Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


27/03/2011

No Leas, que Contamina.

En cabeza cerrada no entran ideas. 
Andrés Rivera cuenta una historia maravillosa en un libro que felizmente cayó a mis manos hace unos cinco o seis años (*): el genial Dashiel Hammett, fue juzgado el 26 de marzo de 1953 por el subcomité del Senado de los Estados Unidos presidido por el infame Joseph McCarthy (el que examinaba, en este caso -entre otras cosas- qué libros pro-comunistas habían conseguido infiltrarse en ciento cincuenta bibliotecas dependientes del Departamento de Estado en el extranjero. Todo esto, por supuesto, dentro del paraguas del Comité de Actividades Antinorteamericanas). Entre ellos, había, aparentemente, unos trecientos ejemplares con autoría de Hammett, esparcidos en setenta y tres de esas bibliotecas. Fue esto lo que le valió al autor una cita para declarar.

McCarthy, que se tomaba muy en serio lo suyo, lo interrogó por bastante tiempo. En ello, le pregunta: 'Si usted estuviera gastando, como estamos haciendo nosotros, más de cien millones de dólares al año en un programa de informaciones que se supone tiene por objetivo luchar contra el comunismo, y si usted fuera encargado de este programa de lucha contra el comunismo ¿adquiriría usted las obras de unos 75 autores comunistas y las distribuiría por todo el mundo estampando en ellas nuestro sello oficial de aprobación?' Hasta esa pregunta, Hammett se había amparado en la Cuarta Cláusula de la Constitución norteamericana (ella permite que el interrogado no conteste, si considera que su respuesta se convertirá en una acusación hacia sí mismo). Rompió el silencio y le contestó: 'Bien, pienso -por supuesto que no lo sé- que si estuviera luchando contra el comunismo, creo que lo que haría es no darle a la gente ninguna clase de libros', a lo que McCarthy devolvió: Viniendo de un autor, este comentario es poco corriente. Muchas gracias, ha terminado el interrogatorio'.  





(*) Ese libro era Un Golpe a los Libros: Represión a la Cultura Durante la Última Dictadura Militar, de Hernán Invernizzi y Judith Gociol, editado por EUDEBA en 2003.



Las Tetas de Liz


Luego de la muerte de un artista renombrado, se desencadena esa catarata de reseñas superficiales, encargadas por la redacción de todo tipo de medio, en el registro que los periodistas manejan, reproducen y adoran: la repetición de hechos no muy conexos con el comentario agitado -que ellos seguramente declaran como su condición de inquietud-, pero que refleja la carrera contra el momento en que deben entregar su servicio (si la escritura depende de deadlines, no existe tal cosa como la escritura, pues!. Escribir con fecha de vencimiento, implica que se pudra lo escrito cuando entre en contacto con el oxígeno). El punto es que parece que la muerte los inspira (aunque luego acaben en comentario bien sencillitos)... O que la gente necesita su servicio a tiempo, como una dosis ya retrasada.

Sea que muera Monicelli o Antonioni, Hooper o Brando, la catarata es siempre interminable (espero siempre ansiosa la gota final, pero nunca llega antes de que la injusticia se cuele en ese maremagnum...). Como a todos nos tocará, esta semana leímos cantidad de reseñas acerca de Elizabeth Taylor.

Dejando de lado la tinta desperdiciada en lugares comunes (sus ojos violáceos, sus matrimonios, sus enfermedades y el marido que le quitó a la encantadora Debbie Reynolds -todos puntos realmente olvidables en la vida de cualquier persona, estrella o no), muchos presentados como entendidos en la materia, nombraron de Taylor en las obras más evidentes -y en ellas, comentan tal vez los hechos menores-, olvidando, o no sabiendo, que la actriz, además de una belleza sin par, no era 'la actriz de no tanto carácter' como muchos la señalaron (o sea, la difamaron después de muerta, cuando pretendían hacer un homenaje), sino una gran actriz, que, aún cuando pudo haber llegado donde llegó por esa belleza, mostró interpretaciones realmente impresionantes (¿recuerdan, cuando niñita, hizo la Jean Eyre de Orson Welles? ¿Cómo olvidar la genialidad con que interpreta esa escena final de Who's Afraid of Virginia Woolf? ¿Y esa complicada mujer de Identikit?... Ahora ¿esto la convierte en la versión femenina de Marlon Brando? Tal vez no, pero lo que hizo no fue poco. Y eso mismo, no la califica, con seguridad, en algo más que una actriz del poco carácter que con que la difaman a horas de su muerte.

Es tristemente probable que, mientras estos críticos debían haber disfrutado de su labor artística, estuviesen prendidos mirando la pechuga de Liz (y por eso, en todas los pasajes en que elogian su descomunal belleza, seguro está nublado por el imposible explícito elogio de su delantera, si quieren seguir posando de periodistas serio, disimulando su verdadera condición). Es siempre el mismo problema con las tetas...