Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


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27/01/2013

'Imagología' mata 'periodismo' (que mata 'política').

Era el mejor y el peor de los tiempos...
A diario comprobamos las ligazones entre la política y el periodismo. Conocemos las más obvias (y superficiales, seguramente) como cubrir, criticar, cuestionar el proceder de la política; pero seguramente no sean las únicas... Aquí tomaremos una que ya es estructural, porque hace a los mismos fundamentos de la relación entre política y periodismo en la actualidad. La calidad de la prosa y el contenido lo tenemos asegurado: escribe el genial Milán Kundera. Pero antes de eso, tenemos que recuperar una cuestión fundamental para ese texto: el origen del término 'imago'.


Seguramente nos hemos cruzado en algún momento con la palabra. Imago fue la Revista creada por Sigmund Freud en 1912 (y que dirigió junto a los prestigiosos Hanns Sachs y Otto Rank)... también, denomina al concepto acuñado por Karl Jung referido a ese prototipo imaginario adquirido que orienta la forma en que los sujetos aprehendemos a los otros (proveniente de las primeras relaciones intersubjetivas -reales y fantaseadas- en el ambiente familiar). En cualquier caso, tanto Freud como Jung, obtuvieron este término latino de una famosa novela publicada en 1906. Su autor fue Carl Spitteler, Nobel de literatura en el convulsionado año de 1919. Novela muy aclamada por entonces, en su argumento entenderemos por qué fascinó a los psicoanalistas: su protagonista -Viktor- es el campo de batalla en que se enfretan el artista (que renunció al amor de una hermosa joven, Imago, por una obra de arte donde ella sería musa) y el hombre de carne y hueso (obsesionado por una mujer tangible, Pseuda). Esta doble existencia femenina hace que se produzcan más enfrentamientos reflejos: entre Imago y Pseuda, entre el artista y Pseuda -al defender la necesidad de un sacrificio amoroso en pos de la arte-, entre el hombre e Imago -al ser una mujer ideal no puede satisfacer las necesidades del amor-, y así... En resumen, entre Viktor y lo que lo redea se genera una compleja polifonía (de personas ideales y reales) que disputan su postura y existencia. Todo este enredo acontece hasta que Viktor comprende que Imago y Pseuda pueden juntarse en una misma mujer (que será Theuda). He ahí el origen de Imago. 


Pero en lo que sigue no será exactamente eso lo que veremos. Kundera teje las relaciones entre política e imagología -sin saltearse al periodismo en el medio- para mostrarnos la base de la verdad. De esa verdad contingente, mucho menos digitada de lo que a varios les encantaría pensar, y más lábil que una mera alternancia de mentiras.

Fabricar verdades no es un oficio nuevo. Tampoco monopolio de imagólogos. Cuando no la inventan los narradores de perogrullo que nos rodean, nos inventamos una propia: más o menos plausible, más o menos consistente, más o menos creíble. En el caso de la realidad imagológica (la única que conocemos), fluctúa entre la síntesis mutiladora -ríos de tinta de algún estudioso reducidos a unas pocas cláusulas-, el uso de las armas -los sondeos de opinión- y Groucho Marx ('si no le gustan estos principios, tengo otros').


...aunque mejor dejo a Milán Kundera. Es de tal vulgaridad retrasar al quien tiene algo para decir:




La Imagología


El político depende del periodista. ¿Pero de quién dependen los periodistas? De los que pagan. Y los que pagan son las agencias publicitarias, que compran de los periódicos el espacio y de la televisión el tiempo para sus anuncios. A primera vista se diría que se dirigirán sin vacilar a todos los periódicos que se venden bien y que pueden por tanto incrementar la venta del producto ofrecido. Pero ésa es una visión ingenua del asunto. Vender el producto no es tan importante como creemos. Basta con fijarse en los países comunistas: no es posible afirmar que los millones de retratos de Lenin que cuelgan por todas partes pueden incrementar el amor por Lenin. Las agencias de publicidad de los partidos comunistas (los llamados departamentos de agitación y propaganda) olvidaron hace ya mucho tiempo el objetivo práctico de su actividad (hacer que el sistema comunista sea amado) y se convirtieron en un fin en sí mismas: crearon su idioma, sus fórmulas, su estética (los directores de estas agencias tenían antes un poder absoluto sobre el arte en sus países), su idea sobre el estilo de vida, que cultivan, difunden e imponen a las pobres naciones. ¿Objetarán ustedes que la publicidad y la propaganda no pueden compararse, porque una está al servicio del comercio y la otra al de la ideología? No entienden ustedes nada. Hace unos cien años, en Rusia, los marxistas perseguidos comenzaron a reunirse en secreto en pequeños círculos para estudiar el Manifiesto de Marx; simplificaron el contenido de esta sencilla ideología para difundirla a nuevos círculos cuyos miembros, simplificando aún más esta simplificación de lo sencillo, la transmitieron a otros y éstos a otros, de modo que cuando el marxismo se hizo conocido y poderoso en todo el planeta no quedaba de él más que una colección de seis o siete consignas, tan deficientemente ligadas entre sí que es difícil llamarlas ideología. Y precisamente porque lo que quedó de Marx hace ya tiempo que no constituye un sistema lógico de ideas, sino apenas una serie de imágenes y consignas sugerentes (un obrero que sonríe con un martillo, un hombre negro, uno blanco y uno amarillo que se dan fraternalmente la mano, la paloma de la paz que echa a volar hacia el cielo, etcétera, etcétera), podemos hablar justificadamente de la gradual, general y planetaria transformación de la ideología en imagología.


¡Imagología! ¿Quién inventó primero este magnífico neologismo? ¿Paul o yo? Al fin y al cabo eso no es lo que importa. Lo importante es que esta palabra nos permite finalmente unir bajo un mismo techo lo que tiene tantos nombres: las agencias publicitarias, los asesores de imagen de los hombres de Estado, los diseñadores que proyectan las formas de los coches y de los aparatos de gimnasia, los creadores de moda, los peluqueros y las estrellas del show business, que dictan la norma de belleza física a la que obedecen todas las ramas de la imagología.


Claro que los imagólogos existían antes de que hubieran creado sus poderosas instituciones, tal como las conocemos hoy. Hasta Hitler tenía su imagólogo personal, que se ponía ante él y le enseñaba pacientemente los gestos que debía hacer durante sus discursos para fascinar a las masas. Sólo que si entonces aquel imagólogo hubiera dado a los periodistas una entrevista en la que hubiese divertido a los alemanes contándoles que Hitler no sabía mover las manos, no habría sobrevivido más de medio día a su indiscreción. Hoy, en cambio, el imagólogo no sólo no oculta su actividad sino que con frecuencia habla en lugar de sus hombres de Estado, le explica al público lo que les ha enseñado y lo que ha logrado que olvidaran, cómo van a comportarse, de acuerdo con sus instrucciones, qué formulas utilizarán y qué corbata llevarán puesta.


Y no debe extrañarnos su autosuficiencia: la imagología ha conquistado en las últimas décadas una victoria histórica sobre la ideología. Todas las ideologías fueron derrotadas: sus dogmas fueron finalmente desenmascarados como simples ilusiones y la gente dejó de tomarlos en serio. Los comunistas, por ejemplo, creían que durante el desarrollo del capitalismo el proletario iba a empobrecerse cada vez más, y cuando un buen día se demostró que en toda Europa los obreros iban a su trabajo en coche, tuvieron ganas de gritar que la realidad estaba haciendo trampas. La realidad era más fuerte que la ideología. Y precisamente en este sentido la imagología la superó: la imagología es más fuerte que la realidad, que por lo demás hace ya mucho que no es lo que era para mi abuela, que vivía en un pueblo de Moravia y lo conocía aún todo por su propia experiencia: cómo se hornea el pan, cómo se construye una casa, cómo se mata un cerdo y se hacen con él embutidos, qué se pone en los edredones, qué piensan del mundo el señor cura y el señor maestro; todos los días se encontraba con todo el pueblo y sabía cuántos asesinatos se habían cometido en los alrededores en los diez últimos años; tenía, por así decirlo, un control personal sobre la realidad, de modo que nadie podía contarle que el campo moravo prosperaba cuando en casa no había qué comer.


Mi vecino de París pasa su tiempo en una oficina en la que está ocho horas sentado frente a otro empleado, después coge su coche, vuelve a casa, enciende el televisor, y cuando el locutor le informe del sondeo de opinión pública según el cual la mayoría de los franceses ha decidido que su país es el más seguro de Europa (no hace mucho leí semejante sondeo), abrirá de pura felicidad una botella de champagne y jamás sabrá que ese mismo día se cometieron en su calle tres robos y dos asesinatos.  Los sondeos de opinión pública son el instrumento decisivo del poder imagológico, que gracias a ellos vive en total armonía con el pueblo. El imagólogo bombardea a la gente con preguntas: ¿cómo evoluciona la economía francesa?, ¿habrá guerra?, ¿existe en Francia el racismo?, ¿es el racismo bueno o malo?, ¿quién es el mejor escritor de todos los tiempos?, ¿está Hungría en Europa o en Polinesia?, ¿cuál de los hombres de Estado del mundo es más sexy?


Y como la realidad es para el hombre de hoy un continente cada vez menos visitado y menos amado, para lo cual tiene motivos suficientes, los veredictos de los sondeos se han convertido en una especie de realidad superior o, por decirlo de otra manera, se han convertido en la verdad. Los sondeos de opinión pública son un parlamento en sesión continua que tiene la función de crear la verdad, la verdad más democrática que jamás haya existido. Como nunca entrará en contradicción con el parlamento de la verdad, el poder de los imagólogos vivirá siempre en la verdad  y, aunque sé que todo lo humano es perecedero, no soy capaz de imaginar qué es lo que podría acabar con este poder.  En cuanto a la comparación entre la ideología y la imagología, querría añadir lo siguiente: las ideologías eran como enormes ruedas tras el escenario que daban vueltas y ponían en movimiento las guerras, las revoluciones, las reformas. Las ruedas de la imagología dan vueltas, pero esto no incide sobre la historia. Las ideologías luchaban unas contra otras y cada una de ellas era capaz de llenar con su pensamiento toda una época. La imagología organiza ella misma la alternancia pacífica de sus sistemas al ritmo veloz de las temporadas. Dicho con palabras de Paul: las ideologías pertenecían a la historia, mientras que el gobierno de la imagología comienza allí donde termina la historia.


La  palabra  cambio, tan querida para nuestra Europa, ha adquirido un nuevo significado: no significa un nuevo estadio de una evolución continua (como lo entendían Vico, Hegel o Marx) sino un desplazamiento de un sitio a otro, de un lado a otro, de aquí hacia atrás, de atrás hacia la izquierda, de la izquierda hacia delante (tal como lo entienden los sastres que inventan un nuevo modelo para la nueva temporada). Si los imagólogos han decidido que en el club de gimnasia al que va Agnes todas las paredes estarán recubiertas de enormes espejos no es porque los que hacen gimnasia necesiten observarse durante sus ejercicios, sino porque en la ruleta imagológica el espejo se ha convertido en este momento en un número afortunado. Si en el momento en que escribo estas páginas todos han decidido que Martin Heidegger debe ser considerado un delirante y un perro sarnoso no es porque su pensamiento haya sido superado por otros filósofos, sino porque en la ruleta imagológica se ha convertido en un número desafortunado, en un anti-ideal. Los imagólogos crean sistemas de ideales y anti-ideales, sistemas que tienen corta duración y cada uno de los cuales es rápidamente reemplazado por otro sistema, pero que influyen en nuestro comportamiento, nuestras opiniones políticas y preferencias estéticas, en el color de las alfombras y los libros que elegimos, tan poderosamente como en otros tiempos eran capaces de dominarnos los sistemas de los ideólogos. Tras estos comentarios puedo volver al comienzo de la reflexión. El político depende del periodista. ¿De quién dependen los periodistas? De los imagólogos. El imagólogo es un hombre de convicciones y de principios: exige del periodista que su periódico (canal de televisión, emisora de radio) responda al sistema imagológico de un momento dado. Y eso es lo que los imagólogos controlan de tanto en tanto, cuando deciden si van a apoyar a éste o a aquel periódico.


Un día también observaron, así desde lo alto, la emisora de radio en la que Bernard es redactor y en la que Paul tiene todos los sábados un breve espacio llamado «El derecho y la ley». Prometieron conseguir para la emisora muchos contratos publicitarios y organizar además para ella una campaña con carteles por toda Francia; pusieron sin embargo condiciones a las que el director del programa, apodado «el Oso», no pudo sino someterse: poco a poco comenzó a acortar los comentarios para que el oyente no se aburriera con extensas reflexiones; hizo que los cinco minutos de monólogo de cada redactor fueran interrumpidos por preguntas de otro redactor para que diera la impresión de un diálogo; ponía muchas más cortinas musicales, dejaba con frecuencia sonar la música por debajo de la palabra y aconsejaba a todos los que hablaban por el micrófono que manifestasen al máximo una ligera soltura y una despreocupación juvenil, gracias a las cuales se embellecían mis sueños matinales, en los que las noticias del tiempo se convertían para mí en ópera cómica. Como le importaba que sus subordinados no dejaran de ver en él a un poderoso oso, intentó con todas sus fuerzas conservar en sus puestos a todos sus colaboradores. Sólo en una cosa cedió. El programa habitual «El derecho y la ley» era considerado por los imagólogos tan evidentemente aburrido que se negaron a discutir acerca de él y lo único que hicieron fue reírse mostrando sus dientes excesivamente blancos. El Oso prometió que en un plazo breve eliminaría el programa, pero después le dio vergüenza haber cedido. Le daba aún más vergüenza porque Paul era su amigo (*).






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(*) En La Inmortalidad. (todos los destacados -y sus combinaciones- son propios). 

10/02/2012

#periodismo #mentir #derecho #dios

Hace no tanto tiempo atrás, con la proliferación de lo que se llama la 'web 2.0' (o 'web social') se empezaron a reconfigurar algunas relaciones entre los individuos. Al principio, sólo se hacían más visibles en su primera persona: alguno escribía en un blog o tenía un perfil en Twitter y podía comentar cosas de su vida cotidiana, como garabatear personajes de ficción, cuanto compartir lo que ya había escrito. En otro momento, a alguien se le ocurrió convocar gente a uno de estos espacios para un asunto determinado: una causa (justa o trivial - quién podría juzgarlo con precisión), un tema de interés o con la deliberada intención de desafiar los medios convencionales de difusión. Y todo ello no fue nada despreciable, sobre todo, porque empezaron a suceder cosas fuera de la virtualidad (o sea, en ese espacio que aún se llama 'realidad'). Luego de ello, algunos medios de comunicación convencionales, comenzaron a mirar a esos lugares donde pasaban cosas y a hacerse eco de ellas, mientras algunas editoriales empezaron a imprimir lo que sucedía en esos lugares en un modo que ya nos era conocido: tinta, tapas y bastante papel.


Entonces la lógica cambió... porque la cosa cambió, claro está.


Cada vez más gente pudo compartir una opinión y hacerla accesible a los demás de manera más veloz, incluso, de lo que antes solían hacerlo periodistas y comunicadores reconocidos -que no siempre llegaban a la inmediatez actual-... por lo que al viejo periodista [el único] habilitado a emitir un comentario acerca de un  hecho, se le sumó un blogger, dos, tres, mil. Y un foro, dos, tres, mil. Y una página pública de Facebook, dos, tres, mil... sin contar los casos de blogueros, foristas y personajes públicos en Facebook que arrastran una considerable mayor cantidad de seguidores que columnistas de carrera en ese espacio tan impresionante que conocemos como 'social media'. Con esto no estoy asegurando que los periodistas sean prescindibles, ni que todos deberían ser desbancados por el ciudadano de a pié. Tampoco aseguro que esa cantidad se traduzca, necesariamente, en calidad. Sólo digo que ahora, eso que antes sabíamos, se torna concreto: quien opina/analiza por gráfica/TV/radio no es necesariamente el que tiene la opinión más acabada acerca de un hecho, ni el que lo contempla en todos los puntos de vista o siquiera, los más interesantes... y por tanto, ahora podemos encontrar excelentes opiniones y comentarios fuera de los medios convencionales. Antes, dar con alguien perspicaz, que nos daba un análisis más valioso de un hecho era un fenómeno acotado -por el contacto físico o bien por el espacio en que ocurría (un congreso académico, una reunión gremial, un evento que nucleara a personas de diferentes extracciones, etc)-, mientras que hoy se hace masivamente accesible y viralmente potenciable.


Todo esto venía al caso de otro fin: quería presentarles un extracto muy rico, escrito por Milán Kundera en su libro 'La Inmortalidad', donde, mucho antes de la web social dice que 'periodista es [aquél] que tiene el derecho de preguntar'... algo que  inmediatamente me hizo pensar en esta reconfiguración del rol del periodista, y que ahora puede ser un oficio ejercido por muchos más de los que lo era antaño... en diferentes formatos, calidades y frecuencias. En otras palabras, el que hoy tiene derecho a preguntar, es todo aquél que tenga acceso a esta gran web 2.0, y por tanto, el sentido del oficio del periodista (sea que se lo ejerza una vez por año, dos o tres veces en un mes o todos los días) es un derecho [más] concreto, y no una bella declaración de principios en una carta fundante de un orden político-social.



El Decimoprimer Mandamiento.

En otros tiempos había un gran nombre que simbolizaba la fama de un periodista: Ernest Hemingway. Toda su obra, su estilo conciso y concreto, tenía sus raíces en los reportajes que enviaba cuando era joven a un periódico de Kansas City. Ser periodista significaba entonces acercarse más que nadie a la realidad, recorrer todos sus rincones ocultos, ensuciarse las manos con ella. Hemingway estaba orgulloso de que sus libros estuvieran tan abajo, junto a la tierra misma, y al mismo tiempo tan alto, en el cielo del arte (...). ¿Quién es, por lo demás, el periodista más memorable de los últimos tiempos? No es Hemingway, quien escribía sobre sus experiencias en las trincheras del frente; no es Orwell, quien pasó un año de su vida con los pobres de París; no es Egon Erwin Kisch, conocedor de las prostitutas de Praga, sino Oriana Falacci, quien entre 1969 y 1972 publicó en el semanario italiano L'Europeo un ciclo de conversaciones con los más famosos políticos de la época. Aquellas conversaciones eran algo más que simples conversaciones; eran duelos. Los poderosos políticos, antes de advertir que se estaban batiendo en condiciones desiguales —porque las preguntas podía hacerlas ella y ellos no— ya se retorcían K.O. sobre la lona del ring.  Aquellos duelos eran el signo de los tiempos: la situación había cambiado. 

El periodista comprendió que lo de hacer preguntas no era simplemente el método de trabajo de un reportero, que realiza sus investigaciones modestamente con una libreta y un lápiz en la mano, sino un modo de ejercer el poderPeriodista no es aquel que pregunta, sino aquel que tiene el sagrado derecho de preguntar, de preguntarle a quien sea lo que sea. ¿Acaso no tenemos todos ese derecho? ¿Y no es acaso la pregunta un puente de comprensión tendido de hombre a hombre? Quizá. Por eso precisaré mi afirmación: el poder del periodista no está basado en el derecho a preguntar, sino en el derecho a exigir respuestas.  


Fíjense bien, por favor, en que Moisés no incluyó entre los diez mandamientos el de «¡No mentirás!». ¡No fue una casualidad! Porque quien dice «¡No mientas!» tiene que decir antes «¡Responde!», y Dios no le dio a nadie el derecho a exigir de otro una respuesta. «¡No mientas!», «¡Di la verdad!», son palabras que un hombre no debería decirle a otro si lo considera un igual. Quizá Dios sea el único en tener derecho a decírselas, pero no tiene ningún motivo para hacerlo porque todo lo sabe y no le hace falta nuestra respuesta. Entre el que da órdenes y el que tiene que obedecerlas no hay una desigualdad tan radical como entre quien tiene derecho a exigir una respuesta y quien tiene la obligación de responder. Por eso el derecho a exigir una respuesta se otorgaba desde siempre sólo en casos excepcionales. Por ejemplo al juez que investiga un delito. En nuestro siglo se adjudicaron este derecho los Estados fascistas y comunistas, y no en situaciones excepcionales, sino para siempre. Los ciudadanos de esos países saben que en cualquier momento puede producirse una situación en la que serán llamados a responder: qué hicieron ayer; qué piensan en lo más oculto de su alma; de qué hablan cuando se encuentran con A; ¿es cierto que mantienen una relación íntima con B? Precisamente ese imperativo sacralizado «¡Di la verdad!», ese decimoprimer mandamiento, a cuya fuerza no supieron resistir, los convirtió en masas de miserables infantilizados. Claro que a veces aparecía algún C que no quería por nada del mundo decir de qué había hablado con A, y para rebelarse (con frecuencia era la única rebelión posible) decía en lugar de la verdad una mentira. Pero la policía lo sabía y montaba en secreto en su casa micrófonos ocultos. No lo hacía por motivos reprobables, sino para enterarse de la verdad que el mentiroso C escamoteaba. Sencillamente reivindicaba su sagrado derecho a exigir una respuesta. En los países democráticos, cualquiera le respondería sacando la lengua al policía que se atreviera a preguntarle de qué ha hablado con A y si mantiene relaciones íntimas con B. No obstante, aquí también el gobierno del decimoprimer mandamiento se ejerce con toda energía. ¡Algún mandamiento tiene que gobernar a la gente en nuestro siglo, cuando los Diez Mandamientos de Dios ya casi han caído en el olvido! 

Toda la estructura moral de nuestra época se apoya en el decimoprimer mandamiento, y el periodista ha comprendido que gracias a una resolución secreta de la historia debe convertirse en su administrador, con lo cual adquirirá un poder con el que no soñaban ni Hemingway ni Orwell.  La primera vez que esto quedó demostrado con total claridad fue cuando los periodistas norteamericanos Cari Bernstein y Bob Woodward descubrieron con sus preguntas el juego sucio del presidente Nixon durante las elecciones y obligaron así al hombre más poderoso del planeta primero a mentir en público, después a reconocer en público que mentía y finalmente a marcharse con la cabeza gacha de la Casa Blanca (...) Destronarlo no por las armas o con intrigas, sino mediante la mera fuerza de la pregunta. «Dime la verdad», dice el periodista y nosotros naturalmente podemos preguntar cuál es el contenido de la palabra verdad para aquel que administra la institución del decimoprimer mandamiento. Para que no haya confusiones, subrayamos que no se trata de la verdad divina por la que murió en la hoguera Jan Hus, ni de la verdad de la ciencia y el libre pensamiento, por la que quemaron a Giordano Bruno. La verdad que corresponde al decimoprimer mandamiento no se refiere ni a la fe ni al pensamiento, es una verdad de la planta baja de la ontología, la verdad puramente positivista de los hechos: qué hizo C ayer; qué es lo que de verdad piensa en lo más profundo de su alma; de qué habla cuando se reúne con A; y ¿mantiene relaciones íntimas con B? No obstante, aunque esté en la planta baja de la ontología, es la verdad de nuestra época y tiene la misma fuerza explosiva que en otros tiempos tuvieron la verdad de Hus o la de Giordano Bruno (...).


Empieza la campaña electoral, el político salta del avión al helicóptero, del helicóptero al coche, se esfuerza, suda, engulle su almuerzo a la carrera, grita por el micrófono, pronuncia discursos de dos horas, pero al final, siempre dependerá de Bernstein o de Woodward cuál de las cincuenta mil frases que pronunció llegará a las páginas de los periódicos o será citada en la radio. Por eso el político querrá aparecer en la radio o la televisión en directo, sólo que eso no es posible más que por medio de Oriana Fallacci, que es dueña y señora del programa y que será quien le hará las preguntas. El político querrá aprovechar el momento en que por fin lo ve toda la nación y decir enseguida lo que siente, pero Woodward sólo le va a preguntar por lo que no siente en lo más mínimo, por lo que no quiere ni mencionar. Se encuentra así en la situación clásica del bachiller al que han convocado a la pizarra y que intenta emplear el viejo truco: pondrá cara de responder a la pregunta pero en realidad hablará de lo que para la emisión preparó en su casa. Pero si este truco valía hace tiempo para el profesor, no vale ya para Bernstein, quien le recuerda implacable: «¡No ha respondido a mi pregunta!» (...)




Este post está especialmente dedicado a @snlalaurette





05/02/2012

Las Reglas del Volar.

...y así, finalmente, llegás al cielo.
Este post es una traducción (muy, muy precaria) del guión del corto Las Reglas del Volar (2004, Eugenie Jansen). Me resulta muy engorroso comentarlo, porque es un todo compuesto de manera consistente... preciosa (y precisa).  Y  sé, sin lugar a duda, que cualquier referencia que haga va a ser incompleta, desestimable y seguramente injusta.



Tal vez, viendo sus ideas generales, logre que lo busquen y comprueben lo bueno que es. 



Esto es lo que narra: 




"Realmente lo tienes que desearNo hay excusa para fracasar. Querer es poder: Ésa es la primera regla del volar. 

Si un pájaro dudase, caería irremediablemente: Debes tener fé.

Hay que evitar espacios cerrados. Las paredes y techos intensifican el efecto de la gravedad.

Debes vencer el miedo. Aleja tus límites. Coraje y audacia, de eso se trata.

Debes pensar ligeramente, pero sólo pensar no te ayudará. Comer pesado tampoco.

Debes impulsar tu cuerpo y mente.

Quien asume el riesgo, encontrará la recompensa. 

Debes estar dispuesto a dejarlo todo. Soltarte. Una vez en el aire, verás qué fácil es sentirse libre.



(como siempre, los destacados son míos.)



28/12/2011

Golpe de Vista (25/V/2010)

Las expresiones de nacionalismo no caracterizan este blog. La conmemoración y reificación de fechas contingentes, tampoco. Pero las buenas imágenes son parte de su médula. Es por eso que estas valen la pena.

Véanlas así, como arrojadas sobre la mesa:



(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Alberto Raggio)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(REUTERS/Marcos Brindicci)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (AP Photo/Natacha Pisarenko)
 

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires/Monica Martinez / CC BY)

(AP Photo/Natacha Pisarenko)

(Maxi Failla/AFP/Getty Images)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(ALEJANDRO PAGNI/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

 (DANIEL GARCIA/AFP/Getty Images)

(AP Photo/Leandro Sanchez)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(AP Photo/ Natacha Pisarenko)

(REUTERS/Martin Acosta)

(AP Photo/Leandro Sanchez)



Dejamos los comentarios para los posts que no versen sobre imágenes, claro.




29/10/2011

Sin título (XX)






Yo creo que es mejor pensar que Dios no acepta sobornos. 


Jorge Luis Borges.






Obedecer I

Stanley Milgram en 1977
Supongamos que a alguna de estas preguntas le encontramos una respuesta    más o menos sencilla, o que -si no es sencilla-, al menos estimamos saber cómo proceder en una situación de esa naturaleza: ¿Hasta dónde obedecer a una orden? ¿Dónde esa orden debe ser legítimamente desobedecida? ¿Cuándo desobedecer es un acto de moralidad y no una mera rebeldía? ¿Qué raro mecanismo mental se activará (o desactivará) a la hora de obedecer el criterio ajeno? ¿Qué parte de la obediencia se encuentra en la comodidad práctica y qué otra habla más de nuestro costado oscuro?

La misma pregunta (y seguramente algunas otras, mejor formuladas) se hizo Stanley Milgram en esta serie de experimentos en psicología social desarrollados en la Universidad de Yale, en los comienzos de los '60s (*). Como en muchos otros casos, un acontecimiento de la historia de entonces se impuso para que Milgram se interesase por esta cuestión: el 11 de abril de 1961, comenzó el juicio a Adolf Eichmann donde se lo sentenciaría a muerte el 31 de mayo, en Jerusalén, por su responsabilidad en la muertes que costó el Holocausto. Habían pasado cuatro días de que Milgram terminase su último día de experimentación interesado en saber: ¿Podría ser que Adolf Eichmann y todos los oficiales en función durante el Holocausto sólo estuvieran siguiendo órdenes? ¿O podríamos llamarlos 'cómplices'?

Valiosa pregunta.

Fachada del edificio 'Linsly-Chittenden Hall' 
en la Universidad de Yale,
donde fueron realizados la mayor parte

 de los experimentos 
(Foto de Alan C. Elms).
Ahora bien: ¿Cómo se las arregló para experimentar, medir y finalmente estudiar esta cuestión? Colocó un anuncio en el un diario de New Haven (Connecticut) buscando voluntarios para participar en un estudio de memoria y aprendizaje en la prestigiosa universidad de Yale. Se les pagaría U$S 4 (en ese entonces, uno almorzaba algunas veces por ese dinero) más los viáticos. Se seleccionó a los voluntarios que tenían entre 20 y 50 años sin discriminar en su educación. Se les explicó la lógica del experimento (el que poseía, obviamente, un participante que no era voluntario sino un actor, situación que los voluntarios ignoraban): habría un experimentador (el investigador de la universidad), un maestro (que sería siempre el voluntario) y un alumno (el actor, contratado por los experimentadores, que se haría pasar por otro voluntario). Se colocaría al voluntario (maestro) separado del actor (el supuesto 'alumno') para que le dictase una serie de palabras a las que el alumno debería responder en el mismo orden. Caso se equivocase, el maestro le administraría una descarga eléctrica que iría aumentándose a medida que los errores del alumno se acumulasen (dato de color, nada menor: cuando el experimentador presentaba a los dos voluntarios, el que era en realidad un actor le consultaba al experimentador si la descarga podía dañarle, dado que tenía un problema cardíaco. El experimentador le aseguraba que la descarga era mínima, y que nunca podría dañar su corazón. Por otro lado, la preparación del alumno -colocarle electrodos y sentarlo en una silla a la que se encontraba atado- se realizaba a la vista del verdadero voluntario, como también, se le avisaba que estaba siendo filmado para que luego de terminado el experimento no negase la existencia de todo lo ocurrido). Ambos participantes eran separados por un biombo y comienza la prueba. Se suceden las series de palabras y a cada error, el único voluntario (el maestro) comienza a dar las descargas al alumno (que, ignorándolo aquél, finge recibir una descarga eléctrica con un gemido o una queja). Se suceden los errores, por lo que se suceden las descargas -aumentando progresivamente su voltaje- y, por supuesto, se suceden y agravan las quejas (de una expresión vulgar de dolor, pasará a una más fuerte y continuará pidiendo que lo saquen, para luego alegar que en realidad le duele el pecho). En este momento, el voluntario seguramente le reclamará por su 'alumno' al experimentador, convencido de las manifestaciones de dolor de aquél, a lo que el experimentador le contestará, sin excepción, que continúe, dado que el experimento lo requiere, o que es esencial que se lleve a cabo el experimento, o bien que no tiene opción alguna y debe continuar. Esta situación se extendía hasta cuando el 'alumno' dejaba de responder, como si algo grave le hubiese pasado...

En esta altura del experimento, las reacciones de los voluntarios eran diversas:

Por lo general, al administrarse descargas de 75 voltios, los maestros se ponían nerviosos y deseaban parar el experimento, pero la obligación en que los sumía la orden del investigador los hacía continuar. En otros casos, al llegar a los 135 voltios, muchos 'maestros' se detenían y (se) preguntaban el propósito del experimento. Cierto número continuaba asegurando que ellos no se hacían responsables de las posibles consecuencias. Lo sorprendente reside en que el 65% de los participantes (26 de 40) aplicaron la (supuesta) descarga de 450 voltios (al contrario de lo que el sentido común podría suponer de que serán sólo unos cuantos sádicos los que llegarán a ese nivel). Recordemos, además, que bastante antes -a los 300 voltios- el alumno dejaba de quejarse y no se lo oía más... En relación a lo anterior, todos los voluntarios pararon en algún punto y cuestionaron el experimento, pero ninguno se negó rotundamente a aplicar más descargas antes de alcanzar los (supuestos) 300 voltios (esta conclusión variaba -en los diecinueve posteriores experimentos-, si se variaban las condiciones del estudio). Lo más curioso de todo es que los voluntarios reales no parecían ser personas fuera de lo común: cuando se les revelaba la situación, se mostraban preocupados por su conducta, y se encontraban  nerviosos por el cariz que había tomando la situación con el 'alumno' (de ahí que se aliviaran cuando sabían que el alumno cardíaco no era más que un actor), y lo fundamental: eran conscientes del dolor que habían estado infligiendo (al preguntarles por cuánto sufrimiento había experimentado el alumno la media fue de 13 en una escala de 14).  Milgram también combinó el poder de la autoridad con la conformidad. En esos experimentos los participantes fueron acompañados por uno o dos 'maestros' (también actores). Cuando estos se negaron a cumplir las órdenes, la obediencia bajó críticamente: sólo 4 de los 40 participantes continuaron en el experimento. En un experimento siguiente, los verdaderos participantes sólo hacían una tarea de acompañamiento (sólo leían las preguntas o sólo registraban las respuestas del aprendiz) con un maestro que completaba la prueba: en esta versión del experimento ¡Sólo 3 de 40 desafiaron al experimentador! 


Pasando en limpio, la obediencia disminuye (=las personas están menos predispuestas a infringir dolor ante la orden de hacerlo):
-el 'alumno' y el 'maestro' se encuentran cerca.
-si el 'experimentador' (el científico a cargo) está lejos del 'maestro'.
-si el 'maestro' está acompañado de otros dos 'maestros' que desafían la autoridad del experimentador.
-si el 'maestro' puede elegir la cantidad de voltios a aplicar al 'alumno'
-si el científico llamaba a un alto en la prueba, aún cuando el 'alumno' decía que continuasen.


Stanley Milgram elaboró dos teorías para explicar sus resultados: 
1) Teoría del conformismo: Retomando trabajos ajenos acerca de la relación de un individuo con su grupo de referencia, destaca que un sujeto dado que, en una situación crítica, no tiene la habilidad o el conocimiento para tomar decisiones, hará descansar la toma de decisiones en el grupo y su jerarquía, convirtiéndolo en el modelo de comportamiento individual.
2) Teoría de la cosificación (agentic state): Aquí reside para Milgram la esencia de la obediencia. Evoca la situación en que un individuo se concibe a sí mismo como instrumento que concreta la voluntad de otra persona, y por ello no considera a su persona como responsable de sus actos. Cuando esta transformación de la auto-percepción acontece, se desencadenan todas las características esenciales de la obediencia (aquí reside el fundamento del respeto militar a la autoridad: los soldados obedecerán y ejecutarán órdenes de los superiores, suponiendo que la responsabilidad de sus actos recae en el mando de sus superiores jerárquicos).



Desde ya que Milgram recibió múltiples críticas (**). Algunas, objetaron el modo en que obtuvo sus datos mientras otras refutaron sus conclusiones. Podemos adherirnos a cualquiera de los dos grupos críticos, y aún así, los resultados del estudio siguen siendo igual de llamativos... 




En un próximo post, me centraré en las cuestiones éticas que se desprenden al interior del estudio -es decir, sus mismísimas conclusiones-, y de la producción fílmica que Milgram realizó acerca de su investigación.




Para seguir leyendo: El sitio de Milgram (en inglés)




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(*) Publicó en dos oportunidades sus resultados: la primera vez en un artículo de 1963, para la revista científica Journal of Abnormal and Social Psychology con el título Behavioral Study of Obedience ('Estudio Conductual de la Obediencia') y luego en 1974 en su libro Obedience to Authority. An Experimental View ('Obediencia a la Autoridad. Una Perspectiva Experimental').
(**) El impacto ético del estudio ha sido objeto de varias controversias. Milgram usó una consigna engañosa y creó una situación de presión inusual, que sus voluntarios no habían previsto. Estas objeciones se presentaron en otros estudios famosos, como el caso del Tuskegee sobre sífilis -en el que no se informó a los pacientes que estaban siendo estudiados, y además se los engañó con una serie de ventajas materiales y terapéuticas que supuestamente les serían otorgadas por atenderse allí. Tal situación llevó al gobierno de Estados Unidos a replantearse formalmente la regulación de una protección para las personas que participan en una investigación, y crearon el Consejo Nacional de Investigación en Seres Humanos (National Investigation Board), y la posterior Oficina de Protección en la Investigación en Seres Humanos, dentro de lo que sería su Ministerio de Salud.


14/10/2011

Sin título (XIX)



El medio social constituye un conjunto de condiciones fuera del control del individuo concreto dado, pero no fuera del control de la intervención humana en general.




Talcott Parsons








23/09/2011

Detalles y Nada Más...

En una película inigualable, actual y completísima (no porque tenga muchos detalles diferentes que la hagan 'más completa' sino porque es un hecho cerrado, compacto, sólido... o sea, completo) de Billy Wilder, conocida en latinoamèrica como 'Días sin Huella' (Lost Weekend en el original) su protagonista, Don Birnam, un alchólico de 33 años, frustrado por su antaño prometedora carrera de escritor, condenada al fracaso por la falta de inspiraciòn o el alcohol (elijan ustedes la causa), le dice a al interlocutor inexistente -ése que aparece en momentos etìlicos-, que el amor es el asunto más difìcil sobre el cual escribir. Porque es simple: 'Entonces, uno tiene que capturarlo a traves de los detalles: como la luz sol de la primera mañana, golpeando el gris metálico del charco de lluvia enfrente de la casa de ella... el ring del teléfono que suena como la Pastoral de Beethoven... una carta en borrador en la libreta que ella usa en el trabajo... eso que llevas en el bolsillo porque huele a todas las lilas en Ohio...' (por supuesto, la lìnea siguiente a esta interesante idea, es un decidido: 'Sírveme, Nat!' (*)

 
Lo que sigue es otra foucaultiana. Una perla incluìda en su genealogìa del alma moderna, conocida como 'Vigilar y Castigar', donde construye desde los detalles... porque esa es la mismísima táctica de la disciplina: los detalles. Pero aquí no me sumaré a ese análisis tan bien hecho. No repararé en las consecuencias -y en las pistas que Fucault encuentra para advertir su presencia-, sino en el detalle por sí mismo. Vayamos a ellos mismos por medio de estos textos que Michel Foucault encontró, interpretó, rearmó y expuso acorde sus ideas:


"(...) Para advertir las impaciencias, recordemos al mariscal de Sajonia: 'Aunque quienes se ocupan de los detalles son considerados como personas limitadas, me parece, sin embargo, que este aspecto es esencial, porque es el fundamento, y porque es imposible levantar ningún edificio ni establecer método alguno sin contar con sus principios. No basta tener afición a la arquitectura. Hay que conocer el corte de las piedras' [1].

Y más adelante sigue recuperando Foucault: (...) ese gran himno a las "cosas pequeñas" y a su eterna importancia, cantado por Juan Bautista de La Salle, en su 'Tratado de las obligaciones de los hermanos de las Escuelas Cristianas'. La mística de lo cotidiano se une en él a la disciplina de lo minúsculo: "¡Cuan peligroso es no hacer caso de las cosas pequeñas! Una reflexión muy consoladora para un alma como la mía, poco capaz de grandes acciones, es pensar que la fidelidad a las cosas pequeñas puede elevarnos, por un progreso insensible, a la santidad más eminente; porque las cosas pequeñas disponen para las grandes... Cosas pequeñas, se dirá, ¡ay, Dios mío!, ¿qué podemos hacer que sea grande para vos, siendo como somos, criaturas débiles y mortales? Cosas pequeñas; si las grandes se presentan, ¿las practicaríamos? ¿No las creeríamos por encima de nuestras fuerzas? Cosas pequeñas; ¿y si Dios las acepta y tiene a bien recibirlas como grandes? Cosas pequeñas; ¿se ha experimentado? ¿Se juzga de acuerdo con la experiencia? Cosas pequeñas; ¿se es tan culpable, si considerándolas tales, nos negamos a ellas? Cosas pequeñas; ¡ellas son, sin embargo, las que a la larga han formado grandes santos! Sí, cosas pequeñas; pero grandes móviles, grandes sentimientos, gran fervor, gran ardor, y, por consiguiente, grandes méritos, grandes tesoros, grandes recompensas'. [2]

He ahí la cuestión: hay sólo detalles. Foucault lo sabía y lo usó para abordar la disciplina. En mi caso, me atreví a robar esas evidencias para exaltar la verdad (sólo hallable en la experiencia), para hacer un prescindible elogio de los detalles.






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(*) -Love is the hardest thing in the world to write about. It's so simple. You've got to catch it through details... like the early morning sunlight hitting the gray tin of the rainspot in front of her house. The ringing of a telephone that sounds like Beethoven's Pastoral. A letter scribbled on her office stationery... that you carry in your pocket because it smells of all the lilacs in Ohio. Pour it, Nat!
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[1] Maréchal de Saxe, 'Mes réveries', t. I. Avant-propos, p. 5.
[2] J.-B. de La Salle, 'Traite sur les obligations des frères des Écoles chrétiennes', edición de 1783, pp. 238-239.
[3] E. Geoffroy Saint-Hilaire atribuye esta declaración a Bonaparte, en la 'Introducción a las Notions synthétiques et historiques de philosophie naturelle'.
[4] J.B. Treilhard, 'Motifs du code d'instruction criminelle', 1808, p. 14.



30/08/2011

(sin título, obviamente...) XVIII



Una creencia no es solamente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente'.



Robert Bolt.





24/07/2011

El Amor, Batman y su Careta

El fenómeno de la web 2.0 tiene aristas insospechadas. No sólo porque nos nuclea con gente realmente afín que, si no sortéasemos el factor distancia jamás conoceríamos, sino porque nos lleva a interacciones muy provechosas... como todas las interacciones, aún las que nos saben amargas. Dejando de lado este punto, que nada tiene que ver con el post, veamos el giro que tomó una cita publicada en Twitter (profundísima, inteligente y realmente descriptiva de cómo funciona la cosa, al menos para mí), cuando ésta se republicó en Facebook:


En Twitter publiqué Love takes off masks that we fear, we cannot live without and know we cannot live within. - James Arthur Baldwin ('El amor quita las máscaras que nos amedrentan, las que no podríamos dejar de vivir y con las que sabemos que tampoco podemos vivir'. James Arthur Baldwin) 


Y en Facebook, apareció este comentario de Mauro Román Acuña: 'Muy cierto. Como Batman II cuando se arranca la máscara y le dice a Gatúbela que se vaya a vivir con él a la baticueva. Aunque parezca broma es lo primero que se me viene a la mente con esa frase'.


Giro inesperado, pero también apropiado.








13/07/2011

Tener y Querer Tener.


 Diógenes, el filósofo, estaba recostado junto a un tonel, mirando y contemplando los agasajos que el pueblo entero de Corinto hacía a Alejandro, el Magno. El sol le permitía ver ese espectáculo y además le acariciaba la cara. El digno rey se acercó y, mientras eclipsaba el sol sobre Diógenes, le dijo:

-Yo soy el rey Alejandro - presentádose.
-Y yo soy Diógenes, el perro - le respondió el filósofo.
-¿Por qué te haces llamar 'perro'? - preguntó el Magno.
-Porque acaricio a los que me dan, ladro a los que no me dan y muerdo a los malvados - dijo Diógenes, orgulloso.
- Pídeme lo que quieras y lo tendrás -  dijo Alejandro.
- Lo que quiero es que dejes de tapar mi sol - dijo Diógenes, pacífico y solícito.


Luego de ello, dicen que el macedonio le dijo a sus acompañantes: 'Por Zeus, si no fuese Alejandro, querría ser Diógenes'.











11/07/2011

Sin título (XVI)



Nada está perdido si se tiene el valor de proclamar que todo está perdido y hay que empezar de nuevo.



Julio Cortázar






02/07/2011

Filosofía para Ver... (The Professionals, 1966)

Y para oír. Sí: 'filosofía para ver y para oír'. Tal vez deberíamos agregar 'en el recuerdo', pero es precisamente ese espíritu tan abandónico, tan traicionero, que tiene el dichoso recuerdo el que me sienta aquí, frente a mi computadora a escribir éste post (y espero que otros más, del mismo tipo, en el futuro).

El visionado de una buena película (o un buen guión bien contado) es una experiencia innenarrable para algunos, placentera para muchos y valiosa para ambos grupos sumados. Pero el re-visionado, esa empresa a la que sin conseción debemos someternos por la traición del recuerdo, puede renovar cosas realmente inigualables, perdidas por el momento, pero evocables si las enfrentamos una vez más. Ahora me tocó volver a disfrutar, por quinta o sexta vez, ese gran western, The Professionals (1966, Brooks), una genial adaptación de la novela A Mule for the Marquesa de Frank O'Rourke. El director y ávil guionista ya lo sabíamos muy bueno en lo suyo (hizo Cat on a Hot Tin Roof en 1958, Elmer Gantry con un descollante Burt Lancaster y una adorable Jane Simmons en 1960, el Lord Jim de 1965, In Cold Blood en 1967, como la polémica Looking for Mr. Goodbar en 1977, entre otras tantas), así que, el guión y los modos que eligió para lucirlo visualmente no son algo que no esperásemos... el buen hombre sabía filmar, escogía brillantes historias, y encima, sabía traducirlas bien al celuloide (lo que debe agradacerse, no sólo por el buen momento cinematográfico, sino por la justicia que le hizo a algunos de los tremendos escritores que las habían ideado).


Bill Dolworth: El cementerio de los sin nombre. Enterramos unos buenos amigos allí.
Rico: Y unos buenos enemigos.
Bill Dolworth: Esa fue una batalla del demonio. Sin hombres o armas, igual la ganamos.
Rico: Si, pero a quién le importa ahora... o siquiera lo recuerda?



Bill Dolworth: Saben quién se llevó a la mujer?
Rico: Raza.
Bill Dolworth: Nuestro 'Raza'? Un secuestrador?
Rico: Grant tiene una nota de rescate que lo prueba..
Bill Dolworth: Buenos ¡Que el demonio me lleve!
Rico: Nos llevará a la mayoría de nosotros




Hans Ehrengard: Qué hacian esos norteamericanos en la Revolución Mejicana?
Bill Dollworth: Tal vez sólo hay una revolución, desde el principio: los buenos contra los malos. La pregunta es: Quiénes son los buenos?




Henry Rico Fardan: Academia Militar de Virginia. Misión en Filipina. Cuba con los Jinetes Salvajes de Roosvelt. Casado con una mejicana, hoy fallecida. Se unió a Pancho Villa como experto en armamento y táctica.
J.W. Grant: Tu cabello estaba más oscuro.  
Henry Rico Fardan: Y mi corazón más liviano.



Bill Dolworth: Los hombres en ese tren eran Colorados. Tiradores expertos. También expertos en tortura. Un par de años atrás, quemaron y saquearon un pueblo de tres mil personas. Cuando terminaron, quedaban sólo cuarenta.. La mujer de Fardan era una de las afortunadas cuarenta. "Por qué eres una revolucionaria?" le preguntaron. "Pera librar al mundo de basuras como ustedes" dijo ella. La desnudaron, y la corrieron y la pincharon contra un cactus hasta que su carne estaba... Los otros treinta y nueve rebeldes la vieron morir... y no hicieron nada. Sólo miraron.




Jesus Raza: Cómo terminaste en trabajo sucio?
Bill Dolworth: Lo de siempre: dinero.
Jesus Raza: Todo es como siempre. Necesito armas y balas, como siempre. La guerra va mal, como siempre. Sólo tú... tú no sigues como siempre.  



Jake Sharp: Señor D. ¿Qué hace que un hombre cálido como usted sea dinamitador?
Bill Dolworth: Bueno, te cuento. Nací con una poderosa pasión por la creación. Y no se escribir, o pintar, o componer una canción...
Hans Ehrengard: Entonces, se dedica a volar cosas.
Bill Dolworth: Bueno, así es como el mundo nació. La mayor explosión de todas.



Jesus Raza: Sabes que, por supuesto, uno de nosotros debe morir. 
Bill Dollworth: Tal vez los dos.
Jesus Raza: Morir por dinero es una tontería
Bill Dollworth: Morir por una mujer es más estúpido. Por cualquier mujer, incluso ella.



Bill Dollworth: Ella será la mujer de Joe Grant de nuevo. 
Jesus Raza: Pero eso no cambia nada: Ella es mi mujer, ayer hoy y siempre.
Bill Dollworth: Nada es para siempre, sólo la muerte. Pregúntale a Fierro. Pregúntale a Francisco. Pregúntale a los del cememnterio de los sinnombre.
Jesus Raza: Ellos murieron por aquello en lo que creían.
Bill Dollworth: La revolución? Cuando pare el tiroteo y los muertos sean enterrados...  y los políticos tomen el poder nuevamente, todo será sólo una causa perdida.
Jesus Raza: Entonces... Tú quieres la perfección o nada. Sos demasiado romántico, compadre. La Revolución es como una gran historia de amor. Al principio, ella es una diosa. Una causa santa. Pero toda historia de amor tiene un terrible enemigo: el tiempo. La vemos como realmente es. La Revolución no es una diosa, sino una puta. Nunca fue pura, o santa, y menos perfecta. Entonces nos vamos. Buscamos otra amante, otra causa. Asuntos rápidos y sórdidos. Lujuria, pero no amor. Pasión, pero no compasión. Sin amor... sin una causa, no somos nada. Nos quedamos porque creemos. Nos vamos porque estamos desilusionados. Volvemos porque nos sentimos perdidos. Morimos porque no podemos evitarlo. 



[Bill Dolworth recorre con la mirada el cuerpo de Maria Grant's]
Maria Grant: Si?
Bill Dolworth: Sólo me preguntaba, qué hace que usted valga cien mil dolares... 
Maria Grant: ...Váyase al infierno.
Bill Dolworth: Sí, señora. Estoy en camino hacia él.






Al igual que de lo que no se puede hablar es mejor no hablar, de lo ya dicho prefiero, sin dudarlo, tampoco hacerlo.