'El hombre no puede re-hacerse a sí mismo sin sufrimiento, porque él es el mármol y el escultor, al mismo tiempo'. |
Es
difícil hablar (escribir) sobre algo que no se dice. No ya sobre
algo que no se dijo (lo que pudo haber sido el caso de algunas
personas), sino de algo que... no se dice: Algo que no se puede
verbalizar. Algo que nos sucede con la misma naturalidad que todo eso
que confundimos con nuestras certezas, pero que sin embargo, no es
posible narrar.
Con
esa premisa, estas líneas deberían terminar aquí mismo (escribir
sólo es pintar una imagen con palabras). Pero aún cuando haya
tenido el privilegio de experimentar y conocer a través de caminos
que nada tienen que ver con las palabras, voy a intentar valerme de
ellas, haciendo caso omiso de esa natura fallida, caída, que nos
espera detrás de su belleza exterior, frecuentemente narcótica.
Lo
que llamamos identidad es un devenir en el tiempo. Puede
reencauzarse con un dato biográfico preciso o puede virar
completamente con una precisión que aporte la biología. En otras palabras,
puede variar su camino de un día para otro o ir reacomodándose en
un periodo de tiempo. En cualquier caso, se lo admita o no, mucho de
su contenido (o lo suficiente) reside sólo en las manos de quien la
posee. De su titular por derecho inobjetable. La identidad
es -aún cuando manipulada, no reconocida o desconocida- una
posesión. Una residencia propia inalienable. Un templo del que no
nos pueden echar y que -aún cuando nunca lo hayamos pisado- se
mantiene intacto esperando la visita de su inequívoc@ dueñ@.
La
identidad no sabe de pasividad. No puede no devenir. No puede no
moverse, removerse y conmoverse. Es una energía. Está ahí,
presente, aún cuando no lo sepamos. Está ahí, variando con
nosotr@s, manteniendo algo intacto y cambiando de forma a cada
instante. Es un medio que nos constituye, pero en el que tomamos
parte e intervenimos. Es una construcción en el tiempo, que nos
mantiene dentro de nosotr@s mism@s. Es un espacio en el tiempo
que, si se vive de manera consciente, se podrá disfrutar aparte de
poseer. Es una escultura con algunas zonas sutiles, otras
descuidadas, y algunas aún salvajes. En el tiempo, las salvajes
pueden ser las más sutiles, las descuidadas estar dando cuenta de un
orden delicado y las sutiles ser las más prescindibles. La identidad
es un cuerpo intangible que no tiene por qué manifestarse a un
tiempo: puede revelarse como una intuición completa y acabada, pero
no vale menos descubrirlo por etapas, de acuerdo a un cronograma
único, que sólo su poseedor@ va descubriendo...
La
identidad no es prístina. Tampoco es perfecta (lo perfecto
está clausurado: no permite ninguna intervención humana). La
identidad no es algo que debemos pensar inmaculado: refleja
contradicciones, miedos, retrocesos, avances y apremios.
Simulaciones, errores, grandezas, nimiedades alojados en su seno. No permanecen ahí para castigarnos, sólo nos
dan la oportunidad de saber quienes fuimos, para poder pensar en
quienes seremos.
Desde ya que la identidad no es sólo profunda . Es también superficial y cambiante. Eso no la hace menos importante: sólo la hace más real. Tiene lugar para las contingencias, y no sólo se describe por las características más caras de nuestra personalidad. Ella también contiene nuestra preferencia, en este preciso instante, por un helado de chocolate a uno de vainilla. No vivimos sólo de lo profundo y tampoco vivimos solamente en lo profundo. Saber que tenemos varias 'capas' para vivir esta gran experiencia que es la vida, y que en todas ellas estamos presentes construyendo eso que somos nosotros mismos nos hará ver a nuestra identidad con cotidianeidad, sin una artificiosidad que la haría distante, esquiva.
Desde ya que la identidad no es sólo profunda . Es también superficial y cambiante. Eso no la hace menos importante: sólo la hace más real. Tiene lugar para las contingencias, y no sólo se describe por las características más caras de nuestra personalidad. Ella también contiene nuestra preferencia, en este preciso instante, por un helado de chocolate a uno de vainilla. No vivimos sólo de lo profundo y tampoco vivimos solamente en lo profundo. Saber que tenemos varias 'capas' para vivir esta gran experiencia que es la vida, y que en todas ellas estamos presentes construyendo eso que somos nosotros mismos nos hará ver a nuestra identidad con cotidianeidad, sin una artificiosidad que la haría distante, esquiva.
La
identidad es similar a una madeja de lana. Y encontrar la punta del
hilo puede tener los caminos más inhóspitos: una casualidad, una
cesuda búsqueda, una persona no tan importante en nuestras vidas, un
desafío personal o un momento de aburrimiento. Puede construirse a
la luz de diferentes circunstancias cotidianas y elegir algunas como
las que más la influyen: la laboral, la sentimental, la profesional,
la familiar, un hobby. O una combinación de ellas. Puede encontrar
espacios que la hacen sentir expansiva, como una adolescente en
primavera: el arte, una compañía, un amor, un pasatiempo, un
recuerdo, un lugar, una fantasía o una novedad de lo más trivial.
Cualquiera de esas circunstancias (y otras que no se me ocurrieron)
pueden transformarla en más idéntica a sí misma: allí la
identidad se inflama de sí... Pero no se torna peligrosa,
porque 'identidad' no es 'ego': ella no es un monito en guardia que
se siente herido con facilidad y reacciona desproporcionadamente
contra sí mismo... la identidad no se hiere, no se quita, no se
aliena. Lo sepamos o no. Y es por eso que ella reside tranquila,
activa pero segura. Inquieta e inofensiva.
La
identidad es parte del amor que sentimos por nosotros mismos.
Reconocer y aceptar nuestra identidad, es el amor que los demás
reconocen en nosotros mismos y entregan como un don de gente. El amor
y la identidad se asemejan en una idea que alguna vez escuché en
boca de Antoine de Saint-Exupèry: “Tal
vez, amor es el proceso de llevarte suavemente de vuelta a ti misma”.
Es
por esto que la identidad es un
parecido... un parecido a nosotros mismos. 'Identidad' nos hace
idénticos... a nosotros mismos. En realidad, es aún más
simple: ella es sólo un camino de vuelta a lo que ya somos. Y en ese acto de vuelta, es cuando devenimos en nosotros mismos. Esa
vuelta, es en realidad un destino. Esa vuelta es una batalla ganada.
Esa vuelta es nuestra afirmación tranquila y segura de que somos
eso...: nosotr@s mism@s. Y que, de puro privilegiados que somos, ya
nos encontramos.