Cuando terminé de leer El Jugador de Feodor Dostoievsky supe que podía tomar cualquier libro de él con la garantía de encontrar cosas que me interesan. Era una obra compacta y consistente, muestra del descontrol de ese adicto al juego, logrando traspasar, con naturalidad, ese caos también a su narración. Allí y entonces, por esas cosas que (¡gracias a Dios!) simplemente suceden, compré las obras completas de Freud en un soporte que era ultramodern[ísim]o: el hoy ya vetusto CD-Rom (pienso que si aún me queda alguno, es porque todavía no me acordé de subir sus archivos a alguno de los servicios de alojamiento web que uso regularmente... son como el Long Play del pasado reciente - pero sin la belleza que los LP conservan, sin duda).
Ojeando mi nueva adquisición, encontré que allí había un enlace natural, una preexistencia lógica: Freud había dedicado varias de sus horas a Dostoievsky. Claro que sus estudios tienen mucho de clínico y algo del entonces -aún en construcción- psicoanálisis, cuestiones que iremos dejando de lado para que estas líneas no se tornen sólo aptas para especialistas. Y porque del psicoanálisis, creo que sólo me intereso por la labor Freud y Lacan (sólo si sacamos a quienes creyeron saber interpretarlos -o sólo conocerlos- a lo largo de las décadas y los lugares. Si los primeros pudiesen descargárselos, recuperarían tanto del valor robado a sus investigaciones). En relación con esto, debemos recordar que el trabajo de Dostoievsky -como los múltiples análisis de personajes históricos notables realizados por otros analistas a los largo del siglo XX y lo que va del XXI- es la parte más débil del psicoanálisis, ya que se vale de cartas, diarios… restos dejados por el analizado, sometido a un proceso de reconstrucción que se aleja bastante de lo clínico. La siguiente salvedad hace a que mi lectura de entonces sólo se reducía a El Jugador, y puede ser que los cuadernos que este blog hace público, sólo recortasen ideas interesantes a la luz de esa magrísima lectura del autor. Por último, para ser lo más justa posible (ya que el texto, aún cuando es la famosa traducción de Ballesteros, está finalmente transcrito en otra lengua) trataré de ajustarme con la mayor rigurosidad a esas ideas que me llamaron la atención:
Introducción al Dostoievsky de Freud ó I.
Primero lo primero. Señalemos un dato biográfico de Freud que lleva, finalmente, a la publicación de su ensayo Dostoievsky y el Parricidio y a su comparación de Los Hermanos Karamazov con la tragedia de Sófocles, Edipo Rey: En 1908, y por medio de un amigo común -Arthur Schnitzler-, Freud comienza a cartearse con Stefan Zwieg, algo que harían por muchos años (se dijo que Stefan era entusiasta y afectuoso con Freud, y que éste era distante, prudente y a veces irritable con Zweig). En los primeros intercambios, las cartas de Freud eran anodinas, pero luego de que Zweig publicara en 1920 su libro Tres Maestros: Dickens, Balzac y Dostoievsky (obra que adoro y a la que nos dedicaremos más adelante en este blog), Freud manifiesta su insatisfacción con el tercero de ellos, y reprochó: 'creo que usted no debería haber dejado a Dostoievsky con su supuesta epilepsia. Es muy improbable que haya sido epiléptico (...). Los grandes hombres de quienes se dice que fueron epilépticos han sido histéricos. Creo que sobre todo Dostoievsky se habría podido construir sobre la base de su histeria'. Y en esos términos pone manos a la obra.
Parece que en la rica personalidad de Dostoievsky, Freud distinguió cuatro fachadas: el literato, el neurótico, el pensador ético y el pecador. La menos dudosa de todo era, obviamente, la del literato. Y consideró que su sitial no está muy atrás del de Shakespeare (Los Hermanos Karamazov era para Freud la novela más grandiosa que se haya escrito, y creyó jamás se valoraría lo suficiente el episodio del Gran Inquisidor). Lo más atacable es el pensador ético. Freud recuerda que se suele ponderar la ética de Feodor por haber alcanzado las cuotas máximas de pecaminosidad (en este sentido, se lo ve como la versión decimonónica de San Agustín), pero así se ignora que ético es, quien se resiste a la tentación interiormente experimentada, no quien peca y luego se desgarra en proclamaciones éticas a la hora de arrepentirse. De este modo, el ruso no realizó lo que la vida ética es esencialmente, en interés práctico de la humanidad: renunciar. En cambio, al tratar de conciliar sus pulsiones y los reclamos que la comunidad exige a los hombres, acabó por retrógradamente someterse a la autoridad secular y espiritual, en su temor reverencial a los zares y al dios cristiano ortodoxo, combinados con un nacionalismo ruso estrecho (algo que inteligencias inferiores hubiesen alcanzado con menos esfuerzo). Si bien rotular a Dostoievsky como pecador o mero criminal haría el desagrado de más de uno, Freud considera que, esas elecciones literarias signadas por personajes violentos, egoístas, asesinos, indican tales tendencias en su personalidad. A lo que hay que agregar algún elemento fáctico en su vida, como su manía por el juego, y el –acaso- abuso sexual cometido contra una niña inmadura (se ha interpretado la aparición de esto en La Confesión de Stavrogin y La Vida de un Pecador). Ballesteros incluye para ilustrar esto, la cita de Stefan Zweig en ‘Tres Maestros’:
No lo detienen los frenos de la moral burguesa y nadie sabe decir con exactitud cuánto transgredió en su vida las barreras jurídicas, cuánto de los instintos criminales de sus héroes se tradujeron en sus propios actos.
En otras palabras, la pulsión del escritor que hubiese hecho de él un delincuente, se dirigió a sí mismo (hacia adentro, no hacia afuera como exterioriza quien delinque) y se expresó como masoquismo y sentimiento de culpa. Sin seguir este decurso psicoanalítico (que por lo que observo en el subrayado del cuaderno, entonces me interesaba más de lo que hoy me agrada cotejar), debemos introducir obligadamente un dato al que Freud le dedica un interés central: la auto-diagnostico de padecimiento epiléptico (patología que Freud descarta y re-diagnostica como histeria). Feodor padeció -y deploró a- un padre violento y cruel. El parricidio del título del trabajo de Freud, no es más que ese deseo constante en su vida -reprimido en la realidad- de que su padre muera. Según Freud el ruso nunca se libró de esto, y ello determinó que tuviese la relación que tuvo con dos campos donde la relación con el padre es decisiva: la política y la fe (en la una viró reaccionario zarista, en la otra –algo más libre- osciló entre la fe y el ateísmo hasta su muerte). Pero he aquí lo interesante, no sólo para el caso de Dostoievsky: Freud opina que no es casual que las tres obras maestras de la literatura occidental (Edipo, Hamlet, Los Hermanos Karamazov) traten el tema del parricidio, motivado por la rivalidad sexual por la mujer. En Hamlet -a diferencia de Edipo quien concreta el asesinato- esto es indirecto y es otro quien consuma el hecho (y por ello no significa para él, parricidio, claro). Además, Hamlet no venga ese asesinato, y vive lleno de una culpa que lo atormenta: Dad a cada hombre el trato que merece y ¿quién se salvaría de ser azotado? (Hamlet, acto II, escena 2). Entre los Karamazov, también es otro el que concreta el acto, pero es un alguien con la misma relación que Dimitri -el personaje que tiene la rivalidad sexual (significativamente, el autor le da a este alguien la misma enfermedad que él padece). Para resumirlo, Freud cree que la identificación del autor con el asesino es ilimitada y desde ya ha presidido su elección temática. Sólo que trató primero al criminal común –por codicia-, del criminal político y religioso, antes de regresar al final de su vida, al criminal primordial: el parricida.
En el próximo post nos dedicaremos a lo que encontramos acerca del autor y el juego.