|
Se es más o menos ruin.
Pero se es ruin y no otra cosa. |
Hace unos años, un extraordinario novelista británico -premio Nobel de Literatura en 1983-, y más conocido por su novela más exitosa, aunque como siempre no la mejor, dijo que si no entendemos que los hombres y mujeres producimos maldad como las abejas producen miel es porque estamos ciegos o mal de la cabeza. Se llamaba William Golding y fue un gran sociólogo literario (no sólo por su conocida El Señor de las Moscas, sino por ensayos como The Hot Gates).
No tanto tiempo atrás, preparando unos apuntes para un curso sobre cine y algo más, me topé con este ilustrativo trabajo de Zoraida Jiménez Gascón (*). Allí encontramos definiciones, tipologías y caracterizaciones. Veamos lo que tiene de útil (o utilísimo) y cómo presenta esta penosa cuestión de lidiar con los chicos malos...
Decidida a comenzar por el principio, la autora circunscribe su materia yendo directo al camino de las definiciones. Tomemos de ello sólo dos aspectos, para pasar luego a los aportes genuinos: y como de echar mano al diccionario se trataba, comienza con la acepción que asegura que un villano es un habitante del estado llano en una villa o aldea, pero siempre diferente del noble o hidalgo. Como segunda acepción, encontraremos la que sindica a un villano como alguien ruin, indigno e indecoroso (claro que, si esta primera acepción tiene alguna filiación causal con la primera, el prestigioso diccionario de la RAE no la aclara).
[Dato curioso del libro de referencias de la RAE: el diccionario no ha rescatado aún su acepción ficcional, algo que no ocurre con otras categorías, como el caso de mujer fatal (femme fatal) que obtuvo su entrada en 1942, y en la edición de 1992 incluye la referencia a su carácter ficcional: ‘aquella cuyo poder de atracción amorosa acarrea fin desgraciado a sí misma o a quienes atrae. Referido principalmente a personajes de ficción, sobre todo de cine, a las actrices que los representan’].
Volvamos al espacio del villano, porque, en realidad, contamos con una definición muy específica: el American Film Institute (AFI) de 2003, de su elección de los 100 mejores héroes y villanos del cine estadounidense. Allí se los señaló como aquél personaje: «cuya maldad mental, carácter egoísta y fuerza de voluntad son a veces ocultados por la belleza y la nobleza, mientras que otras veces pueden rabiar desenmascarados. Pueden ser horriblemente malvados o grandiosamente divertidos, pero son en última instancia trágicos».
Parece que el interés del villano no radica sólo en lo llamativo que nos resulta -porque deploremos o admiremos sus acciones-, sino que además es el motor mismo de la historia, el personaje que hace que la trama funcione ya que sin él, el héroe no podría salvar al mundo (o, al menos, protegerlo de algo) sin que su villano le complique la existencia en su empresa. Pero no debemos pensar la existencia del malo y el bueno como un componente insoslayable de la trama. Tanto es así que existen películas con villanos pero sin héroes:
Scarface (Hawks, 1932),
El Padrino I, II y III (Coppola, 1972, 1974 y 1990 - respectivamente),
Alguien Voló sobre el Nido del Cuco (Forman, 1975), Taxi Driver (Scorsese, 1976), etc. Otro apartado se lleva el origen de la maldad (no alcanzaría este post, o este blog... pero fundamentalmente, no alcanzaría las dotes de quien lo escribe a narrar ni siquiera el principio de ello). Tomemos un trabajo que recupera la autora que aporta mucho al interés cinematográfico, como es el de Sara Torres (**), inervando la idea de maldad en el espacio religioso, la que luego se convertirá en una noción social y mucho después en una característica psicológica: Al principio, el mal no es “alguien” malo, sino “lo que está mal”, lo que prohíben los dioses y los desafía (por eso apela a la predestinación de la tragedia griega -donde los personajes no podía escapar a su condición como a su destino-, a diferencia de la modernidad, donde sólo llamamos “malos” a quienes deliberadamente eligen serlo). Si lo malo es la acción de quien elije libremente, siguiendo a Román Gubern, Jiménez Gascón asegura que sólo las personas mentalmente responsables pueden ser culpables de alguna falta (para lo que se requiere distingir la culpa objetiva -noción moral y jurídica-, y la culpa subjetiva -el malestar psicológico por la responsabilidad moral incumplida-). En el caso del villano cinematográfico, no se halla el segundo tipo de culpa que Gubern denomina culpa subjetiva dado que casi carece de empatía hacia otros seres humanos. Para el villano, su actitud es normal, lo anormal es lo que hacen los buenos (y por eso no sentirá arrepentimiento por actividades que considera lógicas, o apropiadas, o justificadas por un bien que él considera mayor). Allí Jiménez Gazcón recuerda a Michael Corleone en
El Padrino III: "¿De qué sirve confesarme si no me arrepiento?".
Si quisiésemos crear nuestro villano de bolsillo, deberíamos partir de una concepción maniquea: en las películas hay bueno o malos. Nunca hay una tercera opción. Estas diferencias se identifican en actitudes y acciones como en la apariencia física. Nuestra receta de villano debe incorporar actitudes crueles, inmisericordes, despiadadas, traidoras, ambiciosas, vengadoras y una sensación gozosa de su villanía. Tal vez podríamos agregar un accesorio (y créanme que este es determinante): en inglés existe la expresión
black hat -proveniente de los malvados en los westerns, que siempre usaban sombreros negros-, en consecuencia, es posible que el negro rodee su vestimenta (aunque no fuese su sombrero). Físicamente, los criterios pueden ser, incluso, opuestos: podrían ser feos (respondiendo a esa convención que dice que la fealdad física es signo de su 'fealdad moral', igual que la bondad del héroe se manifiesta también en su atractivo personal), como también podrían ser extremadamente guapos, con el fin de esconder toda la podredumbre que llevan dentro... Tomando a Rib Davis, debemos tener en claro que si queremos personajes señalados, condenados, culpables por lo que han hecho, pondremos énfasis en su libre albedrío. Si no tienen que ser responsables de sus actos, el énfasis se pondrá en las influencias y circunstancias a los que fueron sometiendo sin su elección expresa. Jiménez Gascón pone dos ejemplos procedentes: Travis Binckle (
Taxi Driver, 1976) y el capitán Renard (
Tener y no tener, 1944). Travis Bickle es un ex combatiente de Vietnam que sufre insomnio y lo que vivió en la guerra, más lo que ve por la noche en las calles de Nueva York, lo llevan a tomarse la justicia por su mano. El capitán Renard es un policía capaz de abofetear a una mujer y torturar a un alcohólico en un simple interrogatorio. Así, mientras que Travis Bickle puede ser visto como víctima de las circunstancias, Renard es elige su villanía y por eso es detestado por la audiencia.
Sumando estereotipos que hemos visto, agreguemos la dimensión foránea del villano, o su pertenencia a un grupo étnico/político mal considerado (si esto se encuentra con la identificación del público como enemigo propio, será más fácil para ellos apoyar la gesta del héroe). Claro que el 'enemigo'/'villano' variará a lo largo de la historia -según el momento en que se ruede o al momento histórico que ambiente la trama-: mientras en
Casablanca de 1942 eran los alemanes, en la guerra fría eran comunistas -especialmente soviéticos-, después serán los latinoamericanos (vistos como terroristas y/o narcotraficantes).
|
La maldad: Una enfermedad que si
se padece, también hace sufrir
a los otros |
Más allá de las caracterizaciones generales, el punto con los villanos no es sólo que los padezcamos (o que quiéramos imitarlos), sino que, para estudiarlos, no hay tipologías disponibles (o al menos, no muchas). La autora realiza una algo extensa, a partir de dos criterios: 1) la naturaleza física del villano y 2) el ejercicio de la villanía (sea por su personalidad, sus métodos o su motivación). En el primero caso, el villano puede ser una persona humana (como Hannibal Lecter) o sobrenatural (como el Conde Drácula), un animal natural (
Tiburón) o sobrenatural (
Alien), y podemos, por último, dar con villanos que sean seres tecnológicos, como máquinas (
Terminator) o inteligencias artificiales (HAL 9000 en
2001, Odisea del Espacio).
En el segundo caso, es decir, desde el nivel del ejercicio de su villanía, si son
personas, tenemos varios casos: el
anarquista (busca acabar con el modelo social para imponer el caos (Hans Gruber de
La jungla de cristal), el
anti-villano (acude a medios ilícitos o malos para una causa justa (Travis Bickle de
Taxi Driver), el
archi-enemigo (una enemistad con el bueno que se perpetúa en el tiempo, como el Sr. Potter en
¡Qué bello es vivir!), la
bruja (que ejerce el mal a través de la magia, como la Bruja mala del Oeste de
El mago de Oz), el
caído: fue bueno pero se pasó al lado oscuro, como Darth Vader de la saga de
Star Wars), el
castigador o vengador (de la humanidad o de alguien en particular, como Max Cady en
El cabo del miedo), el
corrupto (que por su profesión debería ejercer el bien pero se ha dejado 'viciado', como el Detective Alonzo Harris en
Training Day), el
defensor del sistema (es un defensor del sistema como Amon Goeth de
La lista de Schindler), el
demonio (ser sobrenatural de natura maligna, como Regan MacNeil poseída en
El Exorcista), el
doble malo (doble opuesto del héroe como Superman malvado en
Superman III), el
genio malvado (de gran conocimiento científico usado para hacer el mal, como el
Dr. No), el
maleante (villano perteneciente al hampa como Clyde Barrow y Bonnie Parker (
Bonnie and Clyde),
megalómano: sus delirios de grandeza le llevan a ejercer el mal, como Cruella De Vil (
101 Dálmatas), la
mujer fatal (como Phyllis Dietrichson en
Perdición), el/la
psicópata (un villano demente como Norman Bates en
Psicosis), el '
señor oscuro' (pretende dominar todo cuanto le rodea: el planeta o la galaxia y suele tener capacidades mágicas como Lord Voldemort en
Harry Potter), el
tiburón (ambicioso inescrupuloso pero sus negocios no están relacionados con el hampa, como Noah Cross en
Chinatown), el
tirano (quien abusa de su poder y por ello deviene en villano, como la enfermera Mildred Ratched (
Alguien Voló sobre el Nido del Cuco) y el
tonto (es torpe y sin carisma como los hermanos Dalton en la saga de
Lucky Luke). Cuando los villanos son
animales, tenemos las
criaturas (seres de fisonomía animal que pueden oponerse al héroe por instinto o puede ejercer el mal por mero gusto como
Marte Ataca! de Tim Burton). Si son
seres tecnológicos, tenemos los de
inteligencia artificial (carece de cuerpo. Pueden también ser producto de rebelarse contra su creador al adquirir un nivel superior de inteligencia como HAL 9000 en
2001: Una Odisea del Espacio), o bien ser
máquinas asesinas (como dijimos más arriba, T-800 en
Terminator y diversos casos en la ciencia ficción de los '50s). Es necesario aclarar que las categorías no son excluyentes: de hecho, podrían incluírse en más de una categoría, según el ejercicio de la maldad que esté realizando, como del momento de su vida en que se encuentre: Michael Corleone y Darth Vader comienzan como
caídos pero acaban como
maleante y
señor oscuro, respectivamente.
Las Funciones de la Maldad (bah, de los villanos):
Para exponer -y generalizar- las funciones del villano cinematográfico, Jiménez Gascón se vale de tres autores que han ahondado en el tema largo y tendido. El primero es el caso de Vladímir Propp (dedicado especialmente en su morfología del cuento, dedicada a cuentos populares rusos), aportó siete esferas de acción que desarrollan unas treinta y una funciones. Para el cine, trasladando el caso del agresor, debemos pensarlo como quien lucha y persigue al héroe y que su papel es el de turbar la paz de la familia feliz, provocar una desgracia, hacer el mal, causar un perjuicio. Según Vladímir Propp el agresor tiene una actuación limitada a siete funciones, siete 'acciones', siete roles en la trama: 1) Interroga: intenta obtener informaciones (para descubrir la ubicación de algo o alguien); 2) Informativa: el interrogatorio surte efecto y el agresor obtiene respuestas. 3) Engaña: el agresor intenta engañar a su víctima para apoderarse de ella o de sus bienes, cambiando de aspecto y utilizando medios mágicos, o bien la violencia, o bien la persuasión, o bien el engaño. 4) Cómplice: la víctima se deja engañar y ayuda así a su enemigo, a pesar de ella misma; 5) Perjudica: el agresor hace sufrir daños a uno de los miembros de la familia o le causa un perjuicio. Para Propp esto crea el nudo de la historia; 6) Combatiente: el héroe y su agresor se enfrentan en combate; 7) Victoria: el agresor es vencido. El punto determinante, es que en el cine, el villano tiene mayor libertad para actuar que en los cuentos fantásticos analizados por Vladímir Propp.
Un segundo autor, Orrin Klapp, en su artículo «The Folk Hero», señala las siguientes funciones para nuestros queridos y odiados villanos (pero lo hace pensándolas en clave de su relación directa a los héroes): a) resalta la nobleza del héroe por su contraste; b) crea situaciones para que el héroe puede acontecer; y c) proporcionar razones para la muerte del que, caso contrario, sería el héroe invencible. Dado que Klapp sólo señala las funciones respecto al héroe y hay casos de películas en las que no encontramos este segundo rol, los villanos ejercen otras funciones en relación al público. Así, la personificación del mal en la pantalla reafirma la unión del grupo receptor de esa historia en términos de 'nosotros [los buenos]/ellos [los malos] (función polarizadora); además, focaliza el rechazo en una dirección concreta (función animadversora); y reafirma valores colectivos (función perpetuadora).
Por último, la autora presenta la postura específica del espacio audiovisual que tiene Juan José Igartua, acerca de que el espectador de ficción audiovisual no se identifica de igual modo con los protagonistas (héroes) y con los antagonistas (villanos), sino que desarrolla disposiciones afectivas diferenciadas para cada caso y, éstas provocan reacciones empáticas con los protagonistas. En este momento ingresa todo este panorama la cantidad de inferencias empáticas acerca de la función del villano. Así, lo normal es que los espectadores sientan hacia él una contraempatía por su maldad: la alegría del villano molestar al espectador, mientras que si se siente derrotado, la reacción provocará satisfacción. El punto está en que si bien su éxito molesta y su fracaso tranquiliza, los villanos no dejan de atraernos. Mucho. La respuesta la encuentra en Sara Martín, quien asegura que los villanos son quienes sobrepasan las normas morales / convenciones sociales / leyes que nos atan en la vida diaria, y nos permiten vivir -aunque más no sea de segunda mano- la transgresión que jamás nos atreveríamos a vivir en la realidad. Mientras ellos caen en desgracia por sus acciones, nosotros disfrutamos secretamente de su inclinación por el mal, pero nos preguntamos con brutal hipocresía cómo puede haber esa cantidad de maldad en el mundo. En este sentido, la ficción permite vivir cosas que de otra manera no podríamos... Los (más o menos secretamente) admirados villanos cumplen una función catártica y en ellos proyectamos nuestras fantasías amorales o ilegales que la vida social nos impide desarrollar. Pero además, él tranquilizar nuestras conciencias y nos lleva a pensar que, si él cae, el mundo es un lugar justo y seguro y la maldad no es algo inherente al ser humano sino algo que unos perturbados se lanzan a esta empresa que nos tienta, pero que finalmente acaban pagando sus vilezas (por ende, nosotros, que no podemos por las convenciones sociales hacer lo que ellos emprenden, estamos en lo correcto). El villano es una fantasía consoladora (como la del Diablo la que servía para convencernos de que el mal no está en nosotros, sino en algo externo que puede controlarnos o poseernos).
Hemos visto, pensado y dedicado unas palabras a los geniales villanos. Parece que no tenemos que odiarlos tanto, porque así sólo reafirmamos la admiración que les tenemos y algo peor: lo poco que nos animanos a ser (y hacer) como ellos, y lo farsante que resulta regocijarnos con su caída. Basta de nuestra esencia.
___________________________________________
(*) Publicado en
Revista Frame Nº 6 (Editada por la Biblioteca de a Facultad de Comunicación de la Universidad de Sevilla) o
aquí
(**) "La elección del mal", en Nosferatu, nº 27, marzo de 1998.