El título no deja de tener un contenido curioso (y que descubrí luego de decidirlo, así que está lejos de ser deliberado): es el título de una obra del genial Pierre Bourdieu, enemigo profesional del autor que aquí citaremos... En fin.
Pasando al punto principal, me gustaría extractar un trecho corto de un libro de Alain Touraine (*) en donde se dedica especialmente a lo que hacen los sociólogos. Como el contenido me parece realmente interesante, trataré de hacer la menor cantidad de interpolaciones (y hasta me evitaré casi cualquier signo de puntuación, salvo por los necesarios).
(...) podemos sentir tres temperamentos de sociólogos:
A unos les gusta llegar al corazón de la vida social, al lugar donde se hallan las 'relaciones y los conflictos'. Tales sociólogos aportan al conocimiento lo que le es más indispensable. Cualquiera que sea su orientación particular, descifran la red de interacciones sociales y descubren de nuevo la estructura de la sociedad.
Otros, en cambio, son más polémicos: abren la vía a los constructores de la sociología combatiendo sin cesar el 'poder', su discurso, sus categorías y, asimismo, su represión y sus exclusiones. Es difícil que puedan actuar por mucho tiempo de ese modo sin sentirse animados por una santa cólera y, por ende, sin verse cargados a su vez de ideología o sin ser portadores de los intereses de una comunidad amenazada. Pero, sin su presencia, los constructores del conocimiento siempre corren el riesgo de ceder a la inclinación que los eruditos experimentan por el poder.
Finalmente, otra clase de sociólogos son los sociólogos de la noche: escuchan a quienes ya no hablan, miran con aquéllos cuyos ojos están ya vaciados, son descubridores de las tierras que se extienden más allá de las murallas de la 'civilización', exploran el mundo inmenso de la 'exclusión'. Hoy día, en que la oscuridad se ve traspasada por los proyectores, el sociólogo nos enseña a ver a aquellos que se hallan entre nosotros, pero que están amordazados por el Estado y la organización social y cultural. Interroga a quienes el orden establecido considera como monstruos o marginados.
El sociólogo completo debería poseer el espíritu de análisis de los primeros, la cólera de los segundos y la compasión de los últimos.
Pero no existe un sociólogo completo, como tampoco existe la síntesis equilibrada de tantas exigencias opuestas, ni reposo alguno de la mirada divina contemplando a la creación. Ser sociólogo, y eso no es exclusivo de aquellos cuyo oficio estriba en ser sociólogo -por lo que diré con mayor comodidad: ser un actor social-, consiste en luchar contra las apariencias tras las cuales se oculta el poder y en someterse al mismo tiempo a la exigencia principal del conocimiento sociológicos: reconocer que el sentido de la acción nunca nos es dado enteramente por la conciencia del actor. Y eso prohíbe toda identificación. La crítica del poder nunca la lleva a cabo un contrapoder: el conocimiento no prepara el orden del mañana.
(*) Introducción a la Sociología (Ariel, 1978).