Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


05/01/2012

El Reaccionario Democrático.

Parece que la democracia también tiene la culpa de que uno de los elementos más subversivos que existen haya aparecido. No piensen en bombas, ideas revolucionarias, dispositivos táctico-estratégicos de asalto a palacios de gobierno. No. Hay uno más dañino y que seguramente muchos no lo señalan como tal: la comedia. Se dice incluso, que los comediantes, sin la democracia, tal vez no hubiesen aparecido. La razón está en que las primeras comedias en occidente, acontecieron por las tierras de la antigua Grecia, donde se la concibió como una comedia costumbrista, algo que, claramente, precisa de la libertad de expresar una crítica.

Hubo unos pioneros, como en todos los demás casos. Eran Epicarmo, Crátino y Eupolis, que se servían del teatro para burlar, parodiar y molestar a partidos, políticos e ideas. Por supuesto, el gran Pericles, quien les dió la posibilidad de ser (como de los demás ciudadanos que gobernaron en todo el período democrático) no se salvó de ser objeto de esas burlas. Eran las reglas del juego: por eso no pensemos que los comediógrafos no eran democráticos, sino que eran escritores buscando el éxito -como todos los demás-, y, en este caso, eso se conseguía críticando el orden constituido. Por eso, si éste era democrático, las comedias serían sin duda aristocráticas y conservadoras para oponérsele (curiosamente, nada más democrático que este ejercicio).

Hubo un comediógrafo que inventó la comedia de sátira política, o sea que era, definitivamente, palabra mayor: se llamó Aristófanes, y era un reaccionario de familia noble rural (siempre ensimismado, hasta se atrevía a mostrar su simpatía por Esparta, con la que los griegos lucharían en larga guerra). En 450 a. C., la democracia no era la del período dorado de Pericles, sino la de Cleón 'el Curtidor'. Aristófanes no podía dedicarse a la tragedia, que lo obligaba a ciertos temas, sino a la comedia, que le permitiría enfrentarse al presente. Como si la parodia no alcanzase, la tradición dionisíaca de las procesiones fálicas, presente en todo el teatro, hacía que la comedia tuviese un lenguaje de lo más procaz. Hubo un caso que comenzó en 470 a. C. con Epicarmo y continuó con sus seguidores, los que a fuerza de usar palabras soeces, lograron que en 400 a. C. se promulgase una ley para frenar esa prodigalidad de palabras brutales. No controlaron igual a la sátira política, y por eso Crátino hizo de Pericles las burlas más extremas y Ferécrates se cansó de exaltar la tradición aristocrática contra el avance democrático. Otro escritor notable fue un amigo (y luego enemigo) de Aristófanes: Eupolis, con quien se alternaron entre atacar el régimen y el trabajo del otro.

[La comedia era un género menor y subsidiario, sólo un apéndice de la tragedia, que, al igual que muchas películas taquilleras del género hoy en día, se la toleraba por lo que rendía en la taquilla. Algunas, carecían de trama, y se representaban sólo por los gags e imitaciones mordaces que hacían.]

Aristófanes, este reaccionario que ejercía derecho tan democrático, llegó a subirse al escenario con el indumento del strategos, mientras Cleón, en la audiencia, asistía a su burla. Hasta llegó a aplaudirlo, sólo que luego lo denunció y lo hizo multar. Una vez pagada, Aristófanes no dudó en escribir otra comedia, con el mismo personajes -obviamente-, pero esta vez lo ridiculizaba mucho más -obviamente-. Cleón la vió, pero esta vez no se puso quisquilloso.

Hasta aquí, Aristófanes se metía con politicos (no menciono a la democracia, porque ella no era lo mismo que hoy consideramos acerca de ella y la comparación sería dudosa). Y, criticar políticos se torna un pecado bien venial si pensamos en los siglos en que hemos padecido su indolencia. Pero Aristófanes se ocupó de otros asuntos (tal vez más sensibles a los que fuimos criados en a mitad occidental, tan inoculada de la cultura grecorromana): el racionalismo laico creciente -al que veía responsable del declive de la religión-, lo que lo llevó a poner en el escenario a sofistas, a Anaxágoras y su amigo Sócrates (como en 'En Las Nubes', donde aparece vestido de «tendero del pensamiento»). Otra víctima fue Eurípides, a quien deploraba con pasión, así que lo mandó al matadero del escenario con las ridiculeces más completas (incluso post mortem!). Con él, atacaba el progresismo y cierto 'feminismo' que bregaba por una sociedad igualitaria. O sea, nada de corrección política, como verán.

Aristófanes tenía tantas groserías disponibles para ofrecer como Crátino. Aún cuando defendía la religión, se dio el lujo de parodiar a los Misterios eleusinos, a Dionisio, y hasta a Zeus. De hecho, no se ponía rojo de apelar a calumnias y difamación. Era, como tantos otros, un hombre brillante que se volvía imbécil cuando se trataba de los hombres y situaciones que detestaba. Eso hizo que las tramas sean muchas veces un simple pretexto. No obstante lo anterior, también se dice que (y preparense, porque es fuerte): jamás se comprenderá a Atenas si no se lee a Aristófanes. En su obra están desparramadas las costumbres, las miserias, las modas atenienses. Es el Dickens que mostró lo mejor y lo peor que tenía Atenas.

La comedia de sátira política murió mientras Aristófanes aún vivía (ya saben: muchos excesos traen muchas censuras) y, como en el cliché de la tragedia del escritor, Aristófanes murió escribiendo comedietas sentimentales. Peor imposible.




02/01/2012

Sin título (XXIII)


Si hay violencia en nuestros corazones, es mejor ser violentos que ponernos el manto de la no violencia para encubrir la importencia'.






Mahatma Gandhi










El Enigma de Sam Spade II

Flitcraft entró en un túnel.
Cuando salió, estaba de nuevo en la entrada.
Veamos qué se ha visto en la historia de este reincidente en su propia vida llamado Flitcraft

Tal vez lo más simplón que puedo pensar en relación a esa historia, es también evidente: me refiero al telón de fondo que presentan muchas historias de Hammett, encuadrado en ese azar ciego que rodea nuestras vidas. Por eso, Flitcraft se vuelve 'riesgoso' (es decir, vive una vida arriesgada, completamente diferente de la que había construido antes del incidente), aunque con el tiempo, poco a poco, se va ordenando a su viejo orden (valga la redundancia). Consecuentemente, Spade muestra que la gente no cambia con facilidad, y que si lo hace, pues tarde o temprano retornará al antiguo patrón. En relación a esto -o al menos, no tan alejado de esta idea-, he escuchado algunos análisis que ligan la historia a cierta lectura existencialista de la vida (en relación al principio que las personas somos lo que de nosotros hacemos). De este modo Flitcraft, que era un buen esposo y hombre de negocios, luego de la entropía a la que se vio expuesto cuando cayó esa viga cerca suyo, reaccionó con una vida también entrópica, pero sólo hasta que progresivamente retornó a lo que él era: un padre de familia devoto y un prolijo hombre de negocios... Ya pensando más en relación con la novela y los eventos que en ella suceden, el episodio de Flicraft es una muestra de una cosmovisión que Spade predica y además practica en su trabajo: él increpa los enigmas que debe resolver desordenando más las cosas y viendo los resultados (recordemos la mentira absurda que obliga a creer a la policía luego de la riña que mantienen Brigid O’Shaughnessy y Cairo). En pocas palabras, crea más desorden para encontrar algún orden

Si pienso en los buenos análisis ajenos con que me he topado, encuentro en el de Alan Gratz una de las primeras (y groseras) ideas que expuse arriba: no importa cuán alocadas se tornen las cosas, finalmente, retornarán a su orden. Otra posibilidad que señala Gratz es que Spade declare, por medio de la acción de Flitcraft, que la vida humana no es más que un conjunto de hábitos, de rutinas. Y por eso se interesa en las 'inconsistencias tontas' que todos practicamos, porque son las que muestran como realmente somos. En un sentido diferente, el autor también expone una idea más simple, ligada a la trama y no a la existencia humana, donde Spade estaría deciéndole a  Brigid O’Shaughnessy, a través de una parábola, que ella es una mentirosa incurable, y que en algún momento, lo traicionará. La idea final implica que la interpretación última de esa historia está en cada uno de nosotros, y que así decidiremos si es una apología del quiebre de reglas o bien nos demuestra, con algo de amargura, que es en vano intentar quebrarlas...

En el caso de Christopher Routledge, la historia adquiere una importancia brutal: se convierte, sencillamente,  en una metáfora de la vida moderna. Mientras el reincidente Flitcraft vive bajo el nombre de Charles Pierce habiendo conseguido sólo re-adaptarse a la misma forma a una vida que ya tenía, Spade no para de sobreponerse al azar de la vida -no se deja 'llevar por la corriente'-, demostrando tener el control. Dos ideas en la trama refuerzan este argumento: Cuando Spade le aclara a Brigid que no se deje guiar por una idea equivocada pensando que es un corrupto cualquiera cuando no lo es -aunque esa imagen pueda favorecerle en su trabajo trayéndole casos mejor remunerados y facilitándole el trato con enemigos- ('Don’t be too sure I’m as crooked as I’m supposed to be. That kind of reputation might be good business – bringing in high-priced jobs and making it easier to deal with the enemy.’); y al final, antes de entregarla, cuando le asegura que no será su bufón (‘I won’t play the sap for you’). Por esta razón, Spade exalta tanto la ingenuidad de Flitcraft que acabó adaptándose a lo mismo... Además del detalle menos profundo de que éste era el tipo de hombre que se asienta con un empleo y una familia, mientras Sam es lo contrario. 

Para David Lehman, el asunto de Flitcraft implica, definitivamente, la disposición existencial de Spade. Digo 'existencial' en el sentido de que Sam sabe que la vida no es 'racional' y por tanto, él no se molestará en serlo (dado que el azar nos rodea, no hay modo de predecir si alguna viga o un trozo de edificio podía caer del cielo). Y también se destaca aquí cierta similitud con respecto al trabajo detectivesco en sí mismo: se parte de una situación de ordenada, para desajustarse violentamente ('cae una viga') y luego retorna (o se restaura, depende el caso) a la situación de pasividad inicial (o sea, el caso se resuelve). 

Es interesante el destaque que hace Josef Hoffmann de un dato nada menor: Cuando Flitcraft rearma su vida, lo hace bajo una nueva identidad, con el nombre de Charles Peirce, homónimo del filósofo pragmático norteamericano pionero de la semiótica, a quien Hammett había leído. En un análisis minucioso, parece que los métodos de Pierce encuentran asidero en las acciones del propio Spade: sólo para dar un ejemplo, Peirce pensaba que el significado de un pensamiento debía ser cotejado en sus propias consecuencias mientras Spade siempre predicaba que debía ser juzgado por sus resultados... Pierce también consideraba que era preciso revisar su sistema de búsqueda de la verdad cada vez que se hacía una innovación semántica, al igual que un detective no debe adherirse a verdades perennes a medida que va descubriendo más y más hechos... 




En fin, eso es algo -seguro que no todo-, de lo que se ha pensado sobre la curiosa historia de Flitcraft. Definitivamente, recomiendo consultar la última fuente, que encuentra diversos paralelos con la lectura y comprensión hammettiana de la vida... No tiene desperdicio.






01/01/2012

El Enigma de Sam Spade

Lo uno y lo otro se reflejan para definirse.
[Foto de Jonathan Zawada]
Al igual que una buena historia a la que antes me referí (acerca de Charles Chaplin impotente de imitarse a sí mismo), esta es una historia impresionante, pero la verdad que no me atrevería a agregarle más adjetivos (y este último, lo pienso en el sentido más laxo posible, con el interés de que atraiga la lectura... Luego de hacerlo, confío en que la historia se abra por sí misma y acabe por colocarse en el lugar de ser recomendable, antes que comentable). 



Como tantas otras obras que traen dentro una historia inigualable (El Proceso de Kafka, Trilogía de New York de Paul Auster, etc.), El Halcón Maltés de Samuel Dashiel Hammet trae una 'yapa' interna que sería imposible describir. El protagonista es un sujeto -¡ vaya si estaba sujeto!- al que el protagonista de la novela, Sam Spade, refiere casi sin solución de continuidad con lo que venía haciendo en la trama (y que, por supuesto, parece fuera de lugar... hasta que le encontramos su significado en la trama, claro). 


Ante de comenzar a contarlo, Spade se había sentado en un sillón junto a la mesa, y sin más comenzó contarle a Brigid algo que le había ocurrido unos años antes en el Noroeste. Sam hablaba en tono corriente, sin énfasis pero sin pausas, y, de vez en cuando, repetía una frase modificándola ligeramente, como si tuviera gran importancia que cada detalle quedara relatado exactamente tal y como ocurrió. La chica le escuchó, al principio, sin mucha atención -tal vez más sorprendida de que le estuviera contando aquello por los motivos que tuviese para hacerlo-, que interesada en lo que narraba. Pero esto cambiará, a medida que la historia deviniese, y poco a poco fue sintiendo más interés, hasta terminar casi inmóvil, escuchando. El asunto trataba acerca de (...) Un hombre llamado Flitcraft salió un día de su oficina de corredor inmobiliario para ir a comer. Salió y jamás volvió. No acudió a una cita que tenía a las cuatro de la tarde para jugar al golf, a pesar de que fue idea suya concertarla y de que lo hizo solamente media hora antes de salir para comer. Su mujer y sus hijos nunca más le volvieron a ver. El matrimonio parecía feliz. Tenía dos hijos, dos niños varones, uno de cinco años y otro de tres. Flitcraft era dueño de su casa en un buen barrio de las afueras de Tacoma, de un «Packard» nuevo y de los demás lujos que denotan el éxito feliz de una vida en Estados Unidos. Flitcraft había heredado 70.000 dólares de su padre, y el ejercicio de su profesión de corredor inmobiliario aumentó aún más su peculio, que ascendía a unos 200.000 dólares en el momento de su desaparición. Sus asuntos estaban en buen orden, aunque existían entre ellos algunos aún pendientes; el hecho de que no hubiera tratado de concluirlos era una clara prueba de que no había preparado su desaparición. Por ejemplo, un negocio que le hubiera supuesto un bonito beneficio iba a concluirse al día siguiente al de su desaparición. Nada indicaba que llevara  encima más de cincuenta o sesenta dólares en el momento de esfumarse. Sus costumbres, durante los últimos meses, eran lo suficientemente conocidas como para descartar cualquier sospecha de vicios ocultos o de la existencia de otra mujer en su vida, aunque tanto lo uno como lo otro cabía dentro de lo posible.  —Desapareció —dijo Spade— como desaparece un puño cuando se abre la mano (...) Bueno, eso ocurrió en 1927 yo estaba trabajando en una de las grandes agencias de detectives de Seattle. Un día se nos presentó la señora de Flitcraft y nos dijo que alguien había visto en Spokane a un hombre que se parecía prodigiosamente a su marido. Fui allí. Y, efectivamente, era Flitcraft. Llevaba viviendo en Spokaneun  un par  de  años  bajo  el nombre  de  Charles,  nombre  de  pila,  Pierce.  Era propietario de un negocio de automóviles y tenía unos ingresos de veinte o veinticinco mil dólares al año, una esposa, un hijo de menos de un año y una buena casa en un buen barrio de las afueras de Spokane. Solía jugar al golf a las cuatro de la tarde durante la temporada. Spade no había recibido instrucciones acerca de la que debía hacer si encontraba a Flitcraft. Estuvo charlando con él en la habitación del hotelDavenporth.  Flitcraft  no  sentía  remordimientos  de  ninguna  clase.  Había dejado  a  su  familia  en  posición  desahogada,  y  su  conducta  le  parecía completamente  razonable.  Lo  único que  parecía  preocuparle  era  hacerle comprender  a  Spade  que,  efectivamente,  se  había  conducido razonablemente. Nunca había contado a nadie todo aquello, y, por tanto, hasta  ahora  no  había  necesitado  explicar  a  ningún  interlocutor  que  su conducta había sido sensata. Y en ese momento estaba procurando hacerlo.—Bueno, yo le comprendí —dijo Spade a Brigid—, pero su mujer no. Todo aquello le pareció estúpido. Puede que lo fuera. En cualquier caso, la cosa acabó bien. La mujer no quería escándalos; y después de la faena que él le había hecho -'faena' según ella-, no quería saber nada de Flitcraft. Así que se divorciaron discretamente y todo el mundo contento. Lo que le ocurrió a Flitcraft fue lo siguiente. Cuando salió a comer pasó por una casa aún en obras. Todavía estaban poniendo los andamios. Uno de los andamios cayó a la calle desde una altura de ocho o diez pisos y se estrelló en la acera. Le cayó bastante cerca; no llegó a tocarle, pero sí arrancó de la acera un pedazo de cemento que fue a darle en la mejilla. Aunque sólo le produjo una raspadura, todavía se le notaba la cicatriz cuando le vi. Al hablarme de ella se la acarició, se la acarició con cariño. Naturalmente, el susto que se llevó fue grande, me dijo; pero la verdad es que sintió más sorpresa que miedo. Me contó que fue como si alguien hubiera levantado la tapa de la vida para mostrarle su mecanismo». Flitcraft había sido un buen ciudadano, un buen marido y un buen padre,  no  porque  estuviera  animado  por  un  concepto  del  deber,  sino sencillamente  porque  era  un  hombre que  se  desenvolvía  más  a  gusto estando de acuerdo con el ambiente. Le habían educado así. La vida que conocía  era  algo  limpio,  bien  ordenado,  sensato  y  de  responsabilidad.  Y ahora, una viga al caer le había demostrado que la vida no es nada de eso. Él, el buen ciudadano, esposo y padre, podía ser quitado de en medio entre su oficina y el restaurante por una viga caída de lo alto. Comprendió que los hombres mueren así, por azar, y que viven sólo mientras el ciego azar los respeta». Lo que le conturbó no fue, primordialmente, la injusticia del hecho, pues lo aceptó una vez que se repuso del susto. Lo que le conturbó fue descubrir que al ordenar sensatamente su existencia se había apartado de la vida en lugar de ajustarse a ella. Me dijo que, tras caminar apenas veintepasos  desde  el  lugar  en  donde  había  caído  la  viga,  comprendió  que  no disfrutaría  nunca  más  de  paz  hasta  que  no  se  hubiese  acostumbrado  y adaptado a esa nueva visión de la vida. Para cuando acabó de comer ya había  dado  con  el  procedimiento de  ajuste.  Si  una  viga  al  caer accidentalmente podía acabar con su vida, entonces él cambiaría su vida, entregándola al azar, por el sencillo procedimiento de irse a otro lado. Me dijo  que  quería  a  su  familia como  los  demás  hombres  quieren corrientemente  a  las  suyas;  pero  le constaba  que  la  dejaba  en  buena posición, y el amor que tenía por los suyos no era de la índole que hace dolorosa la ausencia. —Se fue a Seattle —continuó Spade— aquella misma tarde, y desde allí a  San  Francisco.  Anduvo  vagando  por  aquella  región  durante  un  par  de años,  hasta  que  un  día  regresó  al  Noroeste,  se  estableció  y  se  casó  en Spokane. Su segunda mujer no se parecía a la primera físicamente, pero las diferencias entre ellas eran menores que sus semejanzas. Ya sabe usted, mujeres las dos, de esas que juegan decentemente al bridge y al golf  y que son aficionadas a las nuevas recetas para preparar ensaladas. No lamentaba lo que había hecho. Le parecía razonable. No creo que nunca llegara a darse cuenta de que llevaba la misma clase de vida rutinaria de la que había huido al escapar de Tacoma. Y sin embargo, eso es lo que me gustó de la historia. Se acostumbró primero a la caída de vigas desde lo alto; y no cayeron más vigas; y entonces se acostumbró, se ajustó a que no cayeran.




Inquietante. La primera vez que la leí, me resultó una historia imposible de quitarme de la cabeza, no por su estructura o por algún detalle, sino por su significado... Siempre pensé que me faltaba una, dos o veinte lecturas más, y, finalmente, lograría unirla a algún detalle de la novela y el círculo del significado se cerraría. Pero no la he releído esas veinte veces (pero sí unas seis o siete), aunque ahora que lo hago de nuevo, tampoco le encuentro mucho enlace natural con algún otro dato... 


Refugiándome con aquéllo de 'mal de muchos, consuelo de tontos', encontré que esta parábola ha desvelado a más de uno (y que seguramente el pillo de Hammett así la dejó, cual pista, para que alguien la suture y arme una 'historia' de ese componente suelto. Escribió como lo haría quien conoce toda una realidad a unos mediocres detectives que tienen que armarla, para dar cuenta de lo sucedido. Y nos dejó boquiabiertos y pensando...).




Para que este post no se haga eterno (aunque es un pecado que ya he cometido innumerables veces aquí, y que sé volveré a cometer), dejemos para el próximo esos análisis interesantes (lo que nos indica que son, obviamente, ajenos)...