Un hombre que algunos señalan como un maestro (es decir, la versión reivindicativa del denostado término gurú), pero que -como todos los otros hombres y mujeres- es sólo un aprendiz, encontró un buen modo de explicar cuál es la búsqueda que será legítimamente valiosa para cada individuo (y necesariamente, nunca más allá de él mismo).
Como siempre, no nos detendremos en el nombre del que expresó su idea con la siguiente historia corta, ni repararemos en los detalles locales o históricos del pasaje (o alguno de sus personajes):
En algún pueblo, un hombre decidió abrir una tienda de pescado, y puso en su puerta un gran cartel que decía: "Aquí se vende pescado fresco". El primer día que abrió, un cliente le dijo: "¿'Pescado fresco'? ¿Para qué aclaras que es 'fresco'? ¿Acaso venderías pescado rancio?" El tendero creyó que era sensato, porque, curiosamente, la idea de 'fresco' traía a la mente, también, la idea de 'rancio' a los clientes. Ahora se leía: "Aquí se vende pescado". Una ancianita llegó a la tienda al día siguiente, y le preguntó: "¿Usted vende pescado también en alguna otra parte?" El tendero dijo que no, y se dió cuenta que la palabra 'aquí' debía ser eliminada, y así lo hizo. Al tercer día, otro cliente vino le preguntó: "¿Acaso alguien obsequia pescado?"... y el tendero decidió eliminar el verbo 'Se vende'. Ahora sólo quedaba 'Pescado'. En ese momento otro cliente le reprochó: "¿'Pescado'?. Incluso desde lejos, hasta un ciego podría olerlo". Y por eso el comerciante sacó la última palabra, dejando un cartel en blanco. Un momento después, un transeúnte le gritó: "¿Para qué tener un cartel en blanco sin sentido?". Y así el vendedor sacó el cartel dejando el vacío. La última referencia que tuvo de su cartel primero mutilado y ahora directamente desaparecido fue de un caminante que se detuvo por curiosidad: "Habiendo abierto una tienda tan grande, por qué no cuelgas un cartel que diga Aquí se Vende Pescado Fresco?.
Así es como sucede: todos ponen en juego una versión -seguramente bienintencionada- de una situación que, mientras los complacemos, no sólo vamos mutilando nuestro/s criterio/s, sino que luego de ese recorrido, se nos reclama por qué no hacer lo que ya habíamos pensado al principio... Eso sucede porque cada uno aporta una verdad, presentándola como 'la' verdad (aunque lo peor no es eso, sino que del mismo modo la compramos).
La cuestión parece residir en la consciencia. En la consciencia del que recibe el consejo ajeno, y en la del que se atreve a darlo. Las personas valiosas no aconsejan, prefieren ayudarnos a ser (y a hacer) más conscientes nuestras propias decisiones. Claro que se pueden permitir -y aquí debemos agradecerles- darnos una intuición, o una perspectiva... pero lo fundamental para ellos será hacernos más despiertos para escoger entre la mejor opción, valida sólo para el momento y la posición en que nos encontremos (y concebida en nuestra propia consciencia, claro está). El fin de ello no es nada despreciable: despertándonos, podremos tener la confianza de que podremos escoger, en otro tiempo y posición diferente, también la mejor opción entre varias (aún cuando ésta no sea siquiera parecida a la primera. De hecho, reprochamos la falta de coherencia ajena, pero nunca pensamos en la coherencia que deberíamos reclamar a las situaciones en que esas personas decidieron... en otras palabras, olvidamos que deberíamos reprocharle a las circunstancias la misma carencia. Pero hacerlo -es decir, enrostrarle algo a una 'situación'- es, a toda vista, absurdo... aunque si lo hiciésemos, tal vez nos daríamos cuenta de que el reclamo que hacemos a las personas no es muy consistente...).
El punto aquí es no recortarnos según el deseo de los otros, y así acabar por ser un vacío que un otro viene a exigirnos que deberíamos llenar... es decir, no ser como el tendero, ni como los clientes... no dar consejos acerca de qué hacer en una situación determinada, sino ayudar a que el otro vaya encontrando sus decisiones... y no decidir según lo que otros creen, sino desde lo que nosotros estamos experimentando. Y así una y otra vez. Una y otra vez...
Por eso, no les recomendaría leer este post, y menos aún, que lo recomienden.
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