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Totalmente. Él era 'Mr. Difference' |
La producción académica de la sociología ha sido, en los últimos tiempos, la de kilómetros de papel con mucho menos contenido que tinta. Tal vez porque, como en otros espacios de las ciencias sociales, esos mismos productos se leen entre sí, y, desde ya, seguirán en el mar de aguas bastas pero tan reales como las utilizadas en una escenografía teatral. Ese no es nuestro problema (es más bien un padecimiento), así que mostremos qué diferente sería si, en vez de leer y desvencijar clásicos por la vida universitaria y luego dedicarse a conversaciones llenas de adjetivos y conceptos venidos a menos por su triste tratamiento, con dos o tres palabras de un cuento corto podrían, sino derivar todo un tratamiento, tal vez ‘entrenar’ el intelecto con imágenes completas, acabadas, de gran contenido y que pintan un telón delante de nuestros ojos con una contundencia digna de imitar – y aún, de emular. Al menos, ser Salieri no es tan malo si uno se obsesiona con Mozart, en cambio, pretender originalidad y no hacer más que repetir cosas que no cambian la vida de nadie, está mucho, mucho más atrás en la escala de importancia. Bueno, lo cierto es que existe algo aún peor: redactar haciéndose eco de la importancia de las palabras de ese titular que nos promociona académicamente y nos conseguirá la próxima renovación de beca, una carta de recomendación en un doctorado o, incluso, la miguita de un lugar en su cátedra, para poder pavonearnos con personas similares a nosotros hace una década... El punto es que los sociólogos (y otras yerbas humanístico-sociales) podrían leer más literatura de lo que hacen. Sí, aún esos, que creen reencarnar un revival de la bohemia de antaño, y no saben que el arte sólo atrevidamente puede ser sometido a categorías y conceptos forzados por su análisis. Si, además, se interesasen por los cuentos –y no sólo por los textos que pueden, decir algo de la sociedad de algún tiempo, como la elección obvia de un naturalista decimonónico- y se diesen cuenta que la sociedad puede rastrearse en una multiplicidad de pasajes, aún en fábulas y novelas poco asociadas a las que ellos estiman procedentes, podrían encontrarse con algo tan sorprendente como ‘El Hombre de la Multitud’ (The Man of the Crowd) del
divine Edgar Allan Poe. Además de dar con un tratado sintético de observación de conductas y roles sociales –que podríamos encontrar en muchos grupos actuales, y aún del mismo modo que lo hace el narrador, sentado en un bar londinense-, tal vez, por el sólo hecho de leerlo, tanta intrascendencia escrita podría refinarse y profundizarse un poco (al igual que una persona leída posee más herramientas para expresarse por escrito)… Podrían observar las categorizaciones y los detalles (
¡los detalles!) que Poe señala: las marcas de una clase ejercida con dedicación y una status pretendido… claro, también podrían quedarse con la definición más contundente, austera –aunque perspicaz y completa- acerca de estas variedades de personas que frecuentan una avenida. Sólo para traer un ejemplo, Poe nos cuenta de lo inconfundible dentro de la tribu [
sic] de los empleados de empresas florecientes: tenían las maneras de quienes se consideraban la perfección del buen gusto (sólo que de doce a dieciocho meses antes!) y por eso, sentencia:
usaban la gracia de desecho de la aristocracia, y ésta, pienso, puede ser la mejor definición de los mismos (‘the manner of these persons seemed to me an exact fac-simile of what had been the perfection of bon ton about twelve or eighteen months before. They wore the cast-off graces of the gentry; -- and this, I believe, involves the best definition of the class’
[leerlo])
¿Conocieron mejor imagen para definir una actitud, y a la vez de describirla, también juzgarla, valorarla de un modo que, si los cientistas sociales se permitiesen hacer, las precisiones abundarían mucho más de lo que las buscamos en ese campo que llaman realidad? Comentar las fortalezas de esta idea –como de las otras que nos da Poe- sería subestimar lo que de bueno tiene, desde que habla por sí misma. Si todo está dicho por él ¿para qué comentarlo nosotros? Es tan inútil como esos kilómetros de papel y toneladas de tinta de los que hablábamos más arriba… Y de paso, hacemos más por leer este bello relato (por supuesto, recomendamos también los comentarios de Julio Cortázar acerca de él).
Casi me olvido: Si Poe no les alcanza, pueden probar con otro grande, pero bien diferente de él: Walt Whitman, en su Canto a Mí Mismo.
Recomendamos la versión en español con doble yapa: las ilustraciones preciosas de Gustave Doré y una biografía de Poe muy interesante de Alejandra Villarroel,
aquí.