléctrica que iría aumentándose a medida que los errores del alumno se acumulasen (dato de color, nada menor: cuando el experimentador presentaba a los dos voluntarios, el que era en realidad un actor le consultaba al experimentador si la descarga podía dañarle, dado que tenía un problema cardíaco. El experimentador le aseguraba que la descarga era mínima, y que nunca podría dañar su corazón. Por otro lado, la preparación del alumno -colocarle electrodos y sentarlo en una silla a la que se encontraba atado- se realizaba a la vista del verdadero voluntario, como también, se le avisaba que estaba siendo filmado para que luego de terminado el experimento no negase la existencia de todo lo ocurrido). Ambos participantes eran separados por un biombo y comienza la prueba. Se suceden las series de palabras y a cada error, el único voluntario (el maestro) comienza a dar las descargas al alumno (que, ignorándolo aquél, finge recibir una descarga eléctrica con un gemido o una queja). Se suceden los errores, por lo que se suceden las descargas -aumentando progresivamente su voltaje- y, por supuesto, se suceden y agravan las quejas (de una expresión vulgar de dolor, pasará a una más fuerte y continuará pidiendo que lo saquen, para luego alegar que en realidad le duele el pecho). En este momento, el voluntario seguramente le reclamará por su 'alumno' al experimentador, convencido de las manifestaciones de dolor de aquél, a lo que el experimentador le contestará, sin excepción, que continúe, dado que el experimento lo requiere, o que es esencial que se lleve a cabo el experimento, o bien que no tiene opción alguna y debe continuar. Esta situación se extendía hasta cuando el 'alumno' dejaba de responder, como si algo grave le hubiese pasado...

En esta altura del experimento, las reacciones de los voluntarios eran diversas:

Por lo general, al administrarse descargas de 75 voltios, los maestros se ponían nerviosos y deseaban parar el experimento, pero la obligación en que los sumía la orden del investigador los hacía continuar. En otros casos, al llegar a los 135 voltios, muchos 'maestros' se detenían y (se) preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Lo sorprendente reside en que el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la (supuesta) descarga de 450 voltios (al contrario de lo que el sentido común podría suponer de que serán sólo unos cuantos sádicos los que llegarán a ese nivel). Recordemos, además, que bastante antes -a los 300 voltios- el alumno dejaba de quejarse y no se lo oía más... En relación a lo anterior, todos los voluntarios pararon en algún punto y cuestionaron el experimento, pero ninguno se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los (supuestos) 300 voltios (esta conclusión variaba -en los diecinueve posteriores experimentos-, si se variaban las condiciones del estudio). Lo más curioso de todo es que los voluntarios reales no parecían ser personas fuera de lo común: cuando se les revelaba la situación, se mostraban preocupados por su conducta, y se encontraban  nerviosos por el cariz que había tomando la situación con el 'alumno' (de ahí que se aliviaran cuando sabían que el alumno cardíaco no era más que un actor), y lo fundamental: eran conscientes del dolor que habían estado infligiendo (al preguntarles por cuánto sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una escala de 14).  Milgram también combinó el poder de la autoridad con la conformidad. En esos experimentos los participantes fueron acompañados por uno o dos 'maestros' (también actores). Cuando estos se negaron a cumplir las órdenes, la obediencia bajó críticamente: sólo 4 de los 40 participantes continuaron en el experimento. En un experimento siguiente, los verdaderos participantes sólo hacían una tarea de acompañamiento (sólo leían las preguntas o sólo registraban las respuestas del aprendiz) con un maestro que completaba la prueba: en esta versión del experimento ¡Sólo 3 de 40 desafiaron al experimentador! 


Pasando en limpio, la obediencia disminuye (=las personas están menos predispuestas a infringir dolor ante la orden de hacerlo):
-el 'alumno' y el 'maestro' se encuentran cerca.
-si el 'experimentador' (el científico a cargo) está lejos del 'maestro'.
-si el 'maestro' está acompañado de otros dos 'maestros' que desafían la autoridad del experimentador.
-si el 'maestro' puede elegir la cantidad de voltios a aplicar al 'alumno'
-si el científico llamaba a un alto en la prueba, aún cuando el 'alumno' decía que continuasen.


Stanley Milgram elaboró dos teorías para explicar sus resultados: 
1) Teoría del conformismo: Retomando trabajos ajenos acerca de la relación de un individuo con su grupo de referencia, destaca que un sujeto dado que, en una situación crítica, no tiene la habilidad o el conocimiento para tomar decisiones, hará descansar la toma de decisiones en el grupo y su jerarquía, convirtiéndolo en el modelo de comportamiento individual.
2) Teoría de la cosificación (agentic state): Aquí reside para Milgram la esencia de la obediencia. Evoca la situación en que un individuo se concibe a sí mismo como instrumento que concreta la voluntad de otra persona, y por ello no considera a su persona como responsable de sus actos. Cuando esta transformación de la auto-percepción acontece, se desencadenan todas las características esenciales de la obediencia (aquí reside el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados obedecerán y ejecutarán órdenes de los superiores, suponiendo que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos).



Desde ya que Milgram recibió múltiples críticas (**). Algunas, objetaron el modo en que obtuvo sus datos mientras otras refutaron sus conclusiones. Podemos adherirnos a cualquiera de los dos grupos críticos, y aún así, los resultados del estudio siguen siendo igual de llamativos... 




En un próximo post, me centraré en las cuestiones éticas que se desprenden al interior del estudio -es decir, sus mismísimas conclusiones-, y de la producción fílmica que Milgram realizó acerca de su investigación.




Para seguir leyendo: El sitio de Milgram (en inglés)




________________________

(*) Publicó en dos oportunidades sus resultados: la primera vez en un artículo de 1963, para la revista científica Journal of Abnormal and Social Psychology con el título Behavioral Study of Obedience ('Estudio Conductual de la Obediencia') y luego en 1974 en su libro Obedience to Authority. An Experimental View ('Obediencia a la Autoridad. Una Perspectiva Experimental').
(**) El impacto ético del estudio ha sido objeto de varias controversias. Milgram usó una consigna engañosa y creó una situación de presión inusual, que sus voluntarios no habían previsto. Estas objeciones se presentaron en otros estudios famosos, como el caso del Tuskegee sobre sífilis -en el que no se informó a los pacientes que estaban siendo estudiados, y además se los engañó con una serie de ventajas materiales y terapéuticas que supuestamente les serían otorgadas por atenderse allí. Tal situación llevó al gobierno de Estados Unidos a replantearse formalmente la regulación de una protección para las personas que participan en una investigación, y crearon el Consejo Nacional de Investigación en Seres Humanos (National Investigation Board), y la posterior Oficina de Protección en la Investigación en Seres Humanos, dentro de lo que sería su Ministerio de Salud.


08/10/2011

Los malos, villanos, ruines (y nosotros).

Se es más o menos ruin.
Pero se es ruin y no otra cosa.
Hace unos años, un extraordinario novelista británico -premio Nobel de Literatura en 1983-, y más conocido por su novela más exitosa, aunque como siempre no la mejor, dijo que si no entendemos que los hombres y mujeres producimos maldad como las abejas producen miel es porque estamos ciegos o mal de la cabeza. Se llamaba William Golding y fue un gran sociólogo literario (no sólo por su conocida El Señor de las Moscas, sino por ensayos como The Hot Gates).

No tanto tiempo atrás, preparando unos apuntes para un curso sobre cine y algo más, me topé con este ilustrativo trabajo de Zoraida Jiménez Gascón (*). Allí encontramos definiciones, tipologías y caracterizaciones. Veamos lo que tiene de útil (o utilísimo) y cómo presenta esta penosa cuestión de lidiar con los chicos malos...


Decidida a comenzar por el principio, la autora circunscribe su materia yendo directo al camino de las definiciones. Tomemos de ello sólo dos aspectos, para pasar luego a los aportes genuinos: y como de echar mano al diccionario se trataba, comienza con la acepción que asegura que un villano es un habitante del estado llano en una villa o aldea, pero siempre diferente del noble o hidalgo. Como segunda acepción, encontraremos la que sindica a un villano como alguien ruin, indigno e indecoroso (claro que, si esta primera acepción tiene alguna filiación causal con la primera, el prestigioso diccionario de la RAE no la aclara). 

[Dato curioso del libro de referencias de la RAE: el diccionario no ha rescatado aún su acepción ficcional, algo que no ocurre con otras categorías, como el caso de mujer fatal (femme fatal) que obtuvo su entrada en 1942, y en la edición de 1992 incluye la referencia a su carácter ficcional: ‘aquella cuyo poder de atracción amorosa acarrea fin desgraciado a sí misma o a quienes atrae. Referido principalmente a personajes de ficción, sobre todo de cine, a las actrices que los representan’].

Volvamos al espacio del villano, porque, en realidad, contamos con una definición muy específica: el American Film Institute (AFI) de 2003, de su elección de los 100 mejores héroes y villanos del cine estadounidense. Allí se los señaló como aquél personaje: «cuya maldad mental, carácter egoísta y fuerza de voluntad son a veces ocultados por la belleza y la nobleza, mientras que otras veces pueden rabiar desenmascarados. Pueden ser horriblemente malvados o grandiosamente divertidos, pero son en última instancia trágicos»

Parece que el interés del villano no radica sólo en lo llamativo que nos resulta -porque deploremos o admiremos sus acciones-, sino que además es el motor mismo de la historia, el personaje que hace que la trama funcione ya que sin él, el héroe no podría salvar al mundo (o, al menos, protegerlo de algo) sin que su villano le complique la existencia en su empresa. Pero no debemos pensar la existencia del malo y el bueno como un componente insoslayable de la trama. Tanto es así que existen películas con villanos pero sin héroes: Scarface (Hawks, 1932), El Padrino I, II y III (Coppola, 1972, 1974 y 1990 - respectivamente), Alguien Voló sobre el Nido del Cuco (Forman, 1975), Taxi Driver (Scorsese, 1976), etc. Otro apartado se lleva el origen de la maldad (no alcanzaría este post, o este blog... pero fundamentalmente, no alcanzaría las dotes de quien lo escribe a narrar ni siquiera el principio de ello). Tomemos un trabajo que recupera la autora que aporta mucho al interés cinematográfico, como es el de Sara Torres (**), inervando la idea de maldad en el espacio religioso, la que luego se convertirá en una noción social y mucho después en una característica psicológica: Al principio, el mal no es “alguien” malo, sino “lo que está mal”, lo que prohíben los dioses y los desafía (por eso apela a la predestinación de la tragedia griega -donde los personajes no podía escapar a su condición como a su destino-, a diferencia de la modernidad, donde sólo llamamos “malos” a quienes deliberadamente eligen serlo). Si lo malo es la acción de quien elije libremente, siguiendo a Román Gubern, Jiménez Gascón asegura que sólo las personas mentalmente responsables pueden ser culpables de alguna falta (para lo que se requiere distingir la culpa objetiva -noción moral y jurídica-, y la culpa subjetiva -el malestar psicológico por la responsabilidad moral incumplida-). En el caso del villano cinematográfico, no se halla el segundo tipo de culpa que Gubern denomina culpa subjetiva dado que casi carece de empatía hacia otros seres humanos. Para el villano, su actitud es normal, lo anormal es lo que hacen los buenos (y por eso no sentirá arrepentimiento por actividades que considera lógicas, o apropiadas, o justificadas por un bien que él considera mayor). Allí Jiménez Gazcón recuerda a Michael Corleone en El Padrino III: "¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?".

Si quisiésemos crear nuestro villano de bolsillo, deberíamos partir de una concepción maniquea: en las películas hay bueno o malos. Nunca hay una tercera opción. Estas diferencias se identifican en actitudes y acciones como en la apariencia física. Nuestra receta de villano debe incorporar actitudes crueles, inmisericordes, despiadadas, traidoras, ambiciosas, vengadoras y una sensación gozosa de su villanía. Tal vez podríamos agregar un accesorio (y créanme que este es determinante): en inglés existe la expresión black hat -proveniente de los malvados en los westerns, que siempre usaban sombreros negros-, en consecuencia, es posible que el negro rodee su vestimenta (aunque no fuese su sombrero). Físicamente, los criterios pueden ser, incluso, opuestos: podrían ser feos (respondiendo a esa convención que dice que la fealdad física es signo de su 'fealdad moral', igual que la bondad del héroe se manifiesta también en su atractivo personal), como también podrían ser extremadamente guapos, con el fin de esconder toda la podredumbre que llevan dentro... Tomando a Rib Davis, debemos tener en claro que si queremos personajes señalados, condenados, culpables por lo que han hecho, pondremos énfasis en su libre albedrío. Si no tienen que ser responsables de sus actos, el énfasis se pondrá en las influencias y circunstancias a los que fueron sometiendo sin su elección expresa. Jiménez Gascón pone dos ejemplos procedentes: Travis Binckle (Taxi Driver, 1976) y el capitán Renard (Tener y no tener, 1944). Travis Bickle es un ex combatiente de Vietnam que sufre insomnio y lo que vivió en la guerra, más lo que ve por la noche en las calles de Nueva York, lo llevan a tomarse la justicia por su mano. El capitán Renard es un policía capaz de abofetear a una mujer y torturar a un alcohólico en un simple interrogatorio. Así, mientras que Travis Bickle puede ser visto como víctima de las circunstancias, Renard es elige su villanía y por eso es detestado por la audiencia.

Sumando estereotipos que hemos visto, agreguemos la dimensión foránea del villano, o su pertenencia a un grupo étnico/político mal considerado (si esto se encuentra con la identificación del público como enemigo propio, será más fácil para ellos apoyar la gesta del héroe). Claro que el 'enemigo'/'villano' variará a lo largo de la historia -según el momento en que se ruede o al momento histórico que ambiente la trama-: mientras en Casablanca de 1942 eran los alemanes, en la guerra fría eran comunistas -especialmente soviéticos-, después serán los latinoamericanos (vistos como terroristas y/o narcotraficantes).


La maldad: Una enfermedad que si
se padece, también hace sufrir
a los otros
Más allá de las caracterizaciones generales, el punto con los villanos no es sólo que los padezcamos (o que quiéramos imitarlos), sino que, para estudiarlos, no hay tipologías disponibles (o al menos, no muchas). La autora realiza una algo extensa, a partir de dos criterios: 1) la naturaleza física del villano y 2) el ejercicio de la villanía (sea por su personalidad, sus métodos o su motivación). En el primero caso, el villano puede ser una persona humana (como Hannibal Lecter) o sobrenatural (como el Conde Drácula), un animal natural (Tiburón) o sobrenatural (Alien), y podemos, por último,  dar con villanos que sean seres tecnológicos, como máquinas (Terminator) o inteligencias artificiales (HAL 9000 en 2001, Odisea del Espacio).

En el segundo caso, es decir, desde el nivel del ejercicio de su villanía, si son personas, tenemos varios casos: el anarquista (busca acabar con el modelo social para imponer el caos (Hans Gruber de La jungla de cristal), el anti-villano (acude a medios ilícitos o malos para una causa justa (Travis Bickle de Taxi Driver), el archi-enemigo (una enemistad con el bueno que se perpetúa en el tiempo, como el Sr. Potter en ¡Qué bello es vivir!), la bruja (que ejerce el mal a través de la magia, como la Bruja mala del Oeste de El mago de Oz), el caído: fue bueno pero se pasó al lado oscuro, como Darth Vader de la saga de Star Wars), el castigador o vengador (de la humanidad o de alguien en particular, como Max Cady en El cabo del miedo), el corrupto (que por su profesión debería ejercer el bien pero se ha dejado 'viciado', como el Detective Alonzo Harris en Training Day),  el defensor del sistema (es un defensor del sistema como Amon Goeth de La lista de Schindler), el demonio (ser sobrenatural de natura maligna, como Regan MacNeil poseída en El Exorcista), el doble malo (doble opuesto del héroe como Superman malvado en Superman III), el genio malvado (de gran conocimiento científico usado para hacer el mal, como el Dr. No), el maleante (villano perteneciente al hampa como Clyde Barrow y Bonnie Parker (Bonnie and Clyde), megalómano: sus delirios de grandeza le llevan a ejercer el mal, como Cruella De Vil (101 Dálmatas), la mujer fatal (como Phyllis Dietrichson en Perdición), el/la psicópata (un villano demente como Norman Bates en Psicosis), el 'señor oscuro' (pretende dominar todo cuanto le rodea: el planeta o la galaxia y suele tener capacidades mágicas como Lord Voldemort en Harry Potter), el tiburón (ambicioso inescrupuloso pero sus negocios no están relacionados con el hampa, como Noah Cross en Chinatown), el tirano (quien abusa de su poder y por ello deviene en villano, como la enfermera Mildred Ratched (Alguien Voló sobre el Nido del Cuco) y el tonto (es torpe y sin carisma como los hermanos Dalton en la saga de Lucky Luke). Cuando los villanos son animales, tenemos las criaturas (seres de fisonomía animal que pueden oponerse al héroe por instinto o puede ejercer el mal por mero gusto como Marte Ataca! de Tim Burton). Si son seres tecnológicos, tenemos los de inteligencia artificial (carece de cuerpo. Pueden también ser producto de rebelarse contra su creador al adquirir un nivel superior de inteligencia como HAL 9000 en 2001: Una Odisea del Espacio), o bien ser máquinas asesinas (como dijimos más arriba, T-800 en Terminator y diversos casos en la ciencia ficción de los '50s). Es necesario aclarar que las categorías no son excluyentes: de hecho, podrían incluírse en más de una categoría, según el ejercicio de la maldad que esté realizando, como del momento de su vida en que se encuentre: Michael Corleone y Darth Vader comienzan como caídos pero acaban como maleante y señor oscuro, respectivamente.



Las Funciones de la Maldad (bah, de los villanos):


Para exponer -y generalizar- las funciones del villano cinematográfico, Jiménez Gascón se vale de tres autores que han ahondado en el tema largo y tendido. El primero es el caso de Vladímir Propp (dedicado especialmente en su morfología del cuento, dedicada a cuentos populares rusos), aportó siete esferas de acción que desarrollan unas treinta y una funciones. Para el cine, trasladando el caso del agresor, debemos pensarlo como quien lucha y persigue al héroe y que su papel es el de turbar la paz de la familia feliz, provocar una desgracia, hacer el mal, causar un perjuicio. Según Vladímir Propp el agresor tiene una actuación limitada a siete funciones, siete 'acciones', siete roles en la trama: 1) Interroga: intenta obtener informaciones (para descubrir la ubicación de algo o alguien); 2) Informativa: el interrogatorio surte efecto y el agresor obtiene respuestas. 3) Engaña: el agresor intenta engañar a su víctima para apoderarse de ella o de sus bienes, cambiando de aspecto y utilizando medios mágicos, o bien la violencia, o bien la persuasión, o bien el engaño. 4) Cómplice: la víctima se deja engañar y ayuda así a su enemigo, a pesar de ella misma; 5) Perjudica: el agresor hace sufrir daños a uno de los miembros de la familia o le causa un perjuicio. Para Propp esto crea el nudo de la historia; 6) Combatiente: el héroe y su agresor se enfrentan en combate; 7) Victoria: el agresor es vencido. El punto determinante, es que en el cine, el villano tiene mayor libertad para actuar que en los cuentos fantásticos analizados por Vladímir Propp. 

Un segundo autor, Orrin Klapp, en su artículo «The Folk Hero», señala las siguientes funciones para nuestros queridos y odiados villanos (pero lo hace pensándolas en clave de su relación directa a los héroes): a) resalta la nobleza del héroe por su contraste; b) crea situaciones para que el héroe puede acontecer; y c) proporcionar razones para la muerte del que, caso contrario, sería el héroe invencible. Dado que Klapp sólo señala las funciones respecto al héroe y hay casos de películas en las que no encontramos este segundo rol, los villanos ejercen otras funciones en relación al público. Así, la personificación del mal en la pantalla reafirma la unión del grupo receptor de esa historia en términos de 'nosotros [los buenos]/ellos [los malos] (función polarizadora); además, focaliza el rechazo en una dirección concreta (función animadversora); y reafirma  valores colectivos (función perpetuadora). 

Por último, la autora presenta la postura específica del espacio audiovisual que tiene Juan José Igartua, acerca de que el espectador de ficción audiovisual no se identifica de igual modo con los protagonistas (héroes) y con los antagonistas (villanos), sino que desarrolla disposiciones afectivas diferenciadas para cada caso y, éstas provocan reacciones empáticas con los protagonistas. En este momento ingresa todo este panorama la cantidad de inferencias empáticas acerca de la función del villano. Así, lo normal es que los espectadores sientan hacia él una contraempatía por su maldad: la alegría del villano molestar al espectador, mientras que si se siente derrotado, la reacción provocará satisfacción. El punto está en que si bien su éxito molesta y su fracaso tranquiliza, los villanos no dejan de atraernos. Mucho. La respuesta la encuentra en Sara Martín, quien asegura que los villanos son quienes sobrepasan las normas morales / convenciones sociales / leyes que nos atan en la vida diaria, y nos permiten vivir -aunque más no sea de segunda mano- la transgresión que jamás nos atreveríamos a vivir en la realidad. Mientras ellos caen en desgracia por sus acciones, nosotros  disfrutamos secretamente de su inclinación por el mal, pero nos preguntamos con brutal hipocresía cómo puede haber esa cantidad de maldad en el mundo.  En este sentido, la ficción permite vivir cosas que de otra manera no podríamos... Los (más o menos secretamente) admirados villanos cumplen una función catártica y en ellos proyectamos nuestras fantasías amorales o ilegales que la vida social nos impide desarrollar. Pero además, él tranquilizar nuestras conciencias y nos lleva a pensar que, si él cae, el mundo es un lugar justo y seguro y la maldad no es algo inherente al ser humano sino algo que unos perturbados se lanzan a esta empresa que nos tienta, pero que finalmente acaban pagando sus vilezas (por ende, nosotros, que no podemos por las convenciones sociales hacer lo que ellos emprenden, estamos en lo correcto). El villano es una fantasía consoladora (como la del Diablo la que servía para convencernos de que el mal no está en nosotros, sino en algo externo que puede controlarnos o poseernos).


Hemos visto, pensado y dedicado unas palabras a los geniales villanos. Parece que no tenemos que odiarlos tanto, porque así sólo reafirmamos la admiración que les tenemos y algo peor: lo poco que nos animanos a ser (y hacer) como ellos, y lo farsante que resulta regocijarnos con su caída. Basta de nuestra esencia.



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(*)  Publicado en Revista Frame Nº 6 (Editada por la Biblioteca de a Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla) o aquí
(**) "La elección del mal", en Nosferatu, nº 27, marzo de 1998.

13/05/2011

¡Vamos Cottard!

Entre tantas otras cosas que dejan huella de La Peste de Albert Camus (y que ya señalamos tres como genialidades, pero que por nada alcanzan a señalar todo lo que ese fuertísimo libro tiene entre sus líneas)*, está un pasaje curioso, gracioso, imposible de no rescatar como una bandera. El protagonista es Cottard, el libertario temeroso de ser encarcelado, que alterna entre el suicidio, sus asuntitos en el mercado negro, la obsesión por causar buena impresión en los demás (para que lo salven de la cárcel), prolongar el período de peste (también -por mal que suene- para que lo salve de la cárcel). Cottard es, definitivamente, un hombre mezquino (o que se ha tornado tal, por causa de algunas circunstancias, si es que prefieren verlo así... en cualquier caso, el resultado es igual de desagradable).

Pero, como todo tiene sus excepciones (todos los héroes transpiran, y los malos defienden lo que quieren con su vida, al igual que el mejor de los soldados), Cottard protagoniza el próximo pasaje. Unas líneas que pintan más una idea que una situación entre personaje: y que, sin esfuerzo, las ví como un manifiesto cotidiano -seguramente, mucho más para mí que para el personaje o para las intensiones del autor en su mismo oficio-. Por esto es que no dudo que Cottard define bien lo que ve, y aquí, sólo aquí, lo apoyo con toda simpatía... Por otro lado -y por suerte-, no existe ley contra lo que nos imaginamos al leer, y se me hace imposible no pensar que Cottard dice esa última línea, destacada aquí en negrita, hablado con la boca torcida, la frente relajada -bajándole así un poco los párpados- y señalándo en la dirección del juez con el pulgar rotado hacia fuera. En mi lectura, es tan necesario que así sea...


"-Ahí viene el juez de instrucción -advirtió Tarrou mirando a Cottard.
A Cottard se le mudó la cara. El señor Othon bajaba la calle, en efecto, y se acercaba a ellos con paso vigoroso pero medido. Se quitó el sombrero al pasar junto al grupo.
-¡Buenos días, señor juez! -dijo Tarrou.
El juez devolvió los buenos días a los ocupantes del auto y mirando a Cottard y a Rambert que estaban más atrás los saludó gravemente con la cabeza. Tarrou le presentó a los dos. El juez se quedó mirando al cielo durante un segundo y suspiró diciendo que esta era una época bien triste.
-Me han dicho, señor Tarrou, que se ocupa usted de la aplicación de las medidas profilácticas. No sé como manifestarle mi aprobación. ¿Cree usted, doctor, que la enfermedad se extenderá aún?
Rieux dijo que había que tener la esperanza de que no y el juez añadió que había que tener siempre esperanza porque los designios de la Providencia son impenetrables. Tarrou le preguntó si los acontecimientos le habían ocasionado un exceso de trabajo.
-Al contrario, los asuntos que nosotros llamamos de derecho común han disminuido. No tengo que ocuparme más que de las faltas graves contra las nuevas disposiciones. Nunca se había respetado tanto las leyes anteriores.
-Es -dijo Tarrou- porque en comparación parecen buenas, forzosamente.
El juez dejó el aire soñador que había tomado, la mirada como suspendida del cielo, y examinó a Tarrou con aire de frialdad.
-¿Eso qué importa? -dijo-. No es la ley lo que cuenta: es la condenación, y en eso nosotros no influimos.
-Este -dijo Cottard cuando el juez se marchó- es el enemigo número uno.
El coche arrancó."


Por supuesto, esto guarda relación no sólo con el carácter libertario (aunque vivió y murió atricherado imbécilmente) sino también con su pánico a que la ley lo prendiese. Pero, si dejamos en suspenso esta última situación -y no dudo que la intensión del autor era precisamente esa, la de jugar entre dos significados que resultaban ambiguos, vagos entre sí (pero que claramente se referían a esas dos situaciones)-, y pensamos sólo en lo que el narrador definió como 'opiniones muy liberales', la afirmación de Cottard... simplemente florece.






(*) Desde ya, ello implica que aún no hayamos 'terminado con él'. Es posible que le dediquemos alguna referencia futura acerca de las últimas páginas -de una profundidad descomunal-, y, que seguramente, en el futuro nos detendremos en lo que uno de sus personajes más deliciosos -Tarrou-, ve como 'la peste' y 'los verdugos que son siempre víctimas' (y viceversa)... En pocas palabras, una recomendable reflexión acerca de la pena de muerte.



10/03/2011

Sin título (X)



No me importan las huelgas, lo que me importa es que se conozcan.


Estefanía Moreira