Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


09/12/2012

Verdad y Verdad.

Todo siempre es múltiple.
La lógica. Esa carta a la que apelamos para legitimar las inconsistencias que decimos o reprochar lo que vemos en los otros (incluyamos ahí a personas, situaciones, intenciones y a la realidad en sí misma)... Lo cierto es que la lógica es también un espacio del conocimiento, y en tanto que tal, un universo. Aquí necesitaremos sólo una pequeñisima porción de ese universo, pequeña pero fundamental, que seguramente acabará por sonarnos más natural que lo que pensamos. La inició el gran Aristóteles (deberíamos pararnos para nombrarlo), nombrandola. Bautizó 'apofántico' a los enunciados que pueden ser considerados como verdaderos o falsos, y con ello los conviertió en el mismísimo objeto de la lógica clásica. En sus lares, las cosas (los enunciados acerca de la realidad) son, o bien verdaderos, o bien falsos. La realidad en sí misma es predicada como verdadera o como falsa. No hay tercera opción: Lo que decimos de ella -quitando las órdenes, las expresiones de deseo o los sentimientos- es verdadero. O falso. Son así o no son así. Y ya.

...el asunto comienza cuando la realidad niega la apofántica. Cuando no se deja poner en términos de verdadero o falso... no quiere, no le interesa. Cuando, simplemente, no es así. Básicamente, porque la realidad es como ella decide sin tomar en cuenta cómo hacemos los seres humanos para comprehenderla con estas poquitas herramientas que nos dimos. La realidad es, nosotros tratamos de ser. La realidad no puede reparar en nuestro cambiante y desprolijo sistema de valores, en nuestras múltiples y enormes ignorancias, en nuestros equívocos. No puede reparar en seres que tienen sólo dos ojos y no tienen otra opción que resignar grandes espacios de la realidad porque simplemente no pueden hacer mucho más con ella...


En algún momento en que las dos opciones se nos hacen pocas, es posible que sea bueno tener en cuenta a Fernando Pessoa (de hecho, lo que aquí transcribo, llegó a mis manos en alguna circunstancia de mi vida en que no podía decidir con taxatividad. Porque ya saben: los libros y las personas no llegan por casualidad a nuestras vidas, obviamente). De Pessoa deberíamos recordar cuando dinamita la apofántica aristotélica y logra que tengamos más que dos modestos ojos... No ya porque nos muestre 'más verdades'. No nos muestra una 'tercera posibilidad' a la verdadera o falsa. Tampoco nos muestra 'varias perspectivas'. No. Nos dice que hay dos verdades. Dos, distintas y verdaderas al mismo tiempo. Y si hay dos, digamos que tenemos la posibilidad de que haya más... 

Lo hace de la manera más simple: "Hoy en la calle encontré, por separado, a dos amigos que se habían enojado mutuamente. Cada uno me contó la historia de por qué se habían enojado. Cada uno me dijo la verdad. Cada uno me contó sus razones. Ambos tenían razón. Uno no veía una cosa y el otro, otra; o que uno veía un lado de las cosas y el otro un lado diferente. No: cada uno veía las cosas exactamente como habían pasado, cada uno las veía con un criterio idéntico al del otro, pero cada uno veía una cosa diferente, y cada uno, en consecuencia, tenía razón. Me dejó confundido esta doble existencia de la verdad." (*)


Válido para cuando nos crucemos en una situación en que no es tan fácil decidir quién es el bueno y el malo, quién tiene razón y quién no, qué o cuáles razones de cada uno son las 'mejores'... En ese momento, no se olviden de Pessoa. No se olviden que el juicio entre el bien y el mal, no es tan fácil como muchos lo ejercen (y si esos muchos lo ejercen con facilidad, no por ello estarán en lo cierto)... La vida no es un Western.









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(*) "Encontrei hoje em ruas, separadamente, dois amigos meus que se haviam zangado um com o outro; cada um me contou a narrativa de por que se haviam zangado. Cada um me disse a verdade. Cada um me contou as suas razoes. Ambos tinham razão. Não era que um via uma coisa e outro outra, ou que um via um lado das coisas e outro um outro lado diferente. Não: cada um via as coisas exatamente como se haviam passado, cada um as via com um critério idêntico ao do outro, mas cada um via uma coisa diferente, e cada um, portanto, tinha razão. Fiquei confuso desta dupla existência da verdade"... ¬Fernando Pessoa, O Livro do Desassossego, 207.

17/11/2012

Una Nota Pasajera sobre la #Identidad

'El hombre no puede re-hacerse a sí mismo sin sufrimiento,
porque él es el mármol y el escultor, al mismo tiempo'.

Es difícil hablar (escribir) sobre algo que no se dice. No ya sobre algo que no se dijo (lo que pudo haber sido el caso de algunas personas), sino de algo que... no se dice: Algo que no se puede verbalizar. Algo que nos sucede con la misma naturalidad que todo eso que confundimos con nuestras certezas, pero que sin embargo, no es posible narrar.

Con esa premisa, estas líneas deberían terminar aquí mismo (escribir sólo es pintar una imagen con palabras). Pero aún cuando haya tenido el privilegio de experimentar y conocer a través de caminos que nada tienen que ver con las palabras, voy a intentar valerme de ellas, haciendo caso omiso de esa natura fallida, caída, que nos espera detrás de su belleza exterior, frecuentemente narcótica.

Lo que llamamos identidad es un devenir en el tiempo. Puede reencauzarse con un dato biográfico preciso o puede virar completamente con una precisión que aporte la biología. En otras palabras, puede variar su camino de un día para otro o ir reacomodándose en un periodo de tiempo. En cualquier caso, se lo admita o no, mucho de su contenido (o lo suficiente) reside sólo en las manos de quien la posee. De su titular por derecho inobjetable. La identidad es -aún cuando manipulada, no reconocida o desconocida- una posesión. Una residencia propia inalienable. Un templo del que no nos pueden echar y que -aún cuando nunca lo hayamos pisado- se mantiene intacto esperando la visita de su inequívoc@ dueñ@.

La identidad no sabe de pasividad. No puede no devenir. No puede no moverse, removerse y conmoverse. Es una energía. Está ahí, presente, aún cuando no lo sepamos. Está ahí, variando con nosotr@s, manteniendo algo intacto y cambiando de forma a cada instante. Es un medio que nos constituye, pero en el que tomamos parte e intervenimos. Es una construcción en el tiempo, que nos mantiene dentro de nosotr@s mism@s. Es un espacio en el tiempo que, si se vive de manera consciente, se podrá disfrutar aparte de poseer. Es una escultura con algunas zonas sutiles, otras descuidadas, y algunas aún salvajes. En el tiempo, las salvajes pueden ser las más sutiles, las descuidadas estar dando cuenta de un orden delicado y las sutiles ser las más prescindibles. La identidad es un cuerpo intangible que no tiene por qué manifestarse a un tiempo: puede revelarse como una intuición completa y acabada, pero no vale menos descubrirlo por etapas, de acuerdo a un cronograma único, que sólo su poseedor@ va descubriendo...

La identidad no es prístina. Tampoco es perfecta (lo perfecto está clausurado: no permite ninguna intervención humana). La identidad no es algo que debemos pensar inmaculado: refleja contradicciones, miedos, retrocesos, avances y apremios. Simulaciones, errores, grandezas, nimiedades alojados en su seno. No permanecen ahí para castigarnos, sólo nos dan la oportunidad de saber quienes fuimos, para poder pensar en quienes seremos.

Desde ya que la identidad no es sólo profunda . Es también superficial y cambiante. Eso no la hace menos importante: sólo la hace más real. Tiene lugar para las contingencias, y no sólo se describe por las características más caras de nuestra personalidad. Ella también contiene nuestra preferencia, en este preciso instante, por un helado de chocolate a uno de vainilla. No vivimos sólo de lo profundo y tampoco vivimos solamente en lo profundo. Saber que tenemos varias 'capas' para vivir esta gran experiencia que es la vida, y que en todas ellas estamos presentes construyendo eso que somos nosotros mismos nos hará ver a nuestra identidad con cotidianeidad, sin una artificiosidad que la haría distante, esquiva.

La identidad es similar a una madeja de lana. Y encontrar la punta del hilo puede tener los caminos más inhóspitos: una casualidad, una cesuda búsqueda, una persona no tan importante en nuestras vidas, un desafío personal o un momento de aburrimiento. Puede construirse a la luz de diferentes circunstancias cotidianas y elegir algunas como las que más la influyen: la laboral, la sentimental, la profesional, la familiar, un hobby. O una combinación de ellas. Puede encontrar espacios que la hacen sentir expansiva, como una adolescente en primavera: el arte, una compañía, un amor, un pasatiempo, un recuerdo, un lugar, una fantasía o una novedad de lo más trivial. Cualquiera de esas circunstancias (y otras que no se me ocurrieron) pueden transformarla en más idéntica a sí misma: allí la identidad se inflama de sí... Pero no se torna peligrosa, porque 'identidad' no es 'ego': ella no es un monito en guardia que se siente herido con facilidad y reacciona desproporcionadamente contra sí mismo... la identidad no se hiere, no se quita, no se aliena. Lo sepamos o no. Y es por eso que ella reside tranquila, activa pero segura. Inquieta e inofensiva.

La identidad es parte del amor que sentimos por nosotros mismos. Reconocer y aceptar nuestra identidad, es el amor que los demás reconocen en nosotros mismos y entregan como un don de gente. El amor y la identidad se asemejan en una idea que alguna vez escuché en boca de Antoine de Saint-Exupèry: Tal vez, amor es el proceso de llevarte suavemente de vuelta a ti misma”. Es por esto que la identidad es un parecido... un parecido a nosotros mismos. 'Identidad' nos hace idénticos... a nosotros mismos. En realidad, es aún más simple: ella es sólo un camino de vuelta a lo que ya somos. Y en ese acto de vuelta, es cuando devenimos en nosotros mismos. Esa vuelta, es en realidad un destino. Esa vuelta es una batalla ganada. Esa vuelta es nuestra afirmación tranquila y segura de que somos eso...: nosotr@s mism@s. Y que, de puro privilegiados que somos, ya nos encontramos.


28/03/2012

Sin titulo (XXVI)



La experiencia es preciada en cualquier empresa humana, pero el problema de bajar un gato de un árbol es nuevo cada vez que ocurre.


François Duffy.







27/03/2012

Los Impronunciables (o Wulffmorgenthaler)

Qué decir de esta dupla... Que son un par de humoristas, es obvio. Que son buenos, no es tan obvio, pero es cierto. Que hacen el humor que muestro acá, es cierto, pero sólo parcialmente: la verdad es que su humor va desde la escatología inimputable a la incorrección política total, pasando por los que rescato aquí: tal vez las tiras más basadas en la paradoja, la bivalencia y demás vicios que padecemos y reproducimos a diario en esta sociedad occidental...

Como sólo trabajan en sueco o inglés, cada una de las tiras tiene su respectiva traducción. Enjoy 'em. Perdón: disfrútenlas.


'Decime, mi vida: quién te mostró los genitales?'

El último intento de José para hacer dinero rápido.
(detrás vende 'Mi alma' - 'Mi integridad' - Mi libertad')

El boliche más de moda del mundo. "Nunca han admitido a una sola persona!"
(cartel) No se acepta a nadie.


Entiendo que existe algo llamado el efecto mariposa, que implica que
mi aleteo debería hacer llover en Japón o algo así. Pero doctor, 

aleteo y aleteo y no pasa nada! Nada! Puede fijarse
 si todo está bien ahí atrás?

La afirmación que conforma la más grandiosa amenaza
 a toda la civilización occidental: Estoy completamente satisfecho
con mi vida, tengo todo lo que necesito... No voy a comprar nada nunca más!

Tierra: encendido - apagado.

Uno de los primeros asesinatos: Tengo el presentimiento que lo que decidimos
como la reacción a esta cuestión va a tener mucho significado para el
futuro de la civilización. ¿Debería ser condenado o celebrado? Luce fascinante,
pero por otro lado también doloroso para el otro tipo...

Jenny metió en el depósito a su familia hasta que pudiese darse cuenta de
su propio potencial interno: 'Cuando sepa quién soy,
les prometo venir y sacarlos. Por los próximos cuatro meses me voy
a España a tomar un curso de modelado de vasijas'.

Sabés que hay un dicho... "Alas grandes, pene pequeño"...


Experimento científico para explicar por qué todas las mujeres encuentran
en hombre horrible tocando la guitarra acústica cerca del fuego a alguien
simplemente irresistible.

Por pura coincidencia Luke y Ricky descubrieron la verdad sobre el Infierno:
Hola, gente! Parecen sorprendidos, pero este lugar no es realmente tan malo
 como todo el mundo piensa... Es caluroso, pero aparte de eso estamos
 pasando un muy buen momento! Realmente cálido!

Si 'El Señor de las Moscas' hubiese sido escrito hoy en día:
Dame la puta caracola!

Cuando Dios no está realmente enfurecido, sino fastidiado:
Ahora escucha, Gerardo. Sos un hombre irritante. Siempre escupes
comida grasosa en remeras recién estrenadas, te comés tus propios mocos,
te has masturbado con 'Toy Story'... Me hace sentir que simplemente he
malgastado mi tiempo haciendo este planeta horrible!

Darwin tuvo que re-evaluar sus teorías cuando presenció a Dios en acción
en el más allá: Y entonces la cosita sólo necesita una oreja aquí...
Es graciosísimo! Heeeheee!

Andrés, qué es eso? Sólo tráenos algo que podamos comer, tonto!

Cómo funciona la democracia: Ustedes pueden haber tenido una educación
distinguida y un alto coeficiente intelectual, pero el resto de nosotros dice que
TODOS saltemos en este lago de lava hirviendo! Ahora, vamos!

Por una casualidad, Ralph abrió una puerta que llevaba a una réplica
 del universo que conocemos pero cabeza-abajo: Ciérrala, estoy muy
tensionada ahora... vamos a almorzar a casa de mi hermana
 y ya estamos retrasados...







23/03/2012

La Trilogía de la Trilogía.


Si es cierto que 'las buenas cosas vienen de a tres' (good things come in three - el equivalente anglosajón del popular no hay dos sin tres), esta trilogía tiene el interés asegurado. No creo que él resida en su fuente (la Trilogía de New York de Paul Auster - una de las pocas obras de ingeniería narrativa que, aún sin fascinarme en términos de la historia, es admirable en su construcción acontecimental...). El verdadero interés de ellas reside en su mismo contenido: no sabríamos decidir cuál es la más inquietante, increíble -aún cuando dicen que alguna está muy cerca de la realidad (la de la viuda de Winchester, por lo menos).

Por eso, en lo que sigue refiramos a esta trilogía: no ya la de Auster, sino la que este post recorta, cual fractal de la fuente originaria. El ejercicio de construir una trilogía de la trilogía, recuerda que en cada objeto encontramos una parte que contiene todas las características del todo, como la repetición insistente de la estructura que la contiene.


i) (...) O la señora Winchester, la viuda del fabricante de rifles, que temía que los espíritus de las personas que habían muerto por dis­paros hechos con los rifles de su marido vinieran a llevarse su alma, y por lo tanto continuamente añadía habitaciones a su casa, creando un monstruoso laberinto de pasillos y escondi­tes, de modo que pudiera dormir en una habitación diferente cada noche y así eludir a los fantasmas. La ironía es que du­rante el terremoto de San Francisco de 1906 quedó atrapada en una de estas habitaciones y estuvo a punto de morir de inanición porque los sirvientes no la encontraban (...)

ii) (...) También está M. M. Bakhtin, el critico y filósofo literario ruso. Durante la invasión alemana de Rusia en la segunda guerra mundial se fumó la única copia de uno de sus manuscritos, un estudio sobre la literatura alemana que tenía la extensión de un libro y le había llevado años escribir. Una por una, cogió las pági­nas del manuscrito y utilizó el papel para liar sus cigarrillos, fumándose cada día un poco más del libro hasta que no quedó nada. Estas historias son verdaderas. También son pa­rábolas quizá, pero significan lo que significan solamente por­que son verdaderas (...).

iii) (...) “En un libro de Peter Freuchen que leí una vez”, escribe Fanshawe, “el famoso explorador del Ártico cuenta que quedó atrapado por una tormenta de nieve en el norte de Groenlan­dia. Solo con sus víveres disminuyendo, decidió construir un iglú y esperar a que amainara la tormenta. Pasaron muchos días. Temeroso, sobre todo, de ser atacado por los lobos -por­que les oía merodear hambrientos junto al tejado de su iglú-, periódicamente salía fuera y cantaba a pleno pulmón para asustarlos. Pero el viento soplaba furiosamente, y por muy alto que cantase, lo único que oía era el viento. Sin embargo, si bien éste era un problema grave, el problema del propio iglú era mucho mayor. Porque Freuchen empezó a notar que las paredes de su pequeño refugio iban gradualmente cerrándose sobre él. Debido a las peculiares condiciones atmosféricas en el exterior, su aliento literalmente congelaba las paredes y con cada respiración éstas se volvían más gruesas y el iglú se hacía más pequeño, hasta que finalmente casi no quedaba espacio para su cuerpo. Ciertamente es aterrador imaginar que tu pro­pia respiración te va metiendo en un ataúd de hielo, en mi opinión, es considerablemente más angustioso que, digamos, El pozo y el péndulo de Poe. Porque en este caso es el hombre mismo el agente de su destrucción y, además, el instrumento de esa destrucción es precisamente lo que necesita para man­tenerse vivo. Porque ciertamente un hombre no puede vivir si no respira. Pero al mismo tiempo no vivirá si respira. Curiosa­mente, no recuerdo cómo consiguió Freuchen escapar de aquella apurada situación. Pero no hace falta decir que escapó. El título del libro, si no recuerdo mal, es Aventura Ártica. Hace muchos años que está agotado (...).




Lo mejor de estas tres historias es una idea que aparece como preludio a todas: unas líneas antes de comenzar a narrar el caso de la señora Winchester, el autor afirma 'piensen en las co­sas que pasan, piensen en cómo estallan las vidas'







Perseguidor y Perseguido.

Si los decálogos sirven de algo, el que sigue podríamos someterlo a un pequeño ejercicio práctico. O analítico (pero no por mero jugueteo intelectual -para decirlo recatadamente-, sino por las profundas revelaciones que produce cuando lo realizamos). La tarea es simple (simplísima): se quita los nombres 'correcaminos' y 'coyote' en las siguientes nueve reglas y se coloca el par de antagonistas que más les guste. Puede ser 'Tweety' y 'Silvestre', 'Estados Unidos' y 'Unión Soviética', 'Perón' y 'Balbín' o 'novio/a' y 'ex novio/a'... 


Las Nueve Reglas del Coyote y el Correcaminos (por Chuck Jones)

1) El Correcaminos jamás le hace algo al Coyote, salvo gritarle 'beep-beep'.
2) Ninguna fuerza exterior daña jamás al Coyote. Sólo lo hace su propia ineptitud o un producto ACME fallado.
3) El Coyote podría parar su persecución en cualquier momento, si no fuese porque es un fanático.
4) El único diálogo es un corte 'beep-beep'.
5) El Correcaminos debe siempre permanecer en el camino, caso contrario no podríamos llamarte 'correcaminos'.
6) Toda la acción se circunscribe al habitar natural de los dos personajes: el desierto del sudoeste estadounidense.
7) Todos los dispositivos, herramientas, armas y artilugios mecánicos deben ser provistos por la corporación ACME.
8) Siempre que sea posible, la gravedad debe ser el principal y más grande enemigo del Coyote.
9) El Coyote siempre debe verse más humillado que lastimado por sus fracasos.



Prueben, prueben. Es un oráculo de respuestas curiosas.




20/02/2012

Sin título (XXV)



"Pienso, luego existo" es el comentario de un intelectual que subestima el dolor de muelas.





Milán Kundera.









10/02/2012

#periodismo #mentir #derecho #dios

Hace no tanto tiempo atrás, con la proliferación de lo que se llama la 'web 2.0' (o 'web social') se empezaron a reconfigurar algunas relaciones entre los individuos. Al principio, sólo se hacían más visibles en su primera persona: alguno escribía en un blog o tenía un perfil en Twitter y podía comentar cosas de su vida cotidiana, como garabatear personajes de ficción, cuanto compartir lo que ya había escrito. En otro momento, a alguien se le ocurrió convocar gente a uno de estos espacios para un asunto determinado: una causa (justa o trivial - quién podría juzgarlo con precisión), un tema de interés o con la deliberada intención de desafiar los medios convencionales de difusión. Y todo ello no fue nada despreciable, sobre todo, porque empezaron a suceder cosas fuera de la virtualidad (o sea, en ese espacio que aún se llama 'realidad'). Luego de ello, algunos medios de comunicación convencionales, comenzaron a mirar a esos lugares donde pasaban cosas y a hacerse eco de ellas, mientras algunas editoriales empezaron a imprimir lo que sucedía en esos lugares en un modo que ya nos era conocido: tinta, tapas y bastante papel.


Entonces la lógica cambió... porque la cosa cambió, claro está.


Cada vez más gente pudo compartir una opinión y hacerla accesible a los demás de manera más veloz, incluso, de lo que antes solían hacerlo periodistas y comunicadores reconocidos -que no siempre llegaban a la inmediatez actual-... por lo que al viejo periodista [el único] habilitado a emitir un comentario acerca de un  hecho, se le sumó un blogger, dos, tres, mil. Y un foro, dos, tres, mil. Y una página pública de Facebook, dos, tres, mil... sin contar los casos de blogueros, foristas y personajes públicos en Facebook que arrastran una considerable mayor cantidad de seguidores que columnistas de carrera en ese espacio tan impresionante que conocemos como 'social media'. Con esto no estoy asegurando que los periodistas sean prescindibles, ni que todos deberían ser desbancados por el ciudadano de a pié. Tampoco aseguro que esa cantidad se traduzca, necesariamente, en calidad. Sólo digo que ahora, eso que antes sabíamos, se torna concreto: quien opina/analiza por gráfica/TV/radio no es necesariamente el que tiene la opinión más acabada acerca de un hecho, ni el que lo contempla en todos los puntos de vista o siquiera, los más interesantes... y por tanto, ahora podemos encontrar excelentes opiniones y comentarios fuera de los medios convencionales. Antes, dar con alguien perspicaz, que nos daba un análisis más valioso de un hecho era un fenómeno acotado -por el contacto físico o bien por el espacio en que ocurría (un congreso académico, una reunión gremial, un evento que nucleara a personas de diferentes extracciones, etc)-, mientras que hoy se hace masivamente accesible y viralmente potenciable.


Todo esto venía al caso de otro fin: quería presentarles un extracto muy rico, escrito por Milán Kundera en su libro 'La Inmortalidad', donde, mucho antes de la web social dice que 'periodista es [aquél] que tiene el derecho de preguntar'... algo que  inmediatamente me hizo pensar en esta reconfiguración del rol del periodista, y que ahora puede ser un oficio ejercido por muchos más de los que lo era antaño... en diferentes formatos, calidades y frecuencias. En otras palabras, el que hoy tiene derecho a preguntar, es todo aquél que tenga acceso a esta gran web 2.0, y por tanto, el sentido del oficio del periodista (sea que se lo ejerza una vez por año, dos o tres veces en un mes o todos los días) es un derecho [más] concreto, y no una bella declaración de principios en una carta fundante de un orden político-social.



El Decimoprimer Mandamiento.

En otros tiempos había un gran nombre que simbolizaba la fama de un periodista: Ernest Hemingway. Toda su obra, su estilo conciso y concreto, tenía sus raíces en los reportajes que enviaba cuando era joven a un periódico de Kansas City. Ser periodista significaba entonces acercarse más que nadie a la realidad, recorrer todos sus rincones ocultos, ensuciarse las manos con ella. Hemingway estaba orgulloso de que sus libros estuvieran tan abajo, junto a la tierra misma, y al mismo tiempo tan alto, en el cielo del arte (...). ¿Quién es, por lo demás, el periodista más memorable de los últimos tiempos? No es Hemingway, quien escribía sobre sus experiencias en las trincheras del frente; no es Orwell, quien pasó un año de su vida con los pobres de París; no es Egon Erwin Kisch, conocedor de las prostitutas de Praga, sino Oriana Falacci, quien entre 1969 y 1972 publicó en el semanario italiano L'Europeo un ciclo de conversaciones con los más famosos políticos de la época. Aquellas conversaciones eran algo más que simples conversaciones; eran duelos. Los poderosos políticos, antes de advertir que se estaban batiendo en condiciones desiguales —porque las preguntas podía hacerlas ella y ellos no— ya se retorcían K.O. sobre la lona del ring.  Aquellos duelos eran el signo de los tiempos: la situación había cambiado. 

El periodista comprendió que lo de hacer preguntas no era simplemente el método de trabajo de un reportero, que realiza sus investigaciones modestamente con una libreta y un lápiz en la mano, sino un modo de ejercer el poderPeriodista no es aquel que pregunta, sino aquel que tiene el sagrado derecho de preguntar, de preguntarle a quien sea lo que sea. ¿Acaso no tenemos todos ese derecho? ¿Y no es acaso la pregunta un puente de comprensión tendido de hombre a hombre? Quizá. Por eso precisaré mi afirmación: el poder del periodista no está basado en el derecho a preguntar, sino en el derecho a exigir respuestas.  


Fíjense bien, por favor, en que Moisés no incluyó entre los diez mandamientos el de «¡No mentirás!». ¡No fue una casualidad! Porque quien dice «¡No mientas!» tiene que decir antes «¡Responde!», y Dios no le dio a nadie el derecho a exigir de otro una respuesta. «¡No mientas!», «¡Di la verdad!», son palabras que un hombre no debería decirle a otro si lo considera un igual. Quizá Dios sea el único en tener derecho a decírselas, pero no tiene ningún motivo para hacerlo porque todo lo sabe y no le hace falta nuestra respuesta. Entre el que da órdenes y el que tiene que obedecerlas no hay una desigualdad tan radical como entre quien tiene derecho a exigir una respuesta y quien tiene la obligación de responder. Por eso el derecho a exigir una respuesta se otorgaba desde siempre sólo en casos excepcionales. Por ejemplo al juez que investiga un delito. En nuestro siglo se adjudicaron este derecho los Estados fascistas y comunistas, y no en situaciones excepcionales, sino para siempre. Los ciudadanos de esos países saben que en cualquier momento puede producirse una situación en la que serán llamados a responder: qué hicieron ayer; qué piensan en lo más oculto de su alma; de qué hablan cuando se encuentran con A; ¿es cierto que mantienen una relación íntima con B? Precisamente ese imperativo sacralizado «¡Di la verdad!», ese decimoprimer mandamiento, a cuya fuerza no supieron resistir, los convirtió en masas de miserables infantilizados. Claro que a veces aparecía algún C que no quería por nada del mundo decir de qué había hablado con A, y para rebelarse (con frecuencia era la única rebelión posible) decía en lugar de la verdad una mentira. Pero la policía lo sabía y montaba en secreto en su casa micrófonos ocultos. No lo hacía por motivos reprobables, sino para enterarse de la verdad que el mentiroso C escamoteaba. Sencillamente reivindicaba su sagrado derecho a exigir una respuesta. En los países democráticos, cualquiera le respondería sacando la lengua al policía que se atreviera a preguntarle de qué ha hablado con A y si mantiene relaciones íntimas con B. No obstante, aquí también el gobierno del decimoprimer mandamiento se ejerce con toda energía. ¡Algún mandamiento tiene que gobernar a la gente en nuestro siglo, cuando los Diez Mandamientos de Dios ya casi han caído en el olvido! 

Toda la estructura moral de nuestra época se apoya en el decimoprimer mandamiento, y el periodista ha comprendido que gracias a una resolución secreta de la historia debe convertirse en su administrador, con lo cual adquirirá un poder con el que no soñaban ni Hemingway ni Orwell.  La primera vez que esto quedó demostrado con total claridad fue cuando los periodistas norteamericanos Cari Bernstein y Bob Woodward descubrieron con sus preguntas el juego sucio del presidente Nixon durante las elecciones y obligaron así al hombre más poderoso del planeta primero a mentir en público, después a reconocer en público que mentía y finalmente a marcharse con la cabeza gacha de la Casa Blanca (...) Destronarlo no por las armas o con intrigas, sino mediante la mera fuerza de la pregunta. «Dime la verdad», dice el periodista y nosotros naturalmente podemos preguntar cuál es el contenido de la palabra verdad para aquel que administra la institución del decimoprimer mandamiento. Para que no haya confusiones, subrayamos que no se trata de la verdad divina por la que murió en la hoguera Jan Hus, ni de la verdad de la ciencia y el libre pensamiento, por la que quemaron a Giordano Bruno. La verdad que corresponde al decimoprimer mandamiento no se refiere ni a la fe ni al pensamiento, es una verdad de la planta baja de la ontología, la verdad puramente positivista de los hechos: qué hizo C ayer; qué es lo que de verdad piensa en lo más profundo de su alma; de qué habla cuando se reúne con A; y ¿mantiene relaciones íntimas con B? No obstante, aunque esté en la planta baja de la ontología, es la verdad de nuestra época y tiene la misma fuerza explosiva que en otros tiempos tuvieron la verdad de Hus o la de Giordano Bruno (...).


Empieza la campaña electoral, el político salta del avión al helicóptero, del helicóptero al coche, se esfuerza, suda, engulle su almuerzo a la carrera, grita por el micrófono, pronuncia discursos de dos horas, pero al final, siempre dependerá de Bernstein o de Woodward cuál de las cincuenta mil frases que pronunció llegará a las páginas de los periódicos o será citada en la radio. Por eso el político querrá aparecer en la radio o la televisión en directo, sólo que eso no es posible más que por medio de Oriana Fallacci, que es dueña y señora del programa y que será quien le hará las preguntas. El político querrá aprovechar el momento en que por fin lo ve toda la nación y decir enseguida lo que siente, pero Woodward sólo le va a preguntar por lo que no siente en lo más mínimo, por lo que no quiere ni mencionar. Se encuentra así en la situación clásica del bachiller al que han convocado a la pizarra y que intenta emplear el viejo truco: pondrá cara de responder a la pregunta pero en realidad hablará de lo que para la emisión preparó en su casa. Pero si este truco valía hace tiempo para el profesor, no vale ya para Bernstein, quien le recuerda implacable: «¡No ha respondido a mi pregunta!» (...)




Este post está especialmente dedicado a @snlalaurette





06/02/2012

Escribir. Describir.

Supongo que la labor determinante, interminable y sutil que implica describir un personaje -alguien que es real ciento por ciento-, es un acto de creación (pero no sólo 'literaria', sino también material, concreta... es crear a alguien. Cual tarea divina). Y, como todo acto creador (una construcción, una conformación) es un modo de controlar. Se controla a la perfección lo que se crea -no en términos policíacos o represivos-, porque en realidad se está amasando con barro... el mismo control que poseen (o se arrogan) los asesinos, cuando deciden el momento (en este caso es eterno) que la vida de alguien tiene que terminar.

Por alguna razón, crear, escribir y asesinar me resultan comparables... Creo que el punto está en la eternidad: crear un personaje o asesinar a un individuo, es algo eterno. Una vez hecho, no hay quién lo deshaga, y lo que de ello se deriva se separa completamente de las manos del creador...