Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


17/11/2012

Una Nota Pasajera sobre la #Identidad

'El hombre no puede re-hacerse a sí mismo sin sufrimiento,
porque él es el mármol y el escultor, al mismo tiempo'.

Es difícil hablar (escribir) sobre algo que no se dice. No ya sobre algo que no se dijo (lo que pudo haber sido el caso de algunas personas), sino de algo que... no se dice: Algo que no se puede verbalizar. Algo que nos sucede con la misma naturalidad que todo eso que confundimos con nuestras certezas, pero que sin embargo, no es posible narrar.

Con esa premisa, estas líneas deberían terminar aquí mismo (escribir sólo es pintar una imagen con palabras). Pero aún cuando haya tenido el privilegio de experimentar y conocer a través de caminos que nada tienen que ver con las palabras, voy a intentar valerme de ellas, haciendo caso omiso de esa natura fallida, caída, que nos espera detrás de su belleza exterior, frecuentemente narcótica.

Lo que llamamos identidad es un devenir en el tiempo. Puede reencauzarse con un dato biográfico preciso o puede virar completamente con una precisión que aporte la biología. En otras palabras, puede variar su camino de un día para otro o ir reacomodándose en un periodo de tiempo. En cualquier caso, se lo admita o no, mucho de su contenido (o lo suficiente) reside sólo en las manos de quien la posee. De su titular por derecho inobjetable. La identidad es -aún cuando manipulada, no reconocida o desconocida- una posesión. Una residencia propia inalienable. Un templo del que no nos pueden echar y que -aún cuando nunca lo hayamos pisado- se mantiene intacto esperando la visita de su inequívoc@ dueñ@.

La identidad no sabe de pasividad. No puede no devenir. No puede no moverse, removerse y conmoverse. Es una energía. Está ahí, presente, aún cuando no lo sepamos. Está ahí, variando con nosotr@s, manteniendo algo intacto y cambiando de forma a cada instante. Es un medio que nos constituye, pero en el que tomamos parte e intervenimos. Es una construcción en el tiempo, que nos mantiene dentro de nosotr@s mism@s. Es un espacio en el tiempo que, si se vive de manera consciente, se podrá disfrutar aparte de poseer. Es una escultura con algunas zonas sutiles, otras descuidadas, y algunas aún salvajes. En el tiempo, las salvajes pueden ser las más sutiles, las descuidadas estar dando cuenta de un orden delicado y las sutiles ser las más prescindibles. La identidad es un cuerpo intangible que no tiene por qué manifestarse a un tiempo: puede revelarse como una intuición completa y acabada, pero no vale menos descubrirlo por etapas, de acuerdo a un cronograma único, que sólo su poseedor@ va descubriendo...

La identidad no es prístina. Tampoco es perfecta (lo perfecto está clausurado: no permite ninguna intervención humana). La identidad no es algo que debemos pensar inmaculado: refleja contradicciones, miedos, retrocesos, avances y apremios. Simulaciones, errores, grandezas, nimiedades alojados en su seno. No permanecen ahí para castigarnos, sólo nos dan la oportunidad de saber quienes fuimos, para poder pensar en quienes seremos.

Desde ya que la identidad no es sólo profunda . Es también superficial y cambiante. Eso no la hace menos importante: sólo la hace más real. Tiene lugar para las contingencias, y no sólo se describe por las características más caras de nuestra personalidad. Ella también contiene nuestra preferencia, en este preciso instante, por un helado de chocolate a uno de vainilla. No vivimos sólo de lo profundo y tampoco vivimos solamente en lo profundo. Saber que tenemos varias 'capas' para vivir esta gran experiencia que es la vida, y que en todas ellas estamos presentes construyendo eso que somos nosotros mismos nos hará ver a nuestra identidad con cotidianeidad, sin una artificiosidad que la haría distante, esquiva.

La identidad es similar a una madeja de lana. Y encontrar la punta del hilo puede tener los caminos más inhóspitos: una casualidad, una cesuda búsqueda, una persona no tan importante en nuestras vidas, un desafío personal o un momento de aburrimiento. Puede construirse a la luz de diferentes circunstancias cotidianas y elegir algunas como las que más la influyen: la laboral, la sentimental, la profesional, la familiar, un hobby. O una combinación de ellas. Puede encontrar espacios que la hacen sentir expansiva, como una adolescente en primavera: el arte, una compañía, un amor, un pasatiempo, un recuerdo, un lugar, una fantasía o una novedad de lo más trivial. Cualquiera de esas circunstancias (y otras que no se me ocurrieron) pueden transformarla en más idéntica a sí misma: allí la identidad se inflama de sí... Pero no se torna peligrosa, porque 'identidad' no es 'ego': ella no es un monito en guardia que se siente herido con facilidad y reacciona desproporcionadamente contra sí mismo... la identidad no se hiere, no se quita, no se aliena. Lo sepamos o no. Y es por eso que ella reside tranquila, activa pero segura. Inquieta e inofensiva.

La identidad es parte del amor que sentimos por nosotros mismos. Reconocer y aceptar nuestra identidad, es el amor que los demás reconocen en nosotros mismos y entregan como un don de gente. El amor y la identidad se asemejan en una idea que alguna vez escuché en boca de Antoine de Saint-Exupèry: Tal vez, amor es el proceso de llevarte suavemente de vuelta a ti misma”. Es por esto que la identidad es un parecido... un parecido a nosotros mismos. 'Identidad' nos hace idénticos... a nosotros mismos. En realidad, es aún más simple: ella es sólo un camino de vuelta a lo que ya somos. Y en ese acto de vuelta, es cuando devenimos en nosotros mismos. Esa vuelta, es en realidad un destino. Esa vuelta es una batalla ganada. Esa vuelta es nuestra afirmación tranquila y segura de que somos eso...: nosotr@s mism@s. Y que, de puro privilegiados que somos, ya nos encontramos.