Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


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20/12/2012

Jodida Realidad.

Cuanto más ves, menos sabes. 
En una película maravillosa (The Man Who Wasn't There, Joel Cohen, 2001) donde se cuestiona permanente y consistentemente el acceso a la verdad en la vida cotidiana, un abogado cínico, pedante y muy poco distinguido (tal vez por esa misma manera de ser), nos muestra cuán elusiva puede volverse la realidad... Pero no lo hace del modo previsible (mostrándonos -una vez más-, la distancia entre la ley y la justicia, la potencia de los artilugios legales y la cantidad determinante de performance que tiene un juicio oral). 

Pongamos el film en un mapa imaginario que nos permita conocer su escenario de fondo y lo que de él quiero rescatar. La historia muestra los diversos equívocos a la hora de reconstruir un hecho. En este caso, un asesinato. Pero no conforme con eso, también se da el lujo de jaquear todas las manifestaciones de 'la verdad': el pasado heroico de uno de sus personajes, la acusación de la autoria material de un crimen, la reconstrucción que hace la justicia de lo ocurrido, el modo en que se explica lo sucedido la esposa de la víctima (una incursión de OVNIs), entre otros equívocos a los que los protagonistas están sujetos pero no pueden sobreponerse.

En algunas narraciones (sea que estén construidas con palabras, imágenes, notas musicales, objetos o  sonidos) existe un personaje que reproduce de manera condensada el mensaje más profundo de esa historia. Aquí, es el inefable Freddy Riedenschneider, abogado exitoso que no se permite perder un caso. Técnicamente, Freddy explica lo que se conoce como principio de incertidumbre (y que ha sido ilustrado con el experimento del Gato de Schrödinger)... pero no importa. No nos ocuparemos de lo que ese principio significa para la fisica cuántica... Aquí lo transpondremos, sencillamente, al conocimiento de la realidad misma. Nuestro vector será el parlamento de Riedenschneider (... quién diría que ese hombre tan vulgar pero enriquecido, suturaría uno de los asuntos más complejos del conocimiento físico teórico y lo arrojaría hacia la realidad... ¿o soy yo la que en realidad lo está haciendo? En fin. No importa. Avancemos).


Empecemos por el final. He aquí la escena completa:




Pasemos ahora, al texto (**). He colocado primero el producto final (la escena) y luego el guión traducido, porque la primera es un hecho logrado por artistas profesionales y conlleva toda una composición cinematográfico-narrativa donde realmente vale la pena atender las luces y sombras, los planos y las direcciones en que la cámara asesta a los actores... en fin, la escenificación de todos sus componentes. En el caso que sigue (el del guión) simplemente tenemos una mala traducción (propia) y mis torpes destacado en función de la idea que quiero presentar aquí (la poco original transposición de ese principio cuántico a la realidad misma).


(...) "Está este tipo en Alemania, Fritz algo o parecido. O es... tal vez es Werner. No importa... Tiene una teoría. Cuando querés probar algo, tú sabes, cientificamente... cómo gira el planeta alrededor del sol, de qué están hechas las manchas del sol, por qué sale agua de la canilla... bueno, tienes que mirarlo. 

Pero a veces, miras y tu mirada lo cambia. Pero no puedes saber lo que realmente acontece o qué debería haber acontecido si no te movés más allá de tu jodida nariz. 

Entonces, no existe tal cosa como 'qué sucede'. Mirar algo, lo cambia. Ellos lo llaman principio de incertidumbre. Seguro que suena retorcido, pero incluso Einstein dice que estos tipos tienen algo bueno ahí. 

Ciencia. Percepción. Realidad. Duda. Sensata... duda. 

Digo que a veces cuanto más ves, menos realmente sabes. Es un hecho, un hecho probado. En algún sentido, es el único hecho que existe. Este alemancito incluso lo puso en números (...).

Aunque no podemos saber qué pasó realmente. Porque cuanto más miras, menos sabes. Pero la belleza de esto es que... no tenemos que saber. Sólo tenemos que mostrar, maldición, que ellos no lo saben. Gracias a Fritz o Werner o como demonios se llame..." (**) 



He ahí la prueba: Conocer la realidad. Conocerla, sin estar interviniendo en ella al mismo tiempo. Acercarse, sin poner sobre ella algo más que no posee, y que reside en los ojos del observador. Lo peor de todo esto, es que sólo podemos creer que esto es así (o creer lo contrario), porque no podemos comprobarlo. Si lo intentásemos, la prueba misma estaría adulterada por ese mismo principio.


Conocer, una compulsión irresoluble.





___________________________________________

(*) Los subtítulos de la escena y la traducción transcripta responden a distintos criterios de traducción, por lo que pueden no coincidir exactamente.

(**) ..."They got this guy in Germany. Fritz something or other. Or is it... maybe it's Werner. Anyway... He's got this theory. You want to test something, you know, scientifically... how the planet go 'round the sun, what sunspots are made of, why the water comes out of the tap... well, you gotta look at it. But sometimes you look at it... Your looking changes it. You can't know the reality of what happened, or what would have happened, if you hadn't stuck in your own goddamn schnozz. So there is no 'what happened'. Looking at something... changes it. They call it the uncertainty principle. Sure, it sound screwy, but even Einstein says the guy's onto something. Science. Perception. Reality. Doubt. Reasonable... doubt. I'm saying that sometimes the more you look, the less you really know. It's a fact, a proved fact. In... In a way, It's the only fact there is. This heinie even wrote it out in numbers. But we can't know who (...) We can't know what really happened. Because the more you look, the less you know. But the beauty of it is... We don't gotta know. We just gotta show that, god damn it, they don't know. Because of Fritz, or Werner, whatever the hell his name is"...


23/01/2012

Sin título (XXIV)


¿Cuántas patas tiene un perro si llamas a su cola, también, 'pata'? Cuatro. 
Llamar 'pata' a la cola no la hace una pata.



Abraham Lincoln







17/01/2012

Las Dos Caras del Estado

Como Jano, pero diferente.
Segundo texto del maestro Bourdieu aparecido en Le Monde Diplomatique (Argentina) y extractado de 'Les deux faces de l'Etat' de la antología Sur l'Etat. Cours au Collège de France. 1989-1992). Difundo aquí la labor del destacable blog Sociología Contemporánea.





Las Dos Caras del Estado

Por Pierre Bourdieu


Describir la génesis del Estado es describir la génesis de un campo social, de un microcosmos social relativamente autónomo dentro del mundo social que lo engloba, en el que se juega un juego particular: el juego político legítimo. Tomemos como ejemplo la invención del Parlamento, lugar donde se debate sobre cuestiones que oponen a grupos de interés, reglamentariamente, siguiendo reglas, públicamente. Marx sólo había visto las bambalinas del asunto: el uso de la metáfora del teatro, de la teatralización del consenso, oculta el hecho de que hay personas que mueven los hilos y de que los verdaderos problemas, los verdaderos poderes estarían en otra parte. Hacer la génesis del Estado es hacer la génesis de un campo donde lo político va a actuarse, a simbolizarse, a dramatizarse reglamentariamente.

Hay personas que tienen el privilegio de lo universal, pero no se puede tener lo universal sin monopolizar al mismo tiempo lo universal. Hay un capital de lo universalEntrar en este juego de lo político legalizado, legítimo, es tener acceso a ese recurso gradualmente acumulado que es "lo universal", en la palabra universal, en las posiciones universales a partir de las cuales se puede hablar en nombre de todos, del universum, de la totalidad de un grupo. Se puede hablar en nombre del bien público, de lo que es bueno para el público y, al mismo tiempo, apropiárselo. Eso está en el principio del "efecto Jano": hay personas que tienen el privilegio de lo universal, pero no se puede tener lo universal sin monopolizar al mismo tiempo lo universal. Hay un capital de lo universal. El proceso según el cual se constituye esta instancia de gestión de lo universal es inseparable de un proceso de constitución de una categoría de agentes cuya propiedad es apropiarse de lo universal.


La cultura garantizada

La cultura legítima es la cultura garantizada por el Estado, garantizada por esta institución que garantiza los títulos de cultura, que emite los certificados que garantizan la posesión de una cultura garantizadaTomo un ejemplo del campo de la cultura. La génesis del Estado es un proceso durante el cual se opera toda una serie de concentraciones de diferentes formas de recursos: concentración de los recursos de la información (la estadística a través de las encuestas, los informes), de un capital lingüístico (oficialización de un dialecto que es erigido como lengua dominante, de modo que todas las demás hablas son sus formas depravadas, descarriadas o inferiores). Este proceso de concentración va de la mano con un proceso de desposeimiento: constituir una ciudad como capital, como lugar donde se concentran todas esas formas de capital, es constituir la provincia como desposeimiento del capital; constituir la lengua legítima es constituir todas las demás lenguas como dialectos. La cultura legítima es la cultura garantizada por el Estado, garantizada por esta institución que garantiza los títulos de cultura, que emite los certificados que garantizan la posesión de una cultura garantizada. El Estado se encarga de los programas escolares. Cambiar un programa es cambiar la estructura de la distribución del capital, es hacer que se deterioren algunas formas de capital. Por ejemplo, eliminar el latín y el griego de la enseñanza es condenar al poujadismo a toda una categoría de pequeños portadores de capital lingüístico. En todos mis trabajos anteriores sobre la escuela había olvidado por completo que la cultura legítima es la cultura del Estado…

Al mismo tiempo, esta concentración es una unificación y una forma de universalización. Allí donde estaba estaba lo diverso, lo disperso, lo local, está lo único. En un trabajo que realicé con Germaine Tillion, comparamos las unidades de medida en diferentes pueblos cabilas en una área de 30 km: encontramos tantas unidades de medida como pueblos. La creación de un patrón nacional y estatal de unidades de medida es un progreso hacia la universalización: el sistema métrico es un patrón universal que supone un consenso, un acuerdo sobre el sentido. Este proceso de concentración, de unificación, de integración es acompañado por un proceso de desposeimiento, ya que todos esos saberes, esas competencias que se asocian a estas medidas locales, son descalificadas. En otras palabras, el propio proceso por el que se gana en universalidad es acompañado por una concentración de la universalidad. Hay quienes quieren el sistema métrico (los matemáticos) y quienes son remitidos a lo local. En el fondo, la génesis del Estado es inseparable de la constitución de un monopolio de lo universal, cuyo ejemplo por excelencia es la culturaEl propio proceso de constitución de recursos comunes es inseparable de la constitución de esos recursos comunes como capital monopolizado por parte de quienes poseen el monopolio de la lucha por el monopolio de lo universal. Todo este proceso —constitución de un campo; autonomización de ese campo respecto de otras necesidades; constitución de una necesidad específica respecto de la necesidad económica y doméstica; constitución de una reproducción específica de tipo burocrático, específico respecto de la reproducción doméstica, familiar; constitución de una necesidad específica respecto de la necesidad religiosa— es inseparable de un proceso de concentración y de constitución de una nueva forma de recursos que pasan a pertenecer a lo universal, en todo caso a un grado de universalización superior a los que existían antes. Se pasa de un pequeño mercado local al mercado nacional, ya sea a nivel económico o simbólico. En el fondo, la génesis del Estado es inseparable de la constitución de un monopolio de lo universal, cuyo ejemplo por excelencia es la cultura.

Todos mis trabajos previos pueden resumirse del siguiente modo: esta cultura es legítima porque se presenta como universal, como disponible para todos, porque en nombre de esta universalidad se puede eliminar sin temor a quienes no la poseen. Esta cultura, que aparentemente une pero en realidad divide, es uno de los grandes instrumentos de dominación, porque están aquellos que tienen el monopolio de esta cultura, monopolio terrible puesto que no se puede reprochar a esta cultura ser particular. Incluso la cultura científica no hace más que empujar la paradoja a su límite. Las condiciones de la constitución de este universal, de su acumulación, son inseparables de las condiciones de la constitución de una casta, de una nobleza de Estado, de "monopolizadores" de lo universal. A partir de este análisis, podemos proponernos como proyecto universalizar las condiciones de acceso a lo universal. Por ende, es preciso saber cómo: ¿hay que desposeer a los "monopolizadores" para lograrlo? Claramente, no es por allí donde hay que ir a buscar.


Intercambios simbólicos

Para ilustrar lo que he dicho sobre el método y el contenido terminaré con una parábola. Hará unos treinta años en una noche de Navidad, fui a un pequeño pueblo de Béarn para ver un baile de campo. Algunos bailaban, otros no. Algunas personas, de más edad que el resto y con un estilo campesino, no bailaban, hablaban entre sí, disimulaban para justificar su insólita presencia. Deberían estar casados, ya que cuando uno está casado ya no baila. El baile es uno de los lugares de intercambio matrimoniales: es el mercado de bienes simbólicos matrimonialesEl baile es uno de los lugares de intercambio matrimoniales: es el mercado de bienes simbólicos matrimoniales. Había un alto porcentaje de solteros: 50% en el rango de edad de 25-35 años. Intenté encontrar un sistema explicativo de este fenómeno: antes había un mercado local protegido, no unificado. Cuando se constituye lo que llamamos "Estado", hay una unificación del mercado económico a la que el Estado contribuye con su política y una unificación del mercado de los intercambios simbólicos, es decir, el mercado de la compostura, de la ropa, de la persona, de la identidad, de la presentación. Estas personas tenían un mercado protegido, con base local, en el que tenían un control, lo cual permitía una especie de endogamia organizada por las familias. Los productos del modo de reproducción campesino tenían sus chances en ese mercado: seguían siendo vendibles y encontraban jovencitas.

En la lógica del modelo que he mencionado, lo que sucedía en ese baile era el resultado de la unificación del mercado de intercambios simbólicos: el paracaidista de la pequeña ciudad vecina que llegaba comportándose con arrogancia era un producto descalificante, que quitaba su valor a ese competidor que es el campesino. Dicho de otro modo, la unificación del mercado, que se puede presentar como un progreso, al menos para las personas que emigran, es decir las mujeres y todos los dominados, puede tener un efecto liberador. La escuela transmite una postura corporal diferente, formas de vestir, etc., y el estudiante tiene un valor matrimonial en ese nuevo mercado unificado, mientras que los campesinos son desclasados. Allí se encuentra toda la ambigüedad del proceso de universalización. En el caso de las jóvenes del campo que parten a la ciudad, que se casan con un cartero, etc., hay un acceso a lo universal. Pero ese grado de universalización superior es inseparable del efecto de dominación. Esta unificación del mercado tiene como efecto prohibir de facto la reproducción biológica y social a toda una categoría de personas.

En esa misma época había estado trabajando con un material hallado de casualidad: los registros de las deliberaciones comunales de doscientos habitantes durante la Revolución Francesa. En esa región, los hombres votaban por unanimidad. Llegan decretos que dicen que hay que votar por mayoría. Deliberan, hay resistencias, hay un bando y otro bando. Poco a poco gana la mayoría: tiene tras de sí lo universal.

Hubo grandes discusiones en torno a este problema planteado por Tocqueville en una lógica de continuidad/discontinuidad de la Revolución. Sigue habiendo un verdadero problema histórico: ¿cuál es la fuerza específica de lo universal? Los procedimientos políticos de esos campesinos de tradiciones milenarias muy coherentes fueron arrastrados por la fuerza de lo universal, como si se hubieran inclinado ante algo más fuerte lógicamente: procedente de la ciudad, una puesta en discurso explícita, metódica y no práctica. Se han convertido en provincianos, en locales.

Las actas de la deliberaciones se transforman: "Habiendo decidido el prefecto…", "El Ayuntamiento se ha reunido…". La universalización tiene como revés un desposeimiento y una monopolización. La génesis del Estado es la génesis de un lugar de gestión de lo universal y a la vez de un monopolio de lo universal y de un conjunto de agentes que participan del monopolio de hecho de esa cosa que, por definición, pertenece a lo universal.



Fuente: Sociología Contemporánea.



15/01/2012

La Opinión Pública



Difundo el artículo publicado entre los trabajos inéditos de Pierre Bourdieu (Sur l'Etat. Cours au collège de France: 1989-1992), reproducido por Le Monde diplomatique en su edición argentina.







¿Cómo se forma la "opinión pública"? (*)


Pierre Bourdieu



Un hombre oficial es un ventrílocuo que habla en nombre del Estado: toma una postura oficial —habría que describir la puesta en escena de lo oficial—, habla a favor y en nombre del grupo al que se dirige, habla por y en nombre de todos, habla en tanto representante de lo universal.

La opinión pública es la opinión de los que son dignos de tener una opinión.Aquí llegamos a la noción moderna de opinión pública. ¿Qué es esta opinión pública que invocan los creadores de derecho de las sociedades modernas, sociedades en las cuales el Derecho existe? Tácitamente, es la opinión de todos, de la mayoría o de aquellos que cuentan, de aquellos que son dignos de tener una opinión. Pienso que la definición patente en una sociedad que se dice democrática, es decir donde la opinión oficial es la opinión de todos, oculta una definición latente, a saber, que la opinión pública es la opinión de los que son dignos de tener una opinión. Hay una especie de definición censitaria de la opinión pública como opinión ilustrada, como opinión digna de ese nombre.

La lógica de las comisiones oficiales es crear un grupo así constituido que exhiba todos los signos exteriores, socialmente reconocidos y reconocibles, de la capacidad de expresar la opinión digna de ser expresada, y en las formas establecidas. Uno de los criterios tácitos más importantes para seleccionar a los miembros de la comisión, en especial a su presidente, es la intuición que tiene la gente encargada de componer la comisión de que la persona considerada conoce las reglas tácitas del universo burocrático y las reconoce: en otras palabras, alguien que sabe jugar el juego de la comisión de manera legítima, que va más allá de las reglas del juego, que legitima el juego; nunca se está más en el juego que cuando se va más allá del juego. En todo juego existen las reglas y el fair-play. A propósito del hombre kabil (1), o del mundo intelectual, yo había empleado la fórmula: la excelencia, en la mayoría de las sociedades, es el arte de jugar con la regla del juego, haciendo de ese juego con la regla del juego un supremo homenaje al juego. El transgresor controlado se opone completamente al herético.

El grupo dominante coopta miembros a partir de índices mínimos de comportamiento, que son el arte de respetar la regla del juego hasta en las transgresiones reguladas de la regla del juego: el decoro, la compostura. Es la célebre frase de Chamfort: "El Gran Vicario puede sonreír sobre un tema contra la Religión, el Obispo reír con ganas, el Cardenal agregar lo que tenga que decir" (2). Cuanto más se asciende en la jerarquía de las excelencias, más se puede jugar con la regla del juego, pero ex officio, a partir de una posición que no admita ninguna duda. El humor anticlerical del cardenal es supremamente clerical.


La verdad de todos

La opinión pública siempre es una especie de doble realidad. Es lo que no puede dejarse de invocar cuando se quiere legislar sobre terrenos no constituidos. Cuando se dice “Hay un vacío jurídico” (expresión extraordinaria) a propósito de la eutanasia o de los bebés de probeta, se convoca a gente que trabajará aplicando toda su autoridad. Dominique Memmi (3) describe un comité de ética [sobre la procreación artificial], compuesto por personas disímiles —psicólogos, sociólogos, mujeres, feministas, arzobispos, rabinos, eruditos, etc.— cuyo objetivo es transformar una suma de idiolectos (4) éticos en un discurso universal que llene un vacío jurídico, es decir que aporte una solución oficial a un problema difícil que trastorna a la sociedad —legalizar el alquiler de vientres, por ejemplo—. Si se trabaja en ese tipo de situación, debe invocarse una opinión pública. En ese contexto, resulta muy clara la función impartida a las encuestas. Decir "las encuestas están de nuestra parte", equivale a decir "Dios está de nuestra parte", en otro contexto.

Una de las propiedades de las encuestas consiste en plantearle a la gente problemas que ella no se plantea, en sugerir respuestas a problemas que ella no se ha planteado; por lo tanto, a imponer respuestas. Pero el tema de las encuestas es engorroso, porque a veces la opinión ilustrada está contra la pena de muerte, mientras que los sondeos están más bien a favor. ¿Qué hacer? Se forma una comisión. La comisión constituye una opinión pública esclarecida que instituirá la opinión ilustrada como opinión legítima en nombre de la opinión pública —que, por otra parte, dice lo contrario o no piensa nada (lo que suele ocurrir a propósito de muchos temas)—. Una de las propiedades de las encuestas consiste en plantearle a la gente problemas que ella no se plantea, en sugerir respuestas a problemas que ella no se ha planteado; por lo tanto, a imponer respuestas. No es cuestión de sesgos en la construcción de las muestras, es el hecho de imponer a todo el mundo preguntas que se le formulan a la opinión ilustrada y, por este hecho, producir respuestas de todos sobre problemas que se plantean sólo algunos; por lo tanto dar respuestas ilustradas, puesto que han sido producidas por la pregunta: se han creado para la gente preguntas que no existían para ella, cuando lo que realmente le importaba, era la cuestión en sí.

Voy a traducirles sobre la marcha un texto de Alexander Mackinnon de 1828 extraído de un libro de Peel sobre Herbert Spencer (5). Mackinnon define la opinión pública; da la definición que sería oficial si no fuera inconfesable en una sociedad democrática. Cuando se habla de opinión pública, siempre se juega un doble juego entre la definición confesable (la opinión de todos) y la opinión autorizada y eficiente que se obtiene como subconjunto restringido de la opinión pública democráticamente definida: "Es ese sentimiento sobre cualquier tema que es cultivado, producido por las personas más informadas, más inteligentes y más morales de la comunidad. Esta opinión se extiende gradualmente y es adoptada por todas las personas con alguna educación y sentimiento que conviene a un Estado civilizado". La verdad de los dominantes deviene la de todos.


Cómo legitimar un discurso

En los años 1880, en la Asamblea Nacional se decía abiertamente lo que la sociología tuvo que redescubrir, es decir, que el sistema escolar debía eliminar a los niños de las clases más desfavorecidas. Al principio se planteaba la cuestión, pero luego fue totalmente reprimida ya que, sin que se lo pidiera, el sistema escolar se puso a hacer lo que se esperaba de él. Entonces, no hubo necesidad de hablar sobre el tema. El interés del retorno sobre la génesis es muy importante, porque en los comienzos hay debates donde se dicen con todas las letras cosas que, después, aparecen como provocadoras revelaciones de los sociólogos.

El reproductor de lo oficial sabe producir —en el sentido etimológico del término: producere significa "hacer avanzar"—, teatralizándolo, algo que no existe (en el sentido de lo sensible, visible), y en nombre de lo cual habla. Debe producir eso en nombre de lo que tiene el derecho de producir. No puede no teatralizar, ni dar forma, ni hacer milagros. Para un creador verbal, el milagro más común es el milagro verbal, el éxito retórico; debe producir la puesta en escena de lo que autoriza su decir, dicho de otra manera, de la autoridad en nombre de la cual está autorizado a hablar.

"Manejar sabiamente una lengua es practicar una especie de hechicería evocatoria" —Baudelaire. Encuentro la definición de la prosopopeya que estaba buscando: "Figura retórica por la cual se hace hablar y actuar a una persona que es evocada, a un ausente, a un muerto, un animal, una cosa personificada". Y en el diccionario, que siempre es un formidable instrumento, se encuentra esta frase de Baudelaire hablando de la poesía: "Manejar sabiamente una lengua es practicar una especie de hechicería evocatoria". Los letrados, los que manipulan una lengua erudita —como los juristas y los poetas—, tienen que poner en escena el referente imaginario en nombre del cual hablan y que ellos producen hablando en las formas; tienen que hacer existir eso que expresan y aquello en nombre de lo cual se expresan. Deben simultáneamente producir un discurso y producir la creencia en la universalidad de su discurso mediante la producción sensible (en el sentido de evocar los espíritus, los fantasmas —el Estado es un fantasma…—) de esa cosa que garantizará lo que ellos hacen: "la nación", "los trabajadores", "el pueblo", "el secreto de Estado", "la seguridad nacional", "la demanda social", etc.

Percy Schramm mostró cómo las ceremonias de coronación eran la transferencia, en el orden político, de ceremonias religiosas (6). Si el ceremonial religioso puede transferirse tan fácilmente a las ceremonias políticas mediante la ceremonia de la coronación, es porque en ambos casos se trata de hacer creer que hay un fundamento del discurso que sólo aparece como auto-fundador, legítimo, universal porque hay teatralización —en el sentido de evocación mágica, de brujería— del grupo unido y que consiente el discurso que lo une. De allí el ceremonial jurídico. El historiador inglés E. P. Thompson insistió en el rol de la teatralización jurídica en el siglo XVIII inglés —las pelucas, etc.—, que no puede comprenderse en su totalidad si no se considera que no es un simple artefacto, en el sentido de Pascal, que vendría a agregarse: es constitutiva del acto jurídico (7). Impartir justicia en un traje convencional es arriesgado: se corre el riesgo de perder la pompa del discurso. Siempre se habla de reformar el lenguaje jurídico sin nunca hacerlo, porque es la última de las vestiduras: los reyes desnudos ya no son carismáticos.


Puro teatro

Una de las dimensiones más importantes de la teatralización es la teatralización del interés por el interés general; es la teatralización de la convicción del interés por lo universal, del desinterés del hombre político —teatralización de la creencia del sacerdote, de la convicción del hombre político, de su fe en lo que hace—. Si la teatralización de la convicción forma parte de las condiciones tácitas del ejercicio de la profesión del clérigo —si un profesor de filosofía tiene que aparentar creer en la filosofía—, es porque ello constituye el homenaje esencial del oficial-hombre a lo oficial; es lo que hay que agregarle a lo oficial para ser un oficial: hay que agregar el desinterés, la fe en lo oficial, para ser un verdadero oficial. El desinterés no es una virtud secundaria: es la virtud política de todos los mandatarios. Las locuras de los curas, los escándalos políticos, son el desmoronamiento de esta especie de creencia política en la cual todo el mundo actúa de mala fe, ya que la creencia es una suerte de mala fe colectiva, en el sentido sartreano: un juego en el cual todo el mundo se miente y miente a los otros sabiendo que se mienten. Esto es lo oficial… [Traducción: Teresa Garufi]



Notas:

(*) El original francés: "La fabrique des débats publics".
(1) Alusión a un estudio etnológico que Bourdieu realizó sobre los beréberes kabiles.
(2) Nicolas de Chamfort, Maximes et pensées, París, 1795.
(3) Dominique Memmi, "Savants et maîtres à penser. La fabrication d’une morale de la procréation artificielle", Actes de la recherche en sciences sociales, Nº 76-77, 1989, p. 82-103.
(4) Del griego idios, "particular": discurso particular.
(5) John David Yeadon Peel, Herbert Spencer. The Evolution of a Sociologist, Londres, Heinemann, 1971. William Alexander Mackinnon (1789-1870) tuvo una larga carrera como miembro del Parlamento británico.
(6) Percy Ernst Schramm, Der König von Frankreich. Das Wesen der Monarchie von 9 zum 16 (8) Jahrhundert. Ein Kapital aus Geschichter des abendlischen Staates (dos volúmenes), H. Böhlaus Nachf, Weimar, 1939.
(7) Edward Palmer Thompson, "Patrician society, plebeian culture", Journal of Social History, vol. 7, Nº 4, Berkeley, 1976, p. 382-405.


Fuente: Sociología Contemporánea


02/12/2011

El Oficio del Sociólogo

El título no deja de tener un contenido curioso (y que descubrí luego de decidirlo, así que está lejos de ser deliberado): es el título de una obra del genial Pierre Bourdieu, enemigo profesional del autor que aquí citaremos... En fin.

Pasando al punto principal, me gustaría extractar un trecho corto de un libro de Alain Touraine (*) en donde se dedica especialmente a lo que hacen los sociólogos. Como el contenido me parece realmente interesante, trataré de hacer la menor cantidad de interpolaciones (y hasta me evitaré casi cualquier signo de puntuación,  salvo por los necesarios). 

(...) podemos sentir tres temperamentos de sociólogos:

A unos les gusta llegar al corazón de la vida social, al lugar donde se hallan las 'relaciones y los conflictos'. Tales sociólogos aportan al conocimiento lo que le es más indispensable. Cualquiera que sea su orientación particular, descifran la red de interacciones sociales y descubren de nuevo la estructura de la sociedad.

Otros, en cambio, son más polémicos: abren la vía a los constructores de la sociología combatiendo sin cesar el 'poder', su discurso, sus categorías y, asimismo, su represión y sus exclusiones. Es difícil que puedan actuar por mucho tiempo de ese modo sin sentirse animados por una santa cólera y, por ende, sin verse cargados a su vez de ideología o sin ser portadores de los intereses de una comunidad amenazada. Pero, sin su presencia, los constructores del conocimiento siempre corren el riesgo de ceder a la inclinación que los eruditos experimentan por el poder.

Finalmente, otra clase de sociólogos son los sociólogos de la nocheescuchan a quienes ya no hablan, miran con aquéllos cuyos ojos están ya vaciados, son descubridores de las tierras que se extienden más allá de las murallas de la 'civilización', exploran el mundo inmenso de la 'exclusión'. Hoy día, en que la oscuridad se ve traspasada por los proyectores, el sociólogo nos enseña a ver a aquellos que se hallan entre nosotros, pero que están amordazados por el Estado y la organización social y cultural. Interroga a quienes el orden establecido considera como monstruos o marginados. 


El sociólogo completo debería poseer el espíritu de análisis de los primeros, la cólera de los segundos y la compasión de los últimos.




Pero no existe un sociólogo completo, como tampoco existe la síntesis equilibrada de tantas exigencias opuestas, ni reposo alguno de la mirada divina contemplando a la creación. Ser sociólogo, y eso no es exclusivo de aquellos cuyo oficio estriba en ser sociólogo -por lo que diré con mayor comodidad: ser un actor social-, consiste en luchar contra las apariencias tras las cuales se oculta el poder y en someterse al mismo tiempo a la exigencia principal del conocimiento sociológicos: reconocer que el sentido de la acción nunca nos es dado enteramente por la conciencia del actor. Y eso prohíbe toda identificación. La crítica del poder nunca la lleva a cabo un contrapoder: el conocimiento no prepara el orden del mañana.





(*) Introducción a la Sociología (Ariel, 1978).


08/10/2011

Los malos, villanos, ruines (y nosotros).

Se es más o menos ruin.
Pero se es ruin y no otra cosa.
Hace unos años, un extraordinario novelista británico -premio Nobel de Literatura en 1983-, y más conocido por su novela más exitosa, aunque como siempre no la mejor, dijo que si no entendemos que los hombres y mujeres producimos maldad como las abejas producen miel es porque estamos ciegos o mal de la cabeza. Se llamaba William Golding y fue un gran sociólogo literario (no sólo por su conocida El Señor de las Moscas, sino por ensayos como The Hot Gates).

No tanto tiempo atrás, preparando unos apuntes para un curso sobre cine y algo más, me topé con este ilustrativo trabajo de Zoraida Jiménez Gascón (*). Allí encontramos definiciones, tipologías y caracterizaciones. Veamos lo que tiene de útil (o utilísimo) y cómo presenta esta penosa cuestión de lidiar con los chicos malos...


Decidida a comenzar por el principio, la autora circunscribe su materia yendo directo al camino de las definiciones. Tomemos de ello sólo dos aspectos, para pasar luego a los aportes genuinos: y como de echar mano al diccionario se trataba, comienza con la acepción que asegura que un villano es un habitante del estado llano en una villa o aldea, pero siempre diferente del noble o hidalgo. Como segunda acepción, encontraremos la que sindica a un villano como alguien ruin, indigno e indecoroso (claro que, si esta primera acepción tiene alguna filiación causal con la primera, el prestigioso diccionario de la RAE no la aclara). 

[Dato curioso del libro de referencias de la RAE: el diccionario no ha rescatado aún su acepción ficcional, algo que no ocurre con otras categorías, como el caso de mujer fatal (femme fatal) que obtuvo su entrada en 1942, y en la edición de 1992 incluye la referencia a su carácter ficcional: ‘aquella cuyo poder de atracción amorosa acarrea fin desgraciado a sí misma o a quienes atrae. Referido principalmente a personajes de ficción, sobre todo de cine, a las actrices que los representan’].

Volvamos al espacio del villano, porque, en realidad, contamos con una definición muy específica: el American Film Institute (AFI) de 2003, de su elección de los 100 mejores héroes y villanos del cine estadounidense. Allí se los señaló como aquél personaje: «cuya maldad mental, carácter egoísta y fuerza de voluntad son a veces ocultados por la belleza y la nobleza, mientras que otras veces pueden rabiar desenmascarados. Pueden ser horriblemente malvados o grandiosamente divertidos, pero son en última instancia trágicos»

Parece que el interés del villano no radica sólo en lo llamativo que nos resulta -porque deploremos o admiremos sus acciones-, sino que además es el motor mismo de la historia, el personaje que hace que la trama funcione ya que sin él, el héroe no podría salvar al mundo (o, al menos, protegerlo de algo) sin que su villano le complique la existencia en su empresa. Pero no debemos pensar la existencia del malo y el bueno como un componente insoslayable de la trama. Tanto es así que existen películas con villanos pero sin héroes: Scarface (Hawks, 1932), El Padrino I, II y III (Coppola, 1972, 1974 y 1990 - respectivamente), Alguien Voló sobre el Nido del Cuco (Forman, 1975), Taxi Driver (Scorsese, 1976), etc. Otro apartado se lleva el origen de la maldad (no alcanzaría este post, o este blog... pero fundamentalmente, no alcanzaría las dotes de quien lo escribe a narrar ni siquiera el principio de ello). Tomemos un trabajo que recupera la autora que aporta mucho al interés cinematográfico, como es el de Sara Torres (**), inervando la idea de maldad en el espacio religioso, la que luego se convertirá en una noción social y mucho después en una característica psicológica: Al principio, el mal no es “alguien” malo, sino “lo que está mal”, lo que prohíben los dioses y los desafía (por eso apela a la predestinación de la tragedia griega -donde los personajes no podía escapar a su condición como a su destino-, a diferencia de la modernidad, donde sólo llamamos “malos” a quienes deliberadamente eligen serlo). Si lo malo es la acción de quien elije libremente, siguiendo a Román Gubern, Jiménez Gascón asegura que sólo las personas mentalmente responsables pueden ser culpables de alguna falta (para lo que se requiere distingir la culpa objetiva -noción moral y jurídica-, y la culpa subjetiva -el malestar psicológico por la responsabilidad moral incumplida-). En el caso del villano cinematográfico, no se halla el segundo tipo de culpa que Gubern denomina culpa subjetiva dado que casi carece de empatía hacia otros seres humanos. Para el villano, su actitud es normal, lo anormal es lo que hacen los buenos (y por eso no sentirá arrepentimiento por actividades que considera lógicas, o apropiadas, o justificadas por un bien que él considera mayor). Allí Jiménez Gazcón recuerda a Michael Corleone en El Padrino III: "¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?".

Si quisiésemos crear nuestro villano de bolsillo, deberíamos partir de una concepción maniquea: en las películas hay bueno o malos. Nunca hay una tercera opción. Estas diferencias se identifican en actitudes y acciones como en la apariencia física. Nuestra receta de villano debe incorporar actitudes crueles, inmisericordes, despiadadas, traidoras, ambiciosas, vengadoras y una sensación gozosa de su villanía. Tal vez podríamos agregar un accesorio (y créanme que este es determinante): en inglés existe la expresión black hat -proveniente de los malvados en los westerns, que siempre usaban sombreros negros-, en consecuencia, es posible que el negro rodee su vestimenta (aunque no fuese su sombrero). Físicamente, los criterios pueden ser, incluso, opuestos: podrían ser feos (respondiendo a esa convención que dice que la fealdad física es signo de su 'fealdad moral', igual que la bondad del héroe se manifiesta también en su atractivo personal), como también podrían ser extremadamente guapos, con el fin de esconder toda la podredumbre que llevan dentro... Tomando a Rib Davis, debemos tener en claro que si queremos personajes señalados, condenados, culpables por lo que han hecho, pondremos énfasis en su libre albedrío. Si no tienen que ser responsables de sus actos, el énfasis se pondrá en las influencias y circunstancias a los que fueron sometiendo sin su elección expresa. Jiménez Gascón pone dos ejemplos procedentes: Travis Binckle (Taxi Driver, 1976) y el capitán Renard (Tener y no tener, 1944). Travis Bickle es un ex combatiente de Vietnam que sufre insomnio y lo que vivió en la guerra, más lo que ve por la noche en las calles de Nueva York, lo llevan a tomarse la justicia por su mano. El capitán Renard es un policía capaz de abofetear a una mujer y torturar a un alcohólico en un simple interrogatorio. Así, mientras que Travis Bickle puede ser visto como víctima de las circunstancias, Renard es elige su villanía y por eso es detestado por la audiencia.

Sumando estereotipos que hemos visto, agreguemos la dimensión foránea del villano, o su pertenencia a un grupo étnico/político mal considerado (si esto se encuentra con la identificación del público como enemigo propio, será más fácil para ellos apoyar la gesta del héroe). Claro que el 'enemigo'/'villano' variará a lo largo de la historia -según el momento en que se ruede o al momento histórico que ambiente la trama-: mientras en Casablanca de 1942 eran los alemanes, en la guerra fría eran comunistas -especialmente soviéticos-, después serán los latinoamericanos (vistos como terroristas y/o narcotraficantes).


La maldad: Una enfermedad que si
se padece, también hace sufrir
a los otros
Más allá de las caracterizaciones generales, el punto con los villanos no es sólo que los padezcamos (o que quiéramos imitarlos), sino que, para estudiarlos, no hay tipologías disponibles (o al menos, no muchas). La autora realiza una algo extensa, a partir de dos criterios: 1) la naturaleza física del villano y 2) el ejercicio de la villanía (sea por su personalidad, sus métodos o su motivación). En el primero caso, el villano puede ser una persona humana (como Hannibal Lecter) o sobrenatural (como el Conde Drácula), un animal natural (Tiburón) o sobrenatural (Alien), y podemos, por último,  dar con villanos que sean seres tecnológicos, como máquinas (Terminator) o inteligencias artificiales (HAL 9000 en 2001, Odisea del Espacio).

En el segundo caso, es decir, desde el nivel del ejercicio de su villanía, si son personas, tenemos varios casos: el anarquista (busca acabar con el modelo social para imponer el caos (Hans Gruber de La jungla de cristal), el anti-villano (acude a medios ilícitos o malos para una causa justa (Travis Bickle de Taxi Driver), el archi-enemigo (una enemistad con el bueno que se perpetúa en el tiempo, como el Sr. Potter en ¡Qué bello es vivir!), la bruja (que ejerce el mal a través de la magia, como la Bruja mala del Oeste de El mago de Oz), el caído: fue bueno pero se pasó al lado oscuro, como Darth Vader de la saga de Star Wars), el castigador o vengador (de la humanidad o de alguien en particular, como Max Cady en El cabo del miedo), el corrupto (que por su profesión debería ejercer el bien pero se ha dejado 'viciado', como el Detective Alonzo Harris en Training Day),  el defensor del sistema (es un defensor del sistema como Amon Goeth de La lista de Schindler), el demonio (ser sobrenatural de natura maligna, como Regan MacNeil poseída en El Exorcista), el doble malo (doble opuesto del héroe como Superman malvado en Superman III), el genio malvado (de gran conocimiento científico usado para hacer el mal, como el Dr. No), el maleante (villano perteneciente al hampa como Clyde Barrow y Bonnie Parker (Bonnie and Clyde), megalómano: sus delirios de grandeza le llevan a ejercer el mal, como Cruella De Vil (101 Dálmatas), la mujer fatal (como Phyllis Dietrichson en Perdición), el/la psicópata (un villano demente como Norman Bates en Psicosis), el 'señor oscuro' (pretende dominar todo cuanto le rodea: el planeta o la galaxia y suele tener capacidades mágicas como Lord Voldemort en Harry Potter), el tiburón (ambicioso inescrupuloso pero sus negocios no están relacionados con el hampa, como Noah Cross en Chinatown), el tirano (quien abusa de su poder y por ello deviene en villano, como la enfermera Mildred Ratched (Alguien Voló sobre el Nido del Cuco) y el tonto (es torpe y sin carisma como los hermanos Dalton en la saga de Lucky Luke). Cuando los villanos son animales, tenemos las criaturas (seres de fisonomía animal que pueden oponerse al héroe por instinto o puede ejercer el mal por mero gusto como Marte Ataca! de Tim Burton). Si son seres tecnológicos, tenemos los de inteligencia artificial (carece de cuerpo. Pueden también ser producto de rebelarse contra su creador al adquirir un nivel superior de inteligencia como HAL 9000 en 2001: Una Odisea del Espacio), o bien ser máquinas asesinas (como dijimos más arriba, T-800 en Terminator y diversos casos en la ciencia ficción de los '50s). Es necesario aclarar que las categorías no son excluyentes: de hecho, podrían incluírse en más de una categoría, según el ejercicio de la maldad que esté realizando, como del momento de su vida en que se encuentre: Michael Corleone y Darth Vader comienzan como caídos pero acaban como maleante y señor oscuro, respectivamente.



Las Funciones de la Maldad (bah, de los villanos):


Para exponer -y generalizar- las funciones del villano cinematográfico, Jiménez Gascón se vale de tres autores que han ahondado en el tema largo y tendido. El primero es el caso de Vladímir Propp (dedicado especialmente en su morfología del cuento, dedicada a cuentos populares rusos), aportó siete esferas de acción que desarrollan unas treinta y una funciones. Para el cine, trasladando el caso del agresor, debemos pensarlo como quien lucha y persigue al héroe y que su papel es el de turbar la paz de la familia feliz, provocar una desgracia, hacer el mal, causar un perjuicio. Según Vladímir Propp el agresor tiene una actuación limitada a siete funciones, siete 'acciones', siete roles en la trama: 1) Interroga: intenta obtener informaciones (para descubrir la ubicación de algo o alguien); 2) Informativa: el interrogatorio surte efecto y el agresor obtiene respuestas. 3) Engaña: el agresor intenta engañar a su víctima para apoderarse de ella o de sus bienes, cambiando de aspecto y utilizando medios mágicos, o bien la violencia, o bien la persuasión, o bien el engaño. 4) Cómplice: la víctima se deja engañar y ayuda así a su enemigo, a pesar de ella misma; 5) Perjudica: el agresor hace sufrir daños a uno de los miembros de la familia o le causa un perjuicio. Para Propp esto crea el nudo de la historia; 6) Combatiente: el héroe y su agresor se enfrentan en combate; 7) Victoria: el agresor es vencido. El punto determinante, es que en el cine, el villano tiene mayor libertad para actuar que en los cuentos fantásticos analizados por Vladímir Propp. 

Un segundo autor, Orrin Klapp, en su artículo «The Folk Hero», señala las siguientes funciones para nuestros queridos y odiados villanos (pero lo hace pensándolas en clave de su relación directa a los héroes): a) resalta la nobleza del héroe por su contraste; b) crea situaciones para que el héroe puede acontecer; y c) proporcionar razones para la muerte del que, caso contrario, sería el héroe invencible. Dado que Klapp sólo señala las funciones respecto al héroe y hay casos de películas en las que no encontramos este segundo rol, los villanos ejercen otras funciones en relación al público. Así, la personificación del mal en la pantalla reafirma la unión del grupo receptor de esa historia en términos de 'nosotros [los buenos]/ellos [los malos] (función polarizadora); además, focaliza el rechazo en una dirección concreta (función animadversora); y reafirma  valores colectivos (función perpetuadora). 

Por último, la autora presenta la postura específica del espacio audiovisual que tiene Juan José Igartua, acerca de que el espectador de ficción audiovisual no se identifica de igual modo con los protagonistas (héroes) y con los antagonistas (villanos), sino que desarrolla disposiciones afectivas diferenciadas para cada caso y, éstas provocan reacciones empáticas con los protagonistas. En este momento ingresa todo este panorama la cantidad de inferencias empáticas acerca de la función del villano. Así, lo normal es que los espectadores sientan hacia él una contraempatía por su maldad: la alegría del villano molestar al espectador, mientras que si se siente derrotado, la reacción provocará satisfacción. El punto está en que si bien su éxito molesta y su fracaso tranquiliza, los villanos no dejan de atraernos. Mucho. La respuesta la encuentra en Sara Martín, quien asegura que los villanos son quienes sobrepasan las normas morales / convenciones sociales / leyes que nos atan en la vida diaria, y nos permiten vivir -aunque más no sea de segunda mano- la transgresión que jamás nos atreveríamos a vivir en la realidad. Mientras ellos caen en desgracia por sus acciones, nosotros  disfrutamos secretamente de su inclinación por el mal, pero nos preguntamos con brutal hipocresía cómo puede haber esa cantidad de maldad en el mundo.  En este sentido, la ficción permite vivir cosas que de otra manera no podríamos... Los (más o menos secretamente) admirados villanos cumplen una función catártica y en ellos proyectamos nuestras fantasías amorales o ilegales que la vida social nos impide desarrollar. Pero además, él tranquilizar nuestras conciencias y nos lleva a pensar que, si él cae, el mundo es un lugar justo y seguro y la maldad no es algo inherente al ser humano sino algo que unos perturbados se lanzan a esta empresa que nos tienta, pero que finalmente acaban pagando sus vilezas (por ende, nosotros, que no podemos por las convenciones sociales hacer lo que ellos emprenden, estamos en lo correcto). El villano es una fantasía consoladora (como la del Diablo la que servía para convencernos de que el mal no está en nosotros, sino en algo externo que puede controlarnos o poseernos).


Hemos visto, pensado y dedicado unas palabras a los geniales villanos. Parece que no tenemos que odiarlos tanto, porque así sólo reafirmamos la admiración que les tenemos y algo peor: lo poco que nos animanos a ser (y hacer) como ellos, y lo farsante que resulta regocijarnos con su caída. Basta de nuestra esencia.



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(*)  Publicado en Revista Frame Nº 6 (Editada por la Biblioteca de a Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla) o aquí
(**) "La elección del mal", en Nosferatu, nº 27, marzo de 1998.

02/08/2011

¿Querías escribir un cuento?


Si entre las dos o tres cosas que querías hacer hoy por la tarde (después de ir al supermercado y limpiar un poco el living, claro) se encuentra escribir el cuento de tu vida -yo aún no he escrito siquiera la lista del supermercado de mi vida (esa que cubra todas mis necesidades o mis expectativas de cambio si no encuentro todo lo que necesito)-; Raymond Carver tiene una, dos, tres o más cosas interesantes para recomendarte. Por supuesto, cuanto destacado encuentres, corre por mi exclusiva cuenta.




ESCRIBIR UN CUENTO.

'Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento. Son muchos los escritores que poseen un montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más


El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos esa ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo. Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar,. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello. Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales.  También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.

Hace unos meses, en el New York Times Books Review, John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos. Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo. Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.

En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.

Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.

En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próximo al final: Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable. Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor. Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir. Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.

La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los demás las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite el tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros'.


No me animé a algunas interpolaciones (pero lo pensé seriamente, porque algunas afirmaciones de Craver son más que exactas). Pero el anteúltimo párrafo es hermoso, preciso, narra y regenera la realidad que narra... o el caso de la condena a los florismos absurdos que se leen por ahí... como el caso de la inevitabilidad al rescatar las ideas de O'Connor... hasta que en el último párrafo define, precisa, completa: esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. O el caso del [su] mandato: las palabras serán todo lo precisas que necesite el tono más llano, pues así podrán contener algo.


Lo último: no es fácil escribir con precisión acerca del escribir... No es simplemente sentarse a recrear, narrar y explicar las sensaciones y decisiones que hacen a un oficio. Requiere una enorme capacidad, otra enorme honestidad, y una brutalmente grande pericia. La razón es simple: lo que Craver hizo es escribir sobre el escribir, y viceversa. 






13/05/2011

¡Vamos Cottard!

Entre tantas otras cosas que dejan huella de La Peste de Albert Camus (y que ya señalamos tres como genialidades, pero que por nada alcanzan a señalar todo lo que ese fuertísimo libro tiene entre sus líneas)*, está un pasaje curioso, gracioso, imposible de no rescatar como una bandera. El protagonista es Cottard, el libertario temeroso de ser encarcelado, que alterna entre el suicidio, sus asuntitos en el mercado negro, la obsesión por causar buena impresión en los demás (para que lo salven de la cárcel), prolongar el período de peste (también -por mal que suene- para que lo salve de la cárcel). Cottard es, definitivamente, un hombre mezquino (o que se ha tornado tal, por causa de algunas circunstancias, si es que prefieren verlo así... en cualquier caso, el resultado es igual de desagradable).

Pero, como todo tiene sus excepciones (todos los héroes transpiran, y los malos defienden lo que quieren con su vida, al igual que el mejor de los soldados), Cottard protagoniza el próximo pasaje. Unas líneas que pintan más una idea que una situación entre personaje: y que, sin esfuerzo, las ví como un manifiesto cotidiano -seguramente, mucho más para mí que para el personaje o para las intensiones del autor en su mismo oficio-. Por esto es que no dudo que Cottard define bien lo que ve, y aquí, sólo aquí, lo apoyo con toda simpatía... Por otro lado -y por suerte-, no existe ley contra lo que nos imaginamos al leer, y se me hace imposible no pensar que Cottard dice esa última línea, destacada aquí en negrita, hablado con la boca torcida, la frente relajada -bajándole así un poco los párpados- y señalándo en la dirección del juez con el pulgar rotado hacia fuera. En mi lectura, es tan necesario que así sea...


"-Ahí viene el juez de instrucción -advirtió Tarrou mirando a Cottard.
A Cottard se le mudó la cara. El señor Othon bajaba la calle, en efecto, y se acercaba a ellos con paso vigoroso pero medido. Se quitó el sombrero al pasar junto al grupo.
-¡Buenos días, señor juez! -dijo Tarrou.
El juez devolvió los buenos días a los ocupantes del auto y mirando a Cottard y a Rambert que estaban más atrás los saludó gravemente con la cabeza. Tarrou le presentó a los dos. El juez se quedó mirando al cielo durante un segundo y suspiró diciendo que esta era una época bien triste.
-Me han dicho, señor Tarrou, que se ocupa usted de la aplicación de las medidas profilácticas. No sé como manifestarle mi aprobación. ¿Cree usted, doctor, que la enfermedad se extenderá aún?
Rieux dijo que había que tener la esperanza de que no y el juez añadió que había que tener siempre esperanza porque los designios de la Providencia son impenetrables. Tarrou le preguntó si los acontecimientos le habían ocasionado un exceso de trabajo.
-Al contrario, los asuntos que nosotros llamamos de derecho común han disminuido. No tengo que ocuparme más que de las faltas graves contra las nuevas disposiciones. Nunca se había respetado tanto las leyes anteriores.
-Es -dijo Tarrou- porque en comparación parecen buenas, forzosamente.
El juez dejó el aire soñador que había tomado, la mirada como suspendida del cielo, y examinó a Tarrou con aire de frialdad.
-¿Eso qué importa? -dijo-. No es la ley lo que cuenta: es la condenación, y en eso nosotros no influimos.
-Este -dijo Cottard cuando el juez se marchó- es el enemigo número uno.
El coche arrancó."


Por supuesto, esto guarda relación no sólo con el carácter libertario (aunque vivió y murió atricherado imbécilmente) sino también con su pánico a que la ley lo prendiese. Pero, si dejamos en suspenso esta última situación -y no dudo que la intensión del autor era precisamente esa, la de jugar entre dos significados que resultaban ambiguos, vagos entre sí (pero que claramente se referían a esas dos situaciones)-, y pensamos sólo en lo que el narrador definió como 'opiniones muy liberales', la afirmación de Cottard... simplemente florece.






(*) Desde ya, ello implica que aún no hayamos 'terminado con él'. Es posible que le dediquemos alguna referencia futura acerca de las últimas páginas -de una profundidad descomunal-, y, que seguramente, en el futuro nos detendremos en lo que uno de sus personajes más deliciosos -Tarrou-, ve como 'la peste' y 'los verdugos que son siempre víctimas' (y viceversa)... En pocas palabras, una recomendable reflexión acerca de la pena de muerte.



27/03/2011

Las Tetas de Liz


Luego de la muerte de un artista renombrado, se desencadena esa catarata de reseñas superficiales, encargadas por la redacción de todo tipo de medio, en el registro que los periodistas manejan, reproducen y adoran: la repetición de hechos no muy conexos con el comentario agitado -que ellos seguramente declaran como su condición de inquietud-, pero que refleja la carrera contra el momento en que deben entregar su servicio (si la escritura depende de deadlines, no existe tal cosa como la escritura, pues!. Escribir con fecha de vencimiento, implica que se pudra lo escrito cuando entre en contacto con el oxígeno). El punto es que parece que la muerte los inspira (aunque luego acaben en comentario bien sencillitos)... O que la gente necesita su servicio a tiempo, como una dosis ya retrasada.

Sea que muera Monicelli o Antonioni, Hooper o Brando, la catarata es siempre interminable (espero siempre ansiosa la gota final, pero nunca llega antes de que la injusticia se cuele en ese maremagnum...). Como a todos nos tocará, esta semana leímos cantidad de reseñas acerca de Elizabeth Taylor.

Dejando de lado la tinta desperdiciada en lugares comunes (sus ojos violáceos, sus matrimonios, sus enfermedades y el marido que le quitó a la encantadora Debbie Reynolds -todos puntos realmente olvidables en la vida de cualquier persona, estrella o no), muchos presentados como entendidos en la materia, nombraron de Taylor en las obras más evidentes -y en ellas, comentan tal vez los hechos menores-, olvidando, o no sabiendo, que la actriz, además de una belleza sin par, no era 'la actriz de no tanto carácter' como muchos la señalaron (o sea, la difamaron después de muerta, cuando pretendían hacer un homenaje), sino una gran actriz, que, aún cuando pudo haber llegado donde llegó por esa belleza, mostró interpretaciones realmente impresionantes (¿recuerdan, cuando niñita, hizo la Jean Eyre de Orson Welles? ¿Cómo olvidar la genialidad con que interpreta esa escena final de Who's Afraid of Virginia Woolf? ¿Y esa complicada mujer de Identikit?... Ahora ¿esto la convierte en la versión femenina de Marlon Brando? Tal vez no, pero lo que hizo no fue poco. Y eso mismo, no la califica, con seguridad, en algo más que una actriz del poco carácter que con que la difaman a horas de su muerte.

Es tristemente probable que, mientras estos críticos debían haber disfrutado de su labor artística, estuviesen prendidos mirando la pechuga de Liz (y por eso, en todas los pasajes en que elogian su descomunal belleza, seguro está nublado por el imposible explícito elogio de su delantera, si quieren seguir posando de periodistas serio, disimulando su verdadera condición). Es siempre el mismo problema con las tetas...



10/03/2011

¿Será Así? (Cultura - Literatura)


¿Será cierto que la cultura es el conjunto de lenguajes, con origen en la sociedad, en los que se articulan valores de todo tipo, y aquéllos lenguajes, a su vez, dan origen a un conjunto de textos con dinámica propia? ¿Será atinado pensar que, en cambio, la literatura opera en la cultura como un espacio que se sirve de lo que ella le ofrece...?


¿Será cierto que en el ámbito de la cultura, los valores se comunican e intercambian entre los sujetos por medio de un sistema de lengua pre-establecido; mientras que en la literatura se emprende por señalar el papel que el texto desempeña en la cultura en un momento en el que esa crítica le es contemporánea? ¿Será así...?



¿Será, además, que la cultura de un sujeto se convierte en un 'multilingüismo' (no sólo referido a un sistema de lenguas, aunque esté muchas veces configurado a través de él-)? ¿Y que el crítico de la literatura, obra en una lógica y sentido diferente, como es constituir de la historia de la literatura una materia de su formación, pero no por ello la hace su objeto propio, sino que se centra en aquéllas ciencias sociales que le pueden ayudar a comprender la literatura conforme esa idea latina hic et ad horam (=aquí y ahora)?


¿Será todo esto así o es un conjunto de renglones dignos de un manual para alumnos que no pretenden aprender? ¿Es un abordaje simplón de esos temas a los que estas líneas apelan pero con los que no entran en diálogo (antes bien, les balbucean torpemente)? En fin, en algún momento, me daré cuenta...