Cuando su esposa María enferma, Feodor necesitaba vivir como siempre: en una especie de sobre-excitación creadora. Entonces, ya contaba con cuarenta cumplidos y no tuvo mejor idea que conocer un amor, pero de dieciséis cumplidos. Deja a su mujer (aunque hasta su muerte nunca dejó de cuidarla) para encontrarse con Polina, la niña en cuestión, en las calles de París. Pero, como sobre llovido mojado, se encuentra en ese camino con otra pasión, una ruleta. En ese casino sólo gana una pequeña fortuna. Aunque el juego lo mantiene distraído de su oscuro objeto del deseo, y como entonces quería olvidar lo que lo obsesiona, juega. Y sigue jugando un poco más. Ante (o junto) a la mesa de juego Feodor se enajena. Logra liberarse por un tiempo de la tiranía de las tiranías (el amor) y de la otra que también sufre: escribir. Para agravar el panorama, Polina dice que otro hombre ha aparecido para casarse con ella. En el arrebato romántico, se la lleva, cual cautiva, y gana el duelo. Mientras viajan a Italia, Feodor muere por tentar la suerte una vez más. Paran en Baden buscando una ruleta... pero pierde. Pierde todo. Y luego pasa lo de siempre: sus amigos lo salvan. Ella lo deja. Polina tenía un argumento bastante respetable para eso, si la vida con Feodor se dividía en ausencia (mientras él escribía) y riesgo (el resto del tiempo).
Vuelto a Rusia luego del fracaso amoroso, decide ayudar a su hermano que había fundado una revista. Muere María, su esposa. En esos tiempos, también muere su hermano. Y ahora es cuando entra en acción Ana, una taquígrafa de veinte años, a la que le dicta cuarenta mil palabras en veintiséis días! Ese manojo de letras fue 'El Jugador'. La entrega del manuscrito por parte de Ana, prenda al escritor con sus ojos... por fortuna para Feodor, será la esposa ejemplar. Y una vez concretada la unión, Feodor se dio el lujurioso gusto de avisarle a Polina, 'la inconstante muchacha', de su nuevo amor y matrimonio. Le escribió: ‘Mi taquígrafa era una muchachita de veinte años, bastante bonita, de buena familia, que había cursado sus estudios en el Liceo, a lo que hay que añadir una gran bondad e igualdad de carácter. El trabajo marchaba bien. Al final de mi novela me percaté que mi taquígrafa me amaba sinceramente, en silencio, y de que a mí, cada día, me gustaba más. Como desde la muerte de mi hermano la vida se me ha hecho terriblemente tediosa y vacua, le propuse casarme con ella. Consintió y ya estamos casados. La diferencia de edades es tremenda [¡la diferencia con Polina era aún mayor!], pero cada vez estoy más persuadido de que será feliz. Tiene sentimientos y sabe amar. Es decir, todo lo que a ti, Polina, te falta'.
Anna da a luz a su primera descendencia, una niña que muere a los tres meses. Luego de la tristeza sin límite, vuelve a quedar embarazada y da a luz al primero hijo de Feodor. Éste mantiene una relación con la escritura algo más metódica, y termina Los Hermanos Karamazov. Tiempo después, el dinero vuelve a escasear, pero aún más que antes: ¿recurre Dostoievsky al juego, nuevamente?... lo cierto es que opinaba que: 'el verdadero ruso, siente una antipatía fundamental por el método germánico, riguroso: y como necesita dinero como lo mismo que cualquier individuo de otra raza [sic] no le queda otro recurso que cortejar a la fortuna en la mesa de la ruleta’.
En El Jugador como en otras de sus novelas cumbres (sea Los Hermanos Karamazov, Crimen y Castigo o Los Endemoniados), Dostoievsky traslada a sus narraciones los problemas morales y políticos que le interesan: cada novela se dedica a la exploración de las vidas conflictivas de sus personajes, con sus motivaciones y la justificación filosófica de su existencia (curiosamente, de cada uno de ellos, Feodor llevó un cuaderno de notas). Él se dedicó a la creación simbólica de mundos en los que los héroes traspasados por el cacácter trágico de la vida buscan la verdad, y se adelanta a la psicología moderna, al explorar motivaciones ocultas y llegar a conocer, intuitivamente, el funcionamiento del inconsciente que se manifiesta en las conductas irracionales: el sufrimiento psíquico, los sueños y los momentos de desequilibro. De este modo preparó el camino de las aproximaciones psicológicas de la literatura del siglo XX (por ejemplo, para los escritores del surrealismo y el existencialismo). Su gran aporte fue el de un narrador que no está fuera de la obra (desde ya, que el nombre de ‘Paulina’ en El Jugador, no es casual), sino que se manifiesta con voz propia, como otro personaje más.
Detengamos aquí este post. Es mejor. En el próximo –esto es, el que sea referido a Dostoievsky- extractaremos algunos geniales pasajes sobresalientes y profundos (o mejor dicho, sobresalientesyprofundos, tal es el talento del autor, al mostrar tensiones –como es la de sobresalir e ir profundo-) tan cotidianos y habituales que sorprende verlos ahí, estampados sin apelación en una hoja tipografiada).
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