Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


23/09/2011

Detalles y Nada Más...

En una película inigualable, actual y completísima (no porque tenga muchos detalles diferentes que la hagan 'más completa' sino porque es un hecho cerrado, compacto, sólido... o sea, completo) de Billy Wilder, conocida en latinoamèrica como 'Días sin Huella' (Lost Weekend en el original) su protagonista, Don Birnam, un alchólico de 33 años, frustrado por su antaño prometedora carrera de escritor, condenada al fracaso por la falta de inspiraciòn o el alcohol (elijan ustedes la causa), le dice a al interlocutor inexistente -ése que aparece en momentos etìlicos-, que el amor es el asunto más difìcil sobre el cual escribir. Porque es simple: 'Entonces, uno tiene que capturarlo a traves de los detalles: como la luz sol de la primera mañana, golpeando el gris metálico del charco de lluvia enfrente de la casa de ella... el ring del teléfono que suena como la Pastoral de Beethoven... una carta en borrador en la libreta que ella usa en el trabajo... eso que llevas en el bolsillo porque huele a todas las lilas en Ohio...' (por supuesto, la lìnea siguiente a esta interesante idea, es un decidido: 'Sírveme, Nat!' (*)

 
Lo que sigue es otra foucaultiana. Una perla incluìda en su genealogìa del alma moderna, conocida como 'Vigilar y Castigar', donde construye desde los detalles... porque esa es la mismísima táctica de la disciplina: los detalles. Pero aquí no me sumaré a ese análisis tan bien hecho. No repararé en las consecuencias -y en las pistas que Fucault encuentra para advertir su presencia-, sino en el detalle por sí mismo. Vayamos a ellos mismos por medio de estos textos que Michel Foucault encontró, interpretó, rearmó y expuso acorde sus ideas:


"(...) Para advertir las impaciencias, recordemos al mariscal de Sajonia: 'Aunque quienes se ocupan de los detalles son considerados como personas limitadas, me parece, sin embargo, que este aspecto es esencial, porque es el fundamento, y porque es imposible levantar ningún edificio ni establecer método alguno sin contar con sus principios. No basta tener afición a la arquitectura. Hay que conocer el corte de las piedras' [1].

Y más adelante sigue recuperando Foucault: (...) ese gran himno a las "cosas pequeñas" y a su eterna importancia, cantado por Juan Bautista de La Salle, en su 'Tratado de las obligaciones de los hermanos de las Escuelas Cristianas'. La mística de lo cotidiano se une en él a la disciplina de lo minúsculo: "¡Cuan peligroso es no hacer caso de las cosas pequeñas! Una reflexión muy consoladora para un alma como la mía, poco capaz de grandes acciones, es pensar que la fidelidad a las cosas pequeñas puede elevarnos, por un progreso insensible, a la santidad más eminente; porque las cosas pequeñas disponen para las grandes... Cosas pequeñas, se dirá, ¡ay, Dios mío!, ¿qué podemos hacer que sea grande para vos, siendo como somos, criaturas débiles y mortales? Cosas pequeñas; si las grandes se presentan, ¿las practicaríamos? ¿No las creeríamos por encima de nuestras fuerzas? Cosas pequeñas; ¿y si Dios las acepta y tiene a bien recibirlas como grandes? Cosas pequeñas; ¿se ha experimentado? ¿Se juzga de acuerdo con la experiencia? Cosas pequeñas; ¿se es tan culpable, si considerándolas tales, nos negamos a ellas? Cosas pequeñas; ¡ellas son, sin embargo, las que a la larga han formado grandes santos! Sí, cosas pequeñas; pero grandes móviles, grandes sentimientos, gran fervor, gran ardor, y, por consiguiente, grandes méritos, grandes tesoros, grandes recompensas'. [2]

He ahí la cuestión: hay sólo detalles. Foucault lo sabía y lo usó para abordar la disciplina. En mi caso, me atreví a robar esas evidencias para exaltar la verdad (sólo hallable en la experiencia), para hacer un prescindible elogio de los detalles.






________________________________________________________________

(*) -Love is the hardest thing in the world to write about. It's so simple. You've got to catch it through details... like the early morning sunlight hitting the gray tin of the rainspot in front of her house. The ringing of a telephone that sounds like Beethoven's Pastoral. A letter scribbled on her office stationery... that you carry in your pocket because it smells of all the lilacs in Ohio. Pour it, Nat!
_____

[1] Maréchal de Saxe, 'Mes réveries', t. I. Avant-propos, p. 5.
[2] J.-B. de La Salle, 'Traite sur les obligations des frères des Écoles chrétiennes', edición de 1783, pp. 238-239.
[3] E. Geoffroy Saint-Hilaire atribuye esta declaración a Bonaparte, en la 'Introducción a las Notions synthétiques et historiques de philosophie naturelle'.
[4] J.B. Treilhard, 'Motifs du code d'instruction criminelle', 1808, p. 14.



07/09/2011

Masonería Indestructible

De la idea primigenia,
sale un plan de trabajo y una historia para novelar.
Y todo por el mismo precio
Qué bueno sería, si algún día, esta historia que sigue (con sus personajes y ambientación apropiada), alguien la transformase en novela. Sería mil veces más sólida que el Código Da Vinci y -sin dudas y sin mucho esmero- mucho más interesante que los intentos obvios de Umberto Eco en El Péndulo de Foucault. 

Me remito a contarla como la imaginó su escritor, mientras espero que alguien la concrete. Como siempre, los destacados son míos, y la belleza, también como siempre, es ajena. Y casi lo olvido: el autor es Michel Foucault*.


[viene comentando lo que eran unos trabajos que había comenzado y seguía trabajando] Podría deciros que, después de todo, se trataba de pistas a seguir, importaba poco a donde condujesen, incluso era importante que no condujesen a ninguna parte, que no tuviesen de antemano una dirección determinada. Eran líneas trazadas someramente, a vosotros corresponde continuarlas o conducirlas a otro punto. A mí proseguirlas eventualmente o darles otra configuración. De hecho, vamos a ver qué se puede hacer con estos fragmentos.

Desde mi punto de vista los imagino como un pez que salta sobre la superficie del agua y deja un trazo provisional de espuma, y deja creer, o hace creer, o quiere creer, o cree efectivamente que está debajo, donde no se lo ve, donde ya no es percibido ni controlado por nadie siguiendo una trayectoria más profunda, más coherente, más razonada. En efecto, una vez realizado el trabajo que he presentado, había considerado que este proceso fragmentario en su conjunto, repetitivo y discontinuo, correspondía a algo que podría llamarse una pereza febril que es propia caracterialmente de los amantes de las bibliotecas, de los documentos, de las referencias, de la escritura polvorienta, de los textos difícilmente localizables, de los libros que apenas impresos se cierran y duermen a continuación en las estanterías de las bibliotecas, algunos de los cuales no se consultan hasta siglos más tarde; todo esto contribuye sin duda a la inercia atareada de aquellos que profesamos un saber inútil, una especie de saber suntuoso, una riqueza de «nuevo rico» cuyos signos externos están a pie de página. 

Pereza febril que es propia de todos aquellos que se sienten solidarios con una de las más antiguas y de las más características sociedades secretas de occidente, sociedad secreta extrañamente indestructible, desconocida en la antigüedad, me parece, y formada al comienzo del cristianismo, en la época de los primeros conventos probablemente, al margen de las invasiones, de los incendios y de los bosques: me refiero a la gran, tierna y ardorosa masonería de la erudición inútil. Sin embargo, no es simplemente el gusto por esta masonería el que me ha estimulado a hacer lo que he hecho. Creo que el trabajo que hicimos podría justificarse diciendo que es adecuado al período concreto que habíamos estudiado, a estos diez, quince, al máximo veinte últimos años, período en el que se producen dos fenómenos que si bien no son realmente importante, son al menos, según mi parecer, bastante interesantes (...)


Cuánto daría por conocer las aventuras (¿necesariamente, también inútiles?) de esa masonería.








* En 'Microfísica del Poder', curso del 7 de enero de 1976.



30/08/2011

(sin título, obviamente...) XVIII



Una creencia no es solamente una idea que la mente posee, es una idea que posee a la mente'.



Robert Bolt.





22/08/2011

AMO a ese Psiquiatra

Existen pasajes de películas que son... de película. Existen personajes, conceptos de lenguaje cinematográfico, composiciones de fotografía, narrativas de películas que también son de película. En este caso, nos toca un psiquiatra que vive en 'La Comedia de la Vida' (Du Levande, Roy Anderson, 2007). Este doctor de la mente conoce a los demás y sabe dónde está su problema. Lo destacaré a lo largo de su diálogo, que presenta su opinión, pero presenta mucho más a los demás.

(afuera llueve y trona fuertemente. El doctor Lars Johansson va por por el pasillo de nosocomio a su consultorio. En el camino, un paciente le grita:)

-¿Puedo preguntar una cosa? Lars Johansson!
-Tranquilo. Llamamos. - le dice el Doctor
-Buenos días! - dice el doctor a la enfermera.
-Buenos días! - contesta ella.

Johansson comienza a decir mirando a cámara:
- Uy, uy, uy. Soy siquiatra. Lo he sido durante 27 años. Pero estoy agotado. De escuchar a pacientes durante año tras año que no estan satisfechos con su existencia, que quieren pasarlo bien, que quieren que les ayude con eso. Eso acaba con las fuerzas, puedo decir. Yo mismo no lo paso bien. Las personas desean mucho... A esa conclusión he llegado tras muchos años. Anhelan ser felices y al mismo tiempo estan ocupados en sí mismos, son egoístas y tacaños. Quiero ser sincero. Me gustaría decir sencillamente: malvados la mayoría. Gastar hora tras hora conversando para conseguir que un hombre malo sea feliz. No tiene sentido. No funciona. Así que lo he dejado. Ahora sólo prescribo pastillas. Tan fuertes como sea posible... Así son las cosas'.


En pocas palabras, un hombre que conocía las cosas y distinguía entre lo que vale la pena, lo que no, y lo que es un absurdo completo. Un perspicaz. Alguien que entiende que la gente no es, pero aún quiere ser... (y esa diferencia es tan enorme que saberla cambiaría por completo todo). El mezquino, quiere ser feliz. Si no lo fuese, no pediría serlo, porque lo sería (o tendría la dignidad de estar trabajando para lograrlo). El mezquino que quiere todo y no da nada, merece pastillas (después de todo, no le da para que eso...). Cuando la vida está más allá de uno y de las cosas que desvelan a estos pacientes, las pastillitas aburguesadas son su mejor prescripción. Quiero a ese psiquiatra. Con él sería realmente terapéutico atenderse y un acto de honor brindarle confianza.

20/08/2011

Ir es Volver.

Friedrich ya sabía que esto funcionaba así.
El santo Talmud nos enseña -además de otros puntos condenadamente buenos- que las cosas no son como parecen, son como somos nosotros. Esta idea vino a mi mente hoy, mientras miraba los cuadernos que son digitalizados en este blog, en los que encontré una idea de Patrick Landon que es realmente notable. Y aprovechable. 

Dice algo así: 'Al ir relacionándonos con el mundo, saliéndole al paso a las dificultades que se nos presentan, los seres humanos vamos construyendo nuestra percepción según el registro de lo que vivimos, y, en este sentido, para bien o para mal, nuestro juicio depende muchas veces de nuestra disposición de ánimo general derivada de esa experiencia, y es el motor de la actitud que en consecuencia adoptamos, actitud que siembra y cosecha nuestra vinculación con el mundo. Veamos por ejemplo esta historia: Un anciano estaba sentado fuera de las murallas de una gran ciudad. Cuando llegaban los viajeros, le preguntaban: ¿Qué clase de gente vive aquí?. A lo que el viejo respondía: '¿Qué clase de gente vive en el lugar de donde vienen? Si los viajeros contestaban 'sólo vive gente mala en el lugar de donde venimos', el anciano decía: Sigan su camino, aquí solamente van a encontrar gente mala. Pero si los viajeros respondían: 'Sólo vive gente buena en el lugar de donde venimos', entonces el anciano decía: 'Entren, pues aquí también encontrarán sólo gente buena...' La parábola es de Noah Benshea, y nos enseña que la verdadera naturaleza de las cosas y de las personas, como en un juego de espejos, habita también en nuestro interior, en el que también se asienta el poder moral, mental y espiritual de encauzarla'.


La idea de Landon me resultó hoy, hace unas pocas horas, realmente imprescindible. 









02/08/2011

¿Querías escribir un cuento?


Si entre las dos o tres cosas que querías hacer hoy por la tarde (después de ir al supermercado y limpiar un poco el living, claro) se encuentra escribir el cuento de tu vida -yo aún no he escrito siquiera la lista del supermercado de mi vida (esa que cubra todas mis necesidades o mis expectativas de cambio si no encuentro todo lo que necesito)-; Raymond Carver tiene una, dos, tres o más cosas interesantes para recomendarte. Por supuesto, cuanto destacado encuentres, corre por mi exclusiva cuenta.




ESCRIBIR UN CUENTO.

'Allá por la mitad de los sesenta empecé a notar los muchos problemas de concentración que me asaltaban ante las obras narrativas voluminosas. Durante un tiempo experimenté idéntica dificultad para leer tales obras como para escribirlas. Mi atención se despistaba; y decidí que no me hallaba en disposición de acometer la redacción de una novela. De todas formas, se trata de una historia angustiosa y hablar de ello puede resultar muy tedioso. Aunque no sea menos cierto que tuvo mucho que ver, todo esto, con mi dedicación a la poesía y a la narración corta. Verlo y soltarlo, sin pena alguna. Avanzar. Por ello perdí toda ambición, toda gran ambición, cuando andaba por los veintitantos años. Y creo que fue buena cosa que así me ocurriera. La ambición, y la buena suerte son algo magnífico para un escritor que desea hacerse como tal. Porque una ambición desmedida, acompañada del infortunio, puede matarlo. Hay que tener talento. Son muchos los escritores que poseen un montón de talento; no conozco a escritor alguno que no lo tenga. Pero la única manera posible de contemplar las cosas, la única contemplación exacta, la única forma de expresar aquello que se ha visto, requiere algo más


El mundo según Garp es, por supuesto, el resultado de una visión maravillosa en consonancia con John Irving. También hay un mundo en consonancia con Flannery O’Connor, y otro con William Faulkner, y otro con Ernest Hemingway. Hay mundos en consonancia con Cheever, Updike, Singer, Stanley Elkin, Ann Beattie, Cynthia Ozick, Donald Barthelme, Mary Robinson, William Kitredge, Barry Hannah, Ursula K. LeGuin... Cualquier gran escritor, o simplemente buen escritor, elabora un mundo en consonancia con su propia especificidad. Tal cosa es consustancial al estilo propio, aunque no se trate, únicamente, del estilo. Se trata, en suma, de la firma inimitable que pone en todas sus cosas el escritor. Este es su mundo y no otro. Esto es lo que diferencia a un escritor de otro. No se trata de talento. Hay mucho talento a nuestro alrededor. Pero un escritor que posea esa forma especial de contemplar las cosas, y que sepa dar una expresión artística a sus contemplaciones, tarda en encontrarse. Decía Isak Dinesen que ella escribía un poco todos los días, sin esperanza y sin desesperación. Algún día escribiré ese lema en una ficha de tres por cinco, que pegaré en la pared, detrás de mi escritorio... Entonces tendré al menos esa ficha escrita. “El esmero es la UNICA convicción moral del escritor”. Lo dijo Ezra Pound. No lo es todo aunque signifique cualquier cosa; pero si para el escritor tiene importancia esa “única convicción moral”, deberá rastrearla sin desmayo. Tengo clavada en mi pared una ficha de tres por cinco, en la que escribí un lema tomado de un relato de Chejov:... Y súbitamente todo empezó a aclarársele. Sentí que esas palabras contenían la maravilla de lo posible. Amo su claridad, su sencillez; amo la muy alta revelación que hay en ellas. Palabras que también tienen su misterio. Porque, ¿qué era lo que antes permanecía en la oscuridad? ¿Qué es lo que comienza a aclararse? ¿Qué está pasando? Bien podría ser la consecuencia de un súbito despertar,. Siento una gran sensación de alivio por haberme anticipado a ello. Una vez escuché al escritor Geoffrey Wolff decir a un grupo de estudiantes: No a los juegos triviales.  También eso pasó a una ficha de tres por cinco. Solo que con una leve corrección: No jugar. Odio los juegos. Al primer signo de juego o de truco en una narración, sea trivial o elaborado, cierro el libro. Los juegos literarios se han convertido últimamente en una pesada carga, que yo, sin embargo, puedo estibar fácilmente sólo con no prestarles la atención que reclaman. Pero también una escritura minuciosa, puntillosa, o plúmbea, pueden echarme a dormir. El escritor no necesita de juegos ni de trucos para hacer sentir cosas a sus lectores. Aún a riesgo de parecer trivial, el escritor debe evitar el bostezo, el espanto de sus lectores.

Hace unos meses, en el New York Times Books Review, John Barth decía que, hace diez años, la gran mayoría de los estudiantes que participaban en sus seminarios de literatura estaban altamente interesados en la “innovación formal”, y eso, hasta no hace mucho, era objeto de atención. Se lamentaba Barth, en su artículo, porque en los ochenta han sido muchos los escritores entregados a la creación de novelas ligeras y hasta “pop”. Argüía que el experimentalismo debe hacerse siempre en los márgenes, en paralelo con las concepciones más libres. Por mi parte, debo confesar que me ataca un poco los nervios oír hablar de “innovaciones formales” en la narración. Muy a menudo, la “experimentación” no es más que un pretexto para la falta de imaginación, para la vacuidad absoluta. Muy a menudo no es más que una licencia que se toma el autor para alienar —y maltratar, incluso— a sus lectores. Esa escritura, con harta frecuencia, nos despoja de cualquier noticia acerca del mundo; se limita a describir una desierta tierra de nadie, en la que pululan lagartos sobre algunas dunas, pero en la que no hay gente; una tierra sin habitar por algún ser humano reconocible; un lugar que quizá solo resulte interesante par un puñado de especializadísimos científicos. Sí puede haber, no obstante, una experimentación literaria original que llene de regocijo a los lectores. Pero esa manera de ver las cosas —Barthelme, por ejemplo— no puede ser imitada luego por otro escritor. Eso no sería trabajar. Sólo hay un Barthelme, y un escritor cualquiera que tratase de apropiarse de su peculiar sensibilidad, de su mise en scene, bajo el pretexto de la innovación, no llegará sino al caos, a la dispersión y, lo que es peor, a la decepción de sí mismo. La experimentación de veras será algo nuevo, como pedía Pound, y deberá dar con sus propios hallazgos. Aunque si el escritor se desprende de su sensibilidad no hará otra cosa que transmitirnos noticias de su mundo. Tanto en la poesía como en la narración breve, es posible hablar de lugares comunes y de cosas usadas comúnmente con un lenguaje claro, y dotar a esos objetos —una silla, la cortina de una ventana, un tenedor, una piedra, un pendiente de mujer— con los atributos de lo inmenso, con un poder renovado. Es posible escribir un diálogo aparentemente inocuo que, sin embargo, provoque un escalofrío en la espina dorsal del lector, como bien lo demuestran las delicias debidas a Navokov. Esa es de entre los escritores, la clase que más me interesa. Odio, por el contrario, la escritura sucia o coyuntural que se disfraza con los hábitos de la experimentación o con la supuesta zafiedad que se atribuye a un supuesto realismo. En el maravilloso cuento de Isaak Babel, Guy de Maupassant, el narrador dice acerca de la escritura: Ningún hierro puede despedazar tan fuertemente el corazón como un punto puesto en el lugar que le corresponde. Eso también merece figurar en una ficha de tres por cinco.

En una ocasión decía Evan Connell que supo de la conclusión de uno de sus cuentos cuando se descubrió quitando las comas mientras leía lo escrito, y volviéndolas a poner después, en una nueva lectura, allá donde antes estuvieran. Me gusta ese procedimiento de trabajo, me merece un gran respeto tanto cuidado. Porque eso es lo que hacemos, a fin de cuentas. Hacemos palabra y deben ser palabras escogidas, puntuadas en donde corresponda, para que puedan significar lo que en verdad pretenden. Si las palabras están en fuerte maridaje con las emociones del escritor, o si son imprecisas e inútiles para la expresión de cualquier razonamiento —si las palabras resultan oscuras, enrevesadas— los ojos del lector deberán volver sobre ellas y nada habremos ganado. El propio sentido de lo artístico que tenga el autor no debe ser comprometido por nosotros. Henry James llamó “especificación endeble” a este tipo de desafortunada escritura.

Tengo amigos que me cuentan que debe acelerar la conclusión de uno de sus libros porque necesitan el dinero o porque sus editores, o sus esposas, les apremian a ello. “Lo haría mejor si tuviera más tiempo”, dicen. No sé qué decir cuando un amigo novelista me suelta algo parecido. Ese no es mi problema. Pero si el escritor no elabora su obra de acuerdo con sus posibilidades y deseos, ¿por qué ocurre tal cosa? Pues en definitiva sólo podemos llevarnos a la tumba la satisfacción de haber hecho lo mejor, de haber elaborado una obra que nos deje contentos. Me gustaría decir a mis amigos escritores cuál es la mejor manera de llegar a la cumbre. No debería ser tan difícil, y debe ser tanto o más honesto que encontrar un lugar querido para vivir. Un punto desde el que desarrollar tus habilidades, tus talentos, sin justificaciones ni excusas. Sin lamentaciones, sin necesidad de explicarse.

En un ensayo titulado Writing Short Stories, Flannery O’Connor habla de la escritura como de un acto de descubrimiento. Dice O’Connor que ella, muy a menudo, no sabe a dónde va cuando se sienta a escribir una historia, un cuento... Dice que se ve asaltada por la duda de que los escritores sepan realmente a dónde van cuando inician la redacción de un texto. Habla ella de la “piadosa gente del pueblo”, para poner un ejemplo de cómo jamás sabe cuál será la conclusión de un cuento hasta que está próximo al final: Cuando comencé a escribir el cuento no sabía que Ph.D. acabaría con una pierna de madera. Una buena mañana me descubrí a mí misma haciendo la descripción de dos mujeres de las que sabía algo, y cuando acabé vi que le había dado a una de ellas una hija con una pierna de madera. Recordé al marino bíblico, pero no sabía qué hacer con él. No sabía que robaba una pierna de madera diez o doce líneas antes de que lo hiciera, pero en cuanto me topé con eso supe que era lo que tenía que pasar, que era inevitable. Cuando leí esto hace unos cuantos años, me chocó el que alguien pudiera escribir de esa manera. Me pereció descorazonador, acaso un secreto, y creí que jamás sería capaz de hacer algo semejante. Aunque algo me decía que aquel era el camino ineludible para llegar al cuento. Me recuerdo leyendo una y otra vez el ejemplo de O’Connor. Al fin tomé asiento y me puse a escribir una historia muy bonita, de la que su primera frase me dio la pauta a seguir. Durante días y más días, sin embargo, pensé mucho en esa frase: Él pasaba la aspiradora cuando sonó el teléfono. Sabía que la historia se encontraba allí, que de esas palabras brotaba su esencia. Sentí hasta los huesos que a partir de ese comienzo podría crecer, hacerse el cuento, si le dedicaba el tiempo necesario. Y encontré ese tiempo un buen día, a razón de doce o quince horas de trabajo. Después de la primera frase, de esa primera frase escrita una buena mañana, brotaron otras frases complementarias para complementarla. Puedo decir que escribí el relato como si escribiera un poema: una línea; y otra debajo; y otra más. Maravillosamente pronto vi la historia y supe que era mía, la única por la que había esperado ponerme a escribir. Me gusta hacerlo así cuando siento que una nueva historia me amenaza. Y siento que de esa propia amenaza puede surgir el texto. En ella se contiene la tensión, el sentimiento de que algo va a ocurrir, la certeza de que las cosas están como dormidas y prestas a despertar; e incluso la sensación de que no puede surgir de ello una historia. Pues esa tensión es parte fundamental de la historia, en tanto que las palabras convenientemente unidas pueden irla desvelando, cobrando forma en el cuento. Y también son importantes las cosas que dejamos fuera, pues aún desechándolas siguen implícitas en la narración, en ese espacio bruñido (y a veces fragmentario e inestable) que es sustrato de todas las cosas.

La definición que da V.S. Pritcher del cuento como “algo vislumbrado con el rabillo del ojo”, otorga a la mirada furtiva categoría de integrante del cuento. Primero es la mirada. Luego esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. Por ello deberá el cuentista sopesar detenidamente cada una de sus miradas y valores en su propio poder descriptivo. Así podrá aplicar su inteligencia, y su lenguaje literario (su talento), al propio sentido de la proporción, de la medida de las cosas: cómo son y cómo las ve el escritor; de qué manera diferente a las de los demás las contempla. Ello precisa de un lenguaje claro y concreto; de un lenguaje para la descripción viva y en detalle que arroje la luz necesaria al cuento que ofrecemos al lector. Esos detalles requieren, para concretarse y alcanzar un significado, un lenguaje preciso, el más preciso que pueda hallarse. Las palabras serán todo lo precisas que necesite el tono más llano, pues así podrán contener algo. Lo cual significa que, usadas correctamente, pueden hacer sonar todas las notas, manifestar todos los registros'.


No me animé a algunas interpolaciones (pero lo pensé seriamente, porque algunas afirmaciones de Craver son más que exactas). Pero el anteúltimo párrafo es hermoso, preciso, narra y regenera la realidad que narra... o el caso de la condena a los florismos absurdos que se leen por ahí... como el caso de la inevitabilidad al rescatar las ideas de O'Connor... hasta que en el último párrafo define, precisa, completa: esa mirada ilumina un instante susceptible de ser narrado. Y de ahí se derivan las consecuencias y significados. O el caso del [su] mandato: las palabras serán todo lo precisas que necesite el tono más llano, pues así podrán contener algo.


Lo último: no es fácil escribir con precisión acerca del escribir... No es simplemente sentarse a recrear, narrar y explicar las sensaciones y decisiones que hacen a un oficio. Requiere una enorme capacidad, otra enorme honestidad, y una brutalmente grande pericia. La razón es simple: lo que Craver hizo es escribir sobre el escribir, y viceversa. 






27/07/2011

(sin título, obviamente...) XVII



Tal vez, amor es el proceso de llevarte suavemente de vuelta a ti misma.




Antoine Saint-Exùpery.








1000+1 Palabras del Siglo XX

El proverbio chino ya lo conocemos; su devenida en lugar común, también. Dejemos que el millar de palabras (y una más) hablen por sí solos. Lo que tienen para contar es de diferentes épocas, países y sucesos (no todos positivos, por cierto). Me gustó disponerlas sin ordenación alguna, para destacar eso que es una foto: un fragmento de realidad, dentro de una situación que también tiene otro modo de fotografiarse, si el que hace click se para en otro lugar, se demora o adelanta un momento, se incluye o no en la foto, o incluso, si decide que ese disparo -que, aún cuando es un documento- no es bueno, y acaba por eliminarlo en un tacho de basura cualquiera.



Bob Marley, Mick Jaegger y alguien más
(si lo identifican, cuéntenme quién es)


Médicos afroamericanos asisten a un miembro del KKK
(Impresionante. Im-pre-sio-nan-te).



La primera 'Caminata Lunar' (la foto está tomada de la TV,
en el momento en que Michael Jackson hizo por primera vez
 'su truco'). Todos los televidentes quedaron boquiabiertos.


El velatorio de Martin Luther King.


John Lennon da su autógrafo a Mark David Chapman, su asesino



Juan Pablo II perdona a Ali Agca,
quien le disparó dos veces en 1981.


La primera computadora del mundo (1946).


El primero McDonald's
(inaugurado el 15/V/'40)

El imponente Titanic antes de zarpar...

El famoso 'Catorce bis'


Parece un bebé cualquiera, pero es Adolf Hitler
(tal vez, en ese entonces, aún lo era).

El comienzo de The Beatles. Más verdes que nunca.

Aquí, seguían siendo verdes. Era 1957.

El mediocre boletín de Albert Einstein.

Charles Chaplin y el Mahatma.

Una foto para los fanáticos de El Chavo.

Chuck Norris y Bruce Lee.

La Coca, la vieja y actual Coca, a lo largo del tiempo...

La construcción de Disney World.

La famosa foto de la construcción del Empire State.
El Papa Pío XII y Adolfo Hitler.


El Rey en el ejército.
Prisioneros en un campo de concentración alemán.
Esperan su ejecución.

Osama Bin Laden cuando era sólo un teenager...

Google.com cuando era un PyME (1999).


Otra obra de Adolf Hitler.

Así era Hollywood (foto tomada entre 1923 y 1929).
El 'land' era de una campaña de la Cescent
 Sign Company
, contratada por unos inmobiliarios
que planeaban construir un complejo de lujo.
Eran trece letras de 9x15 metros,
iluminadas con más de 4000 bombillas. 




JFK asesinado.

El accidente de Lady Di.





26/07/2011

Yo vi.


Interesantes fotos muestran algunos posts de EyeSaw. Y brillante su juego fonético entre 'el ojo - ve / el ojo [que] ve' y su fonética, que es casi idéntica a la sentencia 'Ví' / 'Yo ví' (I saw). Principalmente, recopilan intervenciones públicas relacionadas a publicidades y además, realizan alguna que otra vez, esas intervenciones. Veamos algo de lo que presentan como tal:




'No Alimente a los Animales'. Para esta intervención, sus autores aseguran que, cuando se trata de comer en la ciudad, el mundo es nuestra langosta. Hay tantas opciones por el simple hecho de que hemos sido forzados por el Big Man -y su sofisticada campaña publicitaria- a comer pollo y hamburguesas todo el día, pero eso no quiere decir que tengas que comer efectivamente su mierda [sic].









Los logos y las identidades de marca han sido cortadas del refugio de ómnibus advirtiendo y juxtaponiendo con la silueta del logo del blog para producir una imagen de irónica verdad.

















La intervención 'Burger King' sugiere que desde la infancia estamos siendo sobornados con juguetes y pelotas por codiciosas corporaciones en un intento de ganar clientelas de por vida, ignoando las consecuencias que este tipo de comida provoca en detrimento de nuestra salud.















Luego de que instalaron esta pieza, la gente de EyeSaw decidió mantenerse un rato en la parada de autobús (sin pretender algún efecto con ello) para observar la reacción de la gente. Una pareja de adultos mayores se acercó y escucharon a ella decirle al hombre: 'qué están vendiendo ahora? a lo que él respondió: 'parece una película de terror'.


¡Ah! Casi lo olvido. Titularon la intervención con una cita: 'El último capitalista en la tierra que colguemos será el que nos venda la soga'. -Karl Marx.










Como si todas estas intervenciones no fuesen interesantes, 'los EyeSaw' además hicieron lo que sigue. Dejemos que, como siempre lo hacen, las imágenes comuniquen su mensaje y ustedes construyan, cada uno, su sentido:



























Y la que más me gustó:

La libertad de la gráfica misma, echada a volar.

Y nuestra libertad, al no tener que contemplarla.