Shakespeer y Shakespeare.


Shakespeer
acontece en un cruce improbable de dos sentidos.

El primero, en la unión de dos palabras: shake [-up] (sacudir, agitar, remover bruscamente; debilitar, desalentar... pero también zafarse, liberarse). Y peer que, en una de sus acepciones señala a quienes son pares en un grupo (por edad, posición social y/o habilidades) y en laotra acepción describe la posesión de título nobiliario en el Reino Unido (esto incluye a quienes alcanzan honor de
Lord y por eso su lugar en la Cámara).

El segundo sentido es más intuitivo: la similitud fonética con el apellido del genial William, quien conocía varios (más) de los vericuetos del corazón humano.


En ese cruce breve, en ese chispazo más que improbable, en ese enlace natural, se despliega este blog.


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09/05/2011

La Vorágine (pero reflexiva)


El amor, el número elegido y el
 futuro respiran lo mismo: azar.
Esta es la última insistencia. Lo prometo (y me lo impongo, para dejar espacio a otras obsesiones, como la de ese corazón lleno de sombras que cuenta el viejo Conrad, que me espera en los próximos posts...). Esta última insistencia, en realidad, fue, en realidad, el único motivo de traer al Dostoievsky de El Jugador a este prescindible blog. Lo que tanto me llamó la atención de su lectura -y que no cesa con la actual consulta- es la narración de aquello que padece y reproduce el protagonista: una adicción. Pero no quise nunca pensarla en clave psi (sea propiamente clínica o de la barata), sino en términos tal vez más generales, esto es, del modo en que vemos (padecemos) un yugo, una recurrencia, una condena -persistente, pero que, sin embargo, nos permite convivir con ella si le concedemos sus rituales- y que puede acontecer en el juego, en los tóxicos, en las costumbres -incluso muchas socialmente aceptables- o en los modos que tenemos o carecemos a la hora de enfrentar acontecimientos en nuestras vidas. Lo importante es que están ahí, como un objeto vivo dentro nuestro o como un ser interior que nos impulsa en momentos o por épocas, a actuar según sus pocas posibilidades (porque esos yugos, son persistentes en sus apariciones, aparentan tener muchas caras, pero en realidad nos llevan a dos o tres situaciones -- tal vez sea eso mismo lo que esclaviza).

Pero esto no es lo único que encontré en esa nueva consulta. También me crucé con algunas ideas interesantes acerca de algunas implicancias del comercio y algunas del juego, del modo de ser ruso, de las similitudes que tiene el amo que el protagonista soporta en la ruleta con un amor no (tan) correspondido, la hipocrecía que flota en el ambiente.


Sobre la codicia, y los modos de saciarla: 
[reflexionando acerca del jugar y su primera experiencia en frente a una ruleta] por ridícula que pueda parecer esa confianza en la ruleta, me parece todavía mucho más risible la opinión vulgar que estima absurdo el esperar algo del juego. ¿Es que es peor el juego que cualquier otro medio de procurarse dinero, el comercio, por ejemplo? Verdad es que de cien individuos, uno solamente gana, pero... ¿Qué importa eso? 


Sobre la  honestidad en lo deseado:
En primer lugar, todo me pareció sucio y repugnante. No hablo de la expresión ávida e inquieta de aquellos rostros que, por docenas, por centenares, asedian el tapete verde. No veo absolutamente nada sucio en el deseo de ganar de prisa la mayor cantidad posible. Siempre me ha parecido absurda la idea de un moralista rentista que al argumento de que "se jugaba flojo" contestó: "Tanto peor, puesto que se obedece entonces a un deseo mezquino y se gana menos". Como si la avidez no fuese siempre igual, cualquiera que sea el objeto [...] Como experimentaba un vivo deseo de ganar, un ansia, ese pecado general si se quiere, me era familiar en el mismo momento de entrar en la sala. Nada tan encantador como no hacer ceremonias, como conducirse abiertamente y con desenfado. Además ¿para qué censurarse a sí mismo? ¿No es la ocupación más vana e inconsiderada? Lo que no gustaba, a primera vista en esa reunión de jugadores, era su modo respetuoso de proceder, la seriedad y la deferencia con que todos rodeaban el tapete verde. He aquí por qué existe una precisa demarcación entre el juego llamado de mal género y el que es permitido a un hombre correcto. 

Juego caballerezco vs. Juego plebeyo (*):  
Hay dos clases de juego: uno para uso de los caballeros; otro plebeyo, rastrero, propia para la plebe. La distinción se halla aquí bien expresada; pero en el fondo ¡qué vileza hay en esta pasión! Un caballero, por ejemplo, arriesga cinco o diez luises, raramente más -si es rico llegará hasta los mil francos-, pero los arriesga por amor al juego, sólo por placer. Se proporciona el placer de la ganancia o la pérdida (...) en ningún caso obedecerá al plebeyo deseo de ganar.

Sobre lo relativo que nos rodea:
Todo es relativo en este mundo. Lo que es mezquino para Rothschild es opulento para mí, y en lo que refiere al lucro y a la ganancia, no es solamente en la ruleta, sino en todas las cosas, donde los hombres procuran enriquecerse a costa del prójimo. Otra cosa es saber si el lucro y el provecho son viles en sí mismos...  

Sobre la vorágine, propiamente dicha:
1- Como mandato ajeno: En lo que se refiere a mis convicciones morales íntimas, no pueden, naturalmente, encontrar sitio aquí. He de manifestarlo así tan sólo para descargo de mi conciencia. Anotaré, sin embargo, que desde hace cierto tiempo experimento una viva repugnancia a aplicar a mis actos y a mis pensamientos un criterio moral, sea el que sea. Experimenté otro impulso distinto (...) Empezaba a jugar por cuenta ajena (...) [me causaba] una sensación mórbida, unicamente para terminar cuanto antes (...) en lo sucesivo, no jugaría más por cuenta de ella (...) -"Así, persiste usted en creer que la ruleta es su única probabilidad de salvación?" -preguntóme con tono zumbón. Afirmé, con gran seriedad, que así lo creía.

2- Como única salida: Vivo, naturalmente, en perpetua inquietud, juego pequeñas sumas y aguardo algo que no sabría explicar (...)  Me quedaba el recurso de acudir a la ruleta y jugar una sola vez... Si la suerte me favorecía, por poco que ganase, podría continuar jugando; si perdía, me vería precisado a volver a mi condición de criado, si no encontraba algún compatriota que necesitase un preceptor.

3- Como amo infernal: Digame, aparte del juego, ¿No hace usted nada aquí? -No, nada...-dije. (me sometió a una especie de interrogatorio. Yo no sabía nada. Durante todo aquel tiempo no había leído los diarios, ni siquiera abierto un libro. -Usted se ha embrutecido -observó-. No sólo ha renunciado a la vida, a los intereses personales y sociales, a los deberes de hombre y de ciudadano, a sus amigos..., pues usted tenía amigos..., ha renunciado también a sus recuerdos, todo, a causa del juego (...) -Usted estará aquí todavía dentro de diez años-dijo-. Apostemos a que le recordaré esto, si para entonces vivo, aquí mismo, en este mismo banco...

4- Como destino insistente: Tengo una corazonada. ¡No puede fallar! ¡Me quedan quince luises y empecé a jugar con quince florines! (...) ¿quién me impide que rehaga mi vida? Con un poco de energía puedo en una hora cambiar mi suerte. Lo principal es tener carácter. No tengo más que recordar lo que me ocurrió hace siete meses en Ruletemburgo, antes de perderlo todo..., absolutamente todo... Al salir del casino siento que dentro de mi bolsillo se mueve algo. Es un florín. "Ya tengo bastante para comer", me dije. Pero después de haber andado un ciento de pasos, cambié de parecer  me volví. Puse el florín en el manque. Verdaderamente se experimenta una sensación singular cuando, solo, en tierra extraña, lejos de la patria y de los amigos, y sin saber si uno podrá comer el mismo día, se arriesga el último florín. Gané, y cuando veinte minutos más tarde salí del casino, me hallaba en posesión de ciento setenta florines. he aquí lo que son las cosas, lo que  veces puede significar el último florín. ¿ si yo ahora perdiese los ánimos y no me atreviera a tomar nuevas decisiones? ¡No, no; mañana...! ¡Mañana todo habrá concluído!

Sobre el catecismo occidental.  Su diferencia entre rusos y alemanes:
(...) la facultad de adquirir constituye, a través de la historia, uno de los principales puntos del catecismo de las virtudes occidentales. Rusia, por el contrario, se muestra incapaz de adquirir capitales, más bien los dilapida a diestro y siniestro. Sin embargo, nosostros los rusos tenemos también necesidad de dinero -añadí-, y por consiguiente, recurrimos con placer a procedimientos tale como la ruleta, donde uno se puede enriquecer de pronto, en unas horas, sin tomarse ningún trabajo. Esto nos encanta, y como jugamos alocadamente..., perdemos casi siempre. (...)

Sobre la utilidad y placer:
-¡Magnífico!-exclamé-. Usted ha pronunciado intencionadamente la palabra 'utilidad' para aplastarme. Leo en su alma. ¿Es inútil, dice usted? El placer es siempre útil y un poder despótico, sin límites, aunque ejercido sobre una mosca, es también una especie de placer. El hombre es déspota por naturaleza. Le gusta hacer sufrir. A usted le gusta eso enormemente.

 
Así vivía nuestro jugador. Todo un preso encadenado. Y, como cualquier adicto, con más barras de las que se pueden derribar en poco tiempo. Así que lo más importante para él sería, ahora, escoger en función del tiempo: si quería uno largo por delante, debería armarse de mucha paciencia para derribar las barreras que aún ni sospechaba le rodeaban. Si quería el tiempo como se le presentaba en su presente, debería resignarse a que fuese poco y tumultuoso. Lo mejor de todo, es que decidió, seguro, por el que quiso (y esa era la mejor opción entre ambas).
 


 
 
 
 
 
(*) Intercambien 'juego' por 'actitud' o 'modo de ser', para ver la situación desde la perspectiva de las personas, y por 'escenario' o 'situación' para ver todo el paisaje... vale la pena [primero sentir un poco de empatía del plebeyo/el escenario plebeyo, sólo para luego abandonarlo - el verdadero fin de hacerlo, claro].



30/04/2011

Tres Genialidades, Tres.



La distinguida obra 'La Peste' de Albert Camus tiene, entre otras más, tres genialidades inigualables. Notables. La primera, es el epígrafe del libro: 


1) 'Tan razonable como representar una prisión de cierto género por otra diferente es representar algo qué existe realmente por algo que no existe'. -Daniel Dafoe.

No debería agregar nada que no se exprese por sí mismo en él, pero la verdad es que, gran parte de la realidad queda en jaque allí... (después de todo, nuestra realidad es -en gran parte, en poca o en alguna- un lechado de símbolos que  tomamos vorazmente) ¿Qué otra cosa hacemos a diario, animales simbólicos, sino rellenarnos y producir en igual o mayor cantidad, cosas que nos remiten a otras unidas por un hilo que llamamos, tal vez por casualidad, significado? ¿Cuál de esas -o cómo saberlo- cumplen con el caso que Dafoe señala... en otras palabras, ¿cuál de ellas será 'la prisión de género diferente'? O bien, ¿cómo saberlo?



2) "(...) Después de su tentativa de suicidio Cottard no había vuelto a recibir visitas. En la calle, con los proveedores, procuraba hacerse simpático. Nadie había puesto tanta dulzura al hablar a los tenderos, tanto interés en escuchar a los vendedores de tabaco.
-Esa vendedora de tabaco -decía Grand- es una víbora. Se lo he dicho a Cottard y me ha respondido que estoy en un error, que tiene buenas cualidades que es preciso saber encontrarle" 
(...)
"Grand había incluso asistido a una escena curiosa con la vendedora de tabaco. En medio de una conversación, la vendedora había hablado de un proceso reciente que había hecho mucho ruido en Argel. Se trataba de un joven empleado que había matado a un árabe en una playa.
-Si metieran en la cárcel a toda esa chusma -había dicho la vendedora-, la gente decente respiraría.
Pero había tenido que interrumpirse en vista de la agitación súbita de Cottard que se había echado a la calle sin decir una palabra. Grand y la vendedora habían quedado boquiabiertos" (...)

(No comentaré mucho acerca de lo que rodea este pasaje, para no ser una inoportuna 'spoiler' ante quien no haya aún tomado este valioso librito) Destaquemos este guiño, esta feliz referencia del autor, a través del comentario olvidable de la vendedora de tabaco en presencia de Cottard, el representante de vinos y licores en crisis y de 'opiniones muy liberales': una reproducción casual, pero igualmente equívoca que aquéllas de mucha gente en el proceso del joven empleado que, acaso 'por el calor', había matado un árabe en la playa. Como suele pasar (y pasarnos) la tabaquera había hecho un comentario digno de la misma chusma de la que se horrorizaba. Ese juicio que se [nos] cae rápido de la boca y que leímos en 'El Extranjero', en la mano del mismo autor, acerca de la mismísima situación allí narrada.

3) "(...) Por la tarde, el doctor encontró a Cottard ante la mesa del comedor. Cuando entró vio sobre la mesa una novela policial abierta. Pero la tarde estaba cayendo y, en verdad, debía de ser difícil leer en la oscuridad creciente. Cottard probablemente había estado un rato antes sentado en la penumbra, reflexionando. Rieux le preguntó cómo iba. Cottard refunfuñó que iba bien y que iría mejor si pudiera estar seguro de que nadie se ocupara de él. Rieux le hizo comprender que nadie podía estar siempre solo.
-¡Oh! no digo eso: Me refiero a las gentes que se ocupan en traerle a uno contrariedades. 
Rieux seguía callado.
-No es ese mi caso, crea usted, pero estaba leyendo esa novela. Ahí tiene usted a un desgraciado a quien detienen, de pronto, una mañana. Estaban ocupándose de él y él no lo sabía. Estaban hablando de él en los despachos, inscribiendo su nombre en fichas. ¿Cree usted que esto es justo? ¿Cree usted que hay derecho a hacerle eso a un hombre?
-Eso depende -dijo Rieux-. En cierto sentido, evidentemente no hay derecho (...)" (*)


Ésta fue la más linda. No se si por el lugar al que nos remite o por sorprendernos ahí, en medio de algo que va por una peste, tenga esta salida, este agujero en la pared momentáneo, que nos hace recordar esa novela. Ese novelón (además, es un buen recurso narrativo: expresar el resentimiento de Cottard por medio de una situación como la de ese proceso, es realmente efectivo como imagen, como descripción de la amargura que puede sentir una víctima de él. Del proceso del pobre K. o bien nos reímos, o bien nos deprimimos con resentimiento - y seguro que lo primero sólo pasa para evitar lo segundo, para darle un descanso a esa situación desagradable). Esa situación desagradable al saber que 'ya se están ocupando de uno' es la misma que -obviamente- tiene el propio K, pero también la de la Señorita Bürstner luego de saber que unos funcionarios judiciales del montón toquetearon sus fotos y miraron donde ella duerme; y tal vez sea la mismísima desilusión de Cottard acerca de la realidad en sí, cuando opinaba que los grandes se comen a los pequeños.


Aunque lo fundamental, es que ese proceso infinito, esa paradoja de Zenón de Elea al acecho, como nos contó Borges, tenía un equivalente en la historia. Un equivalente simétrico: la peste. Esa idea que no se veía sino a través de sus signos (los ganglios hinchados, manchas en el vientre y las piernas, el olor espantoso de la supuración de los ganglios -que el bisturí liberaba de dos golpes- y los dolores, preparaban la muerte en cuestión de horas), como el proceso, del que podíamos ver su maquinaria torpe en funcionamiento, pero no una sustancia concreta como tampoco su motivo. Ese proceso que en un año se consumió a K. y su reputación, había antes carcomido la certezas ilusorias que tenía acerca de control sobre su propia vida; como lo hacía con los habitantes de Oran, y con el Doctor Rieux, quien si bien veía a diestra y siniestra los signos de la enfermedad, no podía hacer algo para frenarla o preveer su comportamiento futuro. La peste del proceso kafkiano y el proceso de la peste de Camus son parte de una incertidumbre masiva, acontecimiento con un patrón desconocido, y ambos ejecutan su pena. No existe apelación -y si la hay, no logra frenar lo que ya se ha desencadenado-, y cae, quién sabe desde dónde.


Tres perlas, tres, de acceso libre y gratuito.










(*) Nota. Cuando encontré esta posible referencia, me preocupó la posibilidad de estar acaso equivocada luego de pensar dos -y tres veces- lo que Camus nombra como novela 'policial'. La idea de alguien que padece la sensación de que 'estaban ocupándose de él' se me hacía evidente, pero el adjetivo podía estar gritando que mi apreciación era errónea (claro que la clasificación de tal o cual -típica de quienes hacen molesta crítica literaria y quienes se ocupan de esas categorías del todo prescindibles- me tuvo muy sin cuidado. El Proceso de Kafka alcanza su razón de ser al haber sido escrita, y ni siquiera estar incompleta predica algo que pueda vulnerar de algún modo su valor... mucho menos lo harían toda la riestra de clasificaciones académicas con que se nos quiera fastidiar a diario). Así, mi único temor era estar encontrando algo que deseaba fuese una referencia a El Proceso, pero que en realidad, pudiese ser un 'caza-bobo' (y uno efectivísimo conmigo). Esta curiosidad me llevó a tolerar un poco de búsqueda acerca de este adjetivo para la novela y, felizmente, encontré una. Lo cierto es que ella no me convence en absoluto. Pero, para mejorar esta cuestión, debería embarrarme en toda esa marea de labores críticos y académicos sin sentido, así que, mucho más felizmente, puedo quedarme con mi deseada referencia a un proceso en medio de una peste. O de una peste en medio de un proceso.






10/03/2011

¿Será Así? (Cultura - Literatura)


¿Será cierto que la cultura es el conjunto de lenguajes, con origen en la sociedad, en los que se articulan valores de todo tipo, y aquéllos lenguajes, a su vez, dan origen a un conjunto de textos con dinámica propia? ¿Será atinado pensar que, en cambio, la literatura opera en la cultura como un espacio que se sirve de lo que ella le ofrece...?


¿Será cierto que en el ámbito de la cultura, los valores se comunican e intercambian entre los sujetos por medio de un sistema de lengua pre-establecido; mientras que en la literatura se emprende por señalar el papel que el texto desempeña en la cultura en un momento en el que esa crítica le es contemporánea? ¿Será así...?



¿Será, además, que la cultura de un sujeto se convierte en un 'multilingüismo' (no sólo referido a un sistema de lenguas, aunque esté muchas veces configurado a través de él-)? ¿Y que el crítico de la literatura, obra en una lógica y sentido diferente, como es constituir de la historia de la literatura una materia de su formación, pero no por ello la hace su objeto propio, sino que se centra en aquéllas ciencias sociales que le pueden ayudar a comprender la literatura conforme esa idea latina hic et ad horam (=aquí y ahora)?


¿Será todo esto así o es un conjunto de renglones dignos de un manual para alumnos que no pretenden aprender? ¿Es un abordaje simplón de esos temas a los que estas líneas apelan pero con los que no entran en diálogo (antes bien, les balbucean torpemente)? En fin, en algún momento, me daré cuenta...




06/03/2011

Sin título (IX)



...pero vosotros, cuando lleguen los tiempos en que el hombre sea amigo del hombre, pensad en nosotros con indulgencia. 



Bertolt Brecht





15/02/2011

Dostoievsky (sin Freud, por suerte.)


Cuando su esposa María enferma, Feodor necesitaba vivir como siempre: en una especie de sobre-excitación creadora. Entonces, ya contaba con cuarenta cumplidos y no tuvo mejor idea que conocer un amor, pero de dieciséis cumplidos. Deja a su mujer (aunque hasta su muerte nunca dejó de cuidarla) para encontrarse con Polina, la niña en cuestión, en las calles de París. Pero, como sobre llovido mojado, se encuentra en ese camino con otra pasión, una ruleta. En ese casino sólo gana una pequeña fortuna. Aunque el juego lo mantiene distraído de su oscuro objeto del deseo, y como entonces quería olvidar lo que lo obsesiona, juega. Y sigue jugando un poco más. Ante (o junto) a la mesa de juego Feodor se enajena. Logra liberarse por un tiempo de la tiranía de las tiranías (el amor) y de la otra que también sufre: escribir. Para agravar el panorama, Polina dice que otro hombre ha aparecido para casarse con ella. En el arrebato romántico, se la lleva, cual cautiva, y gana el duelo. Mientras viajan a Italia, Feodor muere por tentar la suerte una vez más. Paran en Baden buscando una ruleta... pero pierde. Pierde todo. Y luego pasa lo de siempre: sus amigos lo salvan. Ella lo deja. Polina tenía un argumento bastante respetable para eso, si la vida con Feodor se dividía en ausencia (mientras él escribía) y riesgo (el resto del tiempo).


Vuelto a Rusia luego del fracaso amoroso, decide ayudar a su hermano que había fundado una revista. Muere María, su esposa. En esos tiempos, también muere su hermano. Y ahora es cuando entra en acción Ana, una taquígrafa de veinte años, a la que le dicta cuarenta mil palabras en veintiséis días! Ese manojo de letras fue 'El Jugador'. La entrega del manuscrito por parte de Ana, prenda al escritor con sus ojos... por fortuna para Feodor, será la esposa ejemplar. Y una vez concretada la unión, Feodor se dio el lujurioso gusto de avisarle a Polina, 'la inconstante muchacha', de su nuevo amor y matrimonio. Le escribió: ‘Mi taquígrafa era una muchachita de veinte años, bastante bonita, de buena familia, que había cursado sus estudios en el Liceo, a lo que hay que añadir una gran bondad e igualdad de carácter. El trabajo marchaba bien. Al final de mi novela me percaté que mi taquígrafa me amaba sinceramente, en silencio, y de que a mí, cada día, me gustaba más. Como desde la muerte de mi hermano la vida se me ha hecho terriblemente tediosa y vacua, le propuse casarme con ella. Consintió y ya estamos casados. La diferencia de edades es tremenda [¡la diferencia con Polina era aún mayor!], pero cada vez estoy más persuadido de que será feliz. Tiene sentimientos y sabe amar. Es decir, todo lo que a ti, Polina, te falta'.

Anna da a luz a su primera descendencia, una niña que muere a los tres meses. Luego de la tristeza sin límite, vuelve a quedar embarazada y da a luz al primero hijo de Feodor. Éste mantiene una relación con la escritura algo más metódica, y termina Los Hermanos Karamazov. Tiempo después, el dinero vuelve a escasear, pero aún más que antes: ¿recurre Dostoievsky al juego, nuevamente?... lo cierto es que opinaba que: 'el verdadero ruso, siente una antipatía fundamental por el método germánico, riguroso: y como necesita dinero como lo mismo que cualquier individuo de otra raza [sic] no le queda otro recurso que cortejar a la fortuna en la mesa de la ruleta’.

En El Jugador como en otras de sus novelas cumbres (sea Los Hermanos Karamazov, Crimen y Castigo o Los Endemoniados), Dostoievsky traslada a sus narraciones los problemas morales y políticos que le interesan: cada novela se dedica a la exploración de las vidas conflictivas de sus personajes, con sus motivaciones y la justificación filosófica de su existencia (curiosamente, de cada uno de ellos, Feodor llevó un cuaderno de notas). Él se dedicó a la creación simbólica de mundos en los que los héroes traspasados por el cacácter trágico de la vida buscan la verdad, y se adelanta a la psicología moderna, al explorar motivaciones ocultas y llegar a conocer, intuitivamente, el funcionamiento del inconsciente que se manifiesta en las conductas irracionales: el sufrimiento psíquico, los sueños y los momentos de desequilibro. De este modo preparó el camino de las aproximaciones psicológicas de la literatura del siglo XX (por ejemplo, para los escritores del surrealismo y el existencialismo). Su gran aporte fue el de un narrador que no está fuera de la obra (desde ya, que el nombre de ‘Paulina’ en El Jugador, no es casual), sino que se manifiesta con voz propia, como otro personaje más.



Detengamos aquí este post. Es mejor. En el próximo –esto es, el que sea referido a Dostoievsky- extractaremos algunos geniales pasajes sobresalientes y profundos (o mejor dicho, sobresalientesyprofundos, tal es el talento del autor, al mostrar tensiones –como es la de sobresalir e ir profundo-) tan cotidianos y habituales que sorprende verlos ahí, estampados sin apelación en una hoja tipografiada).




 


07/02/2011

Cosas que pasan...


Parece que en 1822, Wolfgang Goethe ya contaba con 74 años. Por esos tiempos, acude a los baños termales de Marienbad, situada en la provincia alemana de Nüremberg. A diferencia de lo que los aires que rodean aguas especiales puede sugerir, el escritor no logra hacer de su viaje ocasión para abluciones (o al menos, no logra la finalidad que ellas tienen). Más atinadamente, sucede lo contrario: encuentra una severísima condena, enamorándose perdidamente de Ulrike von Levetzow (que sólo tenía diecinueve años de edad). Pide por su mano, pero le es negada (para más desprecio, eso se lo comunica un amigo de ella). Desavenido, Goethe escribe su Elegía de Marienbad (al que el gran Stefan Zweig calificó como momento estelar de la humanidad). De una tristeza desgarrada, profunda, escribió su poema -o el de su amada- en un viaje desde Cheb a Weimar, en un lapso de una semana (concretamente, desde el 5 al 12 de septiembre de 1823). No pudo más que mostrárselo a sus amigos más cercanos.

Y sí: el lugar es el mismo en el que, casi cuatro décadas más que un siglo después, Alain Resnais haría su El Año Pasado en Marienbad, obra ganadora del Festival de Venecia de 1961. El filme se basaba en la novela de Alain Robbe-Grillet y como por acaso, en algo de La Invención de Morel de Adolfo Bioy-Casares.



De yapa, su letanía:


Elegía de Marienbad

¿Qué me reserva el devenir ahora
y este hoy, en flor apenas entreabierta?
Edén e infierno mi inquietud explora
en la instabilidad del alma incierta.
¡No! Que al cancel de la eternal morada
los brazos me transportan de mi amada.

Cruel y dulce el ósculo postrero,
almas gemelas, al herir, desprende;
mi pie vacila ante el umbral severo
que un querubín flamígero defiende.
Mi ojo impasible ante la vía desierta
ve las selladas hojas de la puerta.

¿Finó ya el orbe? ¿Sus rocosos muros
no se coronan ya de sombra santa?
¡La mies no grana? ¿Prados verdeoscuros
ya no cortejan al raudal que canta?
¿Ni ante el mundo prolífero se extiende
la comba astral que el devenir defiende?

Como para agradarme -cual solía-
ella se empina en el umbral, rïente,
y me da gota a gota su alegría
y se me anuda en ósculo ferviente.
Sobre mis labios me grabó su beso,
con llamas, añoranza y embeleso.

En lo más noble nuestro ser cultiva
anhelos de rendirse a lo inefable
por honda gratitud que el don no esquiva
al Ser puro, a lo Eterno inexpresable.
Llemémosle Bondad; yo a su clemencia
me acojo y me diluyo en su presencia.

"Haz como yo; cotéja el breve instante
con tu grácil cordura; no apresures,
tómalo a punto, dúctil, insinuante,
ya que en la acción o en el amar perdures.
Si vistes de candor en el conflicto,
serás hombre cabal y un héroe invicto".

¡Vano hablar, pensé yo, si un Dios te ha dado
el minuto feliz por compañero!
Todo ser, junto a ti, predestinado
se siente, no mi sino lastimero.
Me espanta tu decir: dejar tu lado
es un alto saber que no he logrado.

Lejos ya estoy. ¿Qué me dará el instante
fugaz? ¡Quién sabe! Mágico tesoro
para crear Belleza. Como Atlante,
me doblo al peso... y me deshago en lloro.
De fuga en fuga, en fútiles andares
y, por alivio, lágrimas a mares.

¡Fluyan y rueden sin cesar! La llama
jamás se apagará, que me devora;
crepita, y por mi pecho se derrama
do muerte y vida traban lid ahora.
Para el dolor del cuerpo hay plantas buenas,
y a mí me ahogan inacción y penas.

Ya perdí el Universo y me he perdido
a mí mismo -yo, amado de los dioses-
su Caja de Pandora me han vertido,
rica en gajes u horóscopos atroces.
Me tientan con la pródiga cascada
de los goces... y me hunden en la nada.


J.Wolfgang von Goethe

 
 


27/01/2011

Algo de Poder a la Dostoievsky




Ideas caen como rayos

En un estudio preliminar de la edición de 1972 hecha por EDAF Madrid y firmado por Ángel Lázaro, encontré unas definiciones dostoievskianas sobre el poder que me enmudecieron.

Lázaro comienza asegurando que Dostoievsky conoció -mientras estuvo cuatro años apresado por su apoyo al socialismo utópico y luego enviado a Siberia- el monstruo de la pasión de la dominación del hombre sobre el hombre y la embriaguez de la sangre al contemplar las carreras de banqueta con que se sanciona al preso que ha incurrido en falta. Luego (por suerte) lo cita: quien ejerce ese poder, ese ilimitado señorío del cuerpo, la sangre y el alma de un semejante suyo, de una criatura, de un hermano, según la ley de Crxto, quien conoció el poder y la plena facultad de infligir la suprema humillación del otro ser que lleva en sí la imagen de Dios, ese tal, sin querer, se convierte en esclavo de sus sensaciones. Esto era Feodor, un esclavo de sus sensaciones. Había conocido eso que describía y lo sufría en su cuerpo.


Luego se refiere a otro poder anómalo: La tiranía es una costumbre: posee la facultad de desarrollarse, de sostenerse y crecer por sí misma, y degenera, finalmente, en una enfermedad. Concretamente, Dostoievsky ha nombrado a Dios, así ha hermanado al hombre con su creador, y no concibe que el hombre pueda humillar al hombre. Por eso se explica de este modo el abuso de poder, de toda tiranía: Yo sostengo que el mejor de los hombres puede embrutecerse y embotarse por efecto de la costumbre [la costumbre de ejercer su poder] hasta rebelearse al nivel de una fiera. La sangre y el poder embriagan, engendran embrutecimiento e insensibilidad, la inteligencia y el sentimiento son capaces de encontrar natural y hasta placenteras las más anormales manifestaciones. El hombre y el ciudadano mueren en el tirano para siempre, y restituirse a la dignidad humana, al arrepentimiento, a una nueva vida, es ya para él casi imposible.


Dostoievsky creía que la sociedad que contempla con indiferencia ese espectáculo está ya minada en sus cimientos. Veía el estrago, la maldición que representa toda tiranía. Todo uso de poder omnipotente y sostenido sin plazo de vencimiento, usurpa la perenniad que sólo aquél puede ejercer. Decía por la gracia de Dios, gobiernan los reinos soberanos, pero, por lo mismo esa gracia no puede humillar ni tiranizar a los súbditos. Y aquí es cuando las referencias y citas de Lázaro terminan con una imagen sobrecogedora, al asegurar que una noción puede ser, también, una 'casa muerta'. Es eso, precisamente, lo que el novelista quiere decir cuando ante nuestros ojos presenta el cuadro sombrío de la purga de las culpas humanas a través de la canción que dice: refulge la luz del cielo, redobla el tambor del alba. Y sentimos escalofríso ante ese cadaver desnudo, cargado aún con la cadena al que contempla tratando de guardar su impasibilidad, el suboficial que se ha quitado el caso, mientras un viejo preso dice: ¡También tenía una madre!



Las negritas y los resaltados, son míos.







17/01/2011

Su Vida Entera (y la mía).



Lejos (lejísimo) mi poesía preferida de gran Jorge Luis Borges. Es de 1935, y me cautiva la completitud que expresa (en este caso sería de su vida, pero también es de la mía). Está plagada de significado íntimo (de ese que no se refiere a la intimidad, sino a esa experiencia cotidiana y recurrente que no necesita intermediario en las palabras o en la evocación posterior de esas sensaciones). Todos los destacados son míos, y simplemente, los he encontrado y encuentro cada vez que la veo, sea impresa en un libro, copiada en mis cuadernos o en esa imagen tan particular que tenemos en nuestro interior proveniente de cuando la vimos plasmada en una hoja (y que a veces, condensamos con una tipografía o una maquetación que no es la del libro que la trae). En algún momento la estampé en mi ropa y hasta es tatuaje pendiente. Ahora se hace post o, simplemente, se hace una pequeña parte de Shakespeer.



Mi Vida Entera (1935)


Aquí otra vez, los labios memorables, único y semejante a vosotros.
He persistido en la aproximación de la dicha y en la intimidad de la pena.
He atravesado el mar.
He conocido mucha tierras; he visto una mujer y dos o tres hombres.
He querido a una niña altiva y blanca y de una hispánica quietud.
He visto un arrabal infinito donde se cumple una insaciada inmortalidad de ponientes.
He paladeado numerosas palabras. Creo profundamente que eso es todo, y que ni veré ni ejecutaré cosas nuevas.
Creo que mis jornadas y mis noches se igualan en pobreza y en riqueza a las de Dios, y a las de todos los hombres.



Jorge Luis Borges.



16/01/2011

Dostoievsky & Freud I


Cuando terminé de leer El Jugador de Feodor Dostoievsky supe que podía tomar cualquier libro de él con la garantía de encontrar cosas que me interesan. Era una obra compacta y consistente, muestra del descontrol de ese adicto al juego, logrando traspasar, con naturalidad, ese caos también a su narración. Allí y entonces, por esas cosas que (¡gracias a Dios!) simplemente suceden, compré las obras completas de Freud en un soporte que era ultramodern[ísim]o: el hoy ya vetusto CD-Rom (pienso que si aún me queda alguno, es porque todavía no me acordé de subir sus archivos a alguno de los servicios de alojamiento web que uso regularmente... son como el Long Play del pasado reciente - pero sin la belleza que los LP conservan, sin duda).

Ojeando mi nueva adquisición, encontré que allí había un enlace natural, una preexistencia lógica: Freud había dedicado varias de sus horas a Dostoievsky. Claro que sus estudios tienen mucho de clínico y algo del entonces -aún en construcción- psicoanálisis, cuestiones que iremos dejando de lado para que estas líneas no se tornen sólo aptas para especialistas. Y porque del psicoanálisis, creo que sólo me intereso por la labor Freud y Lacan (sólo si sacamos a quienes creyeron saber interpretarlos -o sólo conocerlos- a lo largo de las décadas y los lugares. Si los primeros pudiesen descargárselos, recuperarían tanto del valor robado a sus investigaciones). En relación con esto, debemos recordar que el trabajo de Dostoievsky -como los múltiples análisis de personajes históricos notables realizados por otros analistas a los largo del siglo XX y lo que va del XXI- es la parte más débil del psicoanálisis, ya que se vale de cartas, diarios… restos dejados por el analizado, sometido a un proceso de reconstrucción que se aleja bastante de lo clínico. La siguiente salvedad hace a que mi lectura de entonces sólo se reducía a El Jugador, y puede ser que los cuadernos que este blog hace público, sólo recortasen ideas interesantes a la luz de esa magrísima lectura del autor. Por último, para ser lo más justa posible (ya que el texto, aún cuando es la famosa traducción de Ballesteros, está finalmente transcrito en otra lengua) trataré de ajustarme con la mayor rigurosidad a esas ideas que me llamaron la atención:


Introducción al Dostoievsky de Freud ó I.


Primero lo primero. Señalemos un dato biográfico de Freud que lleva, finalmente, a la publicación de su ensayo Dostoievsky y el Parricidio y a su comparación de Los Hermanos Karamazov con la tragedia de Sófocles, Edipo Rey: En 1908, y por medio de un amigo común -Arthur Schnitzler-, Freud comienza a cartearse con Stefan Zwieg, algo que harían por muchos años (se dijo que Stefan era entusiasta y afectuoso con Freud, y que éste era distante, prudente y a veces irritable con Zweig). En los primeros intercambios, las cartas de Freud eran anodinas, pero luego de que Zweig publicara en 1920 su libro Tres Maestros: Dickens, Balzac y Dostoievsky (obra que adoro y a la que nos dedicaremos más adelante en este blog), Freud manifiesta su insatisfacción con el tercero de ellos, y reprochó: 'creo que usted no debería haber dejado a Dostoievsky con su supuesta epilepsia. Es muy improbable que haya sido epiléptico (...). Los grandes hombres de quienes se dice que fueron epilépticos han sido histéricos. Creo que sobre todo Dostoievsky se habría podido construir sobre la base de su histeria'. Y en esos términos pone manos a la obra.

Parece que en la rica personalidad de Dostoievsky, Freud distinguió cuatro fachadas: el literato, el neurótico, el pensador ético y el pecador. La menos dudosa de todo era, obviamente, la del literato. Y consideró que su sitial no está muy atrás del de Shakespeare (Los Hermanos Karamazov era para Freud la novela más grandiosa que se haya escrito, y creyó jamás se valoraría lo suficiente el episodio del Gran Inquisidor). Lo más atacable es el pensador ético. Freud recuerda que se suele ponderar la ética de Feodor por haber alcanzado las cuotas máximas de pecaminosidad (en este sentido, se lo ve como la versión decimonónica de San Agustín), pero así se ignora que ético es, quien se resiste a la tentación interiormente experimentada, no quien peca y luego se desgarra en proclamaciones éticas a la hora de arrepentirse. De este modo, el ruso no realizó lo que la vida ética es esencialmente, en interés práctico de la humanidad: renunciar. En cambio, al tratar de conciliar sus pulsiones y los reclamos que la comunidad exige a los hombres, acabó por retrógradamente someterse a la autoridad secular y espiritual, en su temor reverencial a los zares y al dios cristiano ortodoxo, combinados con un nacionalismo ruso estrecho (algo que inteligencias inferiores hubiesen alcanzado con menos esfuerzo). Si bien rotular a Dostoievsky como pecador o mero criminal haría el desagrado de más de uno, Freud considera que, esas elecciones literarias signadas por personajes violentos, egoístas, asesinos, indican tales tendencias en su personalidad. A lo que hay que agregar algún elemento fáctico en su vida, como su manía por el juego, y el –acaso- abuso sexual cometido contra una niña inmadura (se ha interpretado la aparición de esto en La Confesión de Stavrogin y La Vida de un Pecador). Ballesteros incluye para ilustrar esto, la cita de Stefan Zweig en ‘Tres Maestros’:
No lo detienen los frenos de la moral burguesa y nadie sabe decir con exactitud cuánto transgredió en su vida las barreras jurídicas, cuánto de los instintos criminales de sus héroes se tradujeron en sus propios actos.
En otras palabras, la pulsión del escritor que hubiese hecho de él un delincuente, se dirigió a sí mismo (hacia adentro, no hacia afuera como exterioriza quien delinque) y se expresó como masoquismo y sentimiento de culpa. Sin seguir este decurso psicoanalítico (que por lo que observo en el subrayado del cuaderno, entonces me interesaba más de lo que hoy me agrada cotejar), debemos introducir obligadamente un dato al que Freud le dedica un interés central: la auto-diagnostico de padecimiento epiléptico (patología que Freud descarta y re-diagnostica como histeria). Feodor padeció -y deploró a- un padre violento y cruel. El parricidio del título del trabajo de Freud, no es más que ese deseo constante en su vida -reprimido en la realidad- de que su padre muera. Según Freud el ruso nunca se libró de esto, y ello determinó que tuviese la relación que tuvo con dos campos donde la relación con el padre es decisiva: la política y la fe (en la una viró reaccionario zarista, en la otra –algo más libre- osciló entre la fe y el ateísmo hasta su muerte). Pero he aquí lo interesante, no sólo para el caso de Dostoievsky: Freud opina que no es casual que las tres obras maestras de la literatura occidental (Edipo, Hamlet, Los Hermanos Karamazov) traten el tema del parricidio, motivado por la rivalidad sexual por la mujer. En Hamlet -a diferencia de Edipo quien concreta el asesinato- esto es indirecto y es otro quien consuma el hecho (y por ello no significa para él, parricidio, claro). Además, Hamlet no venga ese asesinato, y vive lleno de una culpa que lo atormenta: Dad a cada hombre el trato que merece y ¿quién se salvaría de ser azotado? (Hamlet, acto II, escena 2). Entre los Karamazov, también es otro el que concreta el acto, pero es un alguien con la misma relación que Dimitri -el personaje que tiene la rivalidad sexual (significativamente, el autor le da a este alguien la misma enfermedad que él padece). Para resumirlo, Freud cree que la identificación del autor con el asesino es ilimitada y desde ya ha presidido su elección temática. Sólo que trató primero al criminal común –por codicia-, del criminal político y religioso, antes de regresar al final de su vida, al criminal primordial: el parricida.



En el próximo post nos dedicaremos a lo que encontramos acerca del autor y el juego.






 

09/01/2011

Estilo Palinuro

(...)
Alphaville, lo contrario del fragmento de Fernando del Paso.

Hacíamos el amor compulsivamente. Lo hacíamos deliberadamente.

Lo hacíamos espontáneamente. Pero sobre todo, hacíamos el amor diariamente. O en otras palabras, los lunes, los martes y los miércoles, hacíamos el amor invariablemente. Los jueves, los viernes y los sábados, hacíamos el amor igualmente. Por últimos los domingos hacíamos el amor religiosamente.

O bien hacíamos el amor por compatibilidad de caracteres, por favor, por supuesto, por teléfono, de primera intención y en última instancia, por no dejar y por si acaso, como primera medida y como último recurso. Hicimos también el amor por ósmosis y por simbiosis: a eso le llamábamos hacer el amor científicamente. Pero también hicimos el amor yo a ella y ella a mí: es decir, recíprocamente. Y cuando ella se quedaba a la mitad de un orgasmo y yo, con el miembro convertido en un músculo fláccido no podía llenarla, entonces hacíamos el amor lastimosamente.

Lo cual no tiene nada que ver con las veces en que yo me imaginaba que no iba a poder, y no podía, y ella pensaba que no iba a sentir, y no sentía, o bien estábamos tan cansados y tan preocupados que ninguno de los dos alcanzaba el orgasmo. Decíamos, entonces, que habíamos hecho el amor aproximadamente.

O bien Estefanía le daba por recordar las ardilla que el tío Esteban le trajo de Wisconsin y que daban vueltas como locas en sus jaulas olorosas a creolina, y yo por mi parte recordaba la sala de la casa de los abuelos, con sus sillas vienesas y sus macetas de rosasté esperando la eclosión de las cuatro de la tarde, y así era como hacíamos el amor nostálgicamente, viniéndonos mientras nos íbamos tras viejos recuerdos.

Muchas veces hicimos el amor contra natura, a favor de natura, ignorando a natura. O de noche con la luz encendida, mientras los zancudos ejecutaban una danza cenital alrededor del foco. O de día con los ojos cerrados. O con el cuerpo limpio y la conciencia sucia. O viceversa. Contentos, felices, dolientes, amargados. Con remordimientos y sin sentido. Con sueño y con frío. Y cuando estábamos conscientes de lo absurdo de la vida, y de que un día nos olvidaríamos el uno del otro, entonces hacíamos el amor inútilmente.

Para envidia de nuestros amigos y enemigos, hacíamos el amor ilimitadamente, magistralmente, legendariamente. Para honra de nuestros padres, hacíamos el amor moralmente. Para escándalo de la sociedad, hacíamos el amor ilegalmente. Para alegría de los psiquiatras, hacíamos el amor sintomáticamente. Y, sobre todo, hacíamos el amor físicamente. También lo hicimos de pie y cantando, de rodillas y rezando, acostados y soñando. Y sobre todo, y por simple razón de que yo lo quería así y ella también, hacíamos el amor voluntariamente.

(...)

Este fragmento pertenece a la segunda novela de Fernando del Paso editada hacia 1976, por la que recibió el premio Rómulo Gallegos en 1982. Su nombre era Palinuro de México. Y es con este fragmento que inauguro las transcripciones de esos cuadernos, de las que Shakespeer es su medio.

Si mal no recuerdo, estas líneas me llegaron via e-mail hace muchos años. Una decena, casi. Aunque el libro no lo leí, siempre me cautivan las imágenes y la suavidad del autor para explotar los significados (parece ser el hombrecito que mezcla colores cuando su apellido es Van Gogh...)

Casi lo olvidaba (aún cuando cada vez que leo crítica literaria me pregunto por qué siempre la contaminan con tal profusión de pompa), este artículo me pareció interesante: http://notasdelectura.wordpress.com/2010/04/19/palinuro-de-mexico-1976-de-fernando-del-paso/

04/01/2011

La Mandarina a Pedal



¿Naranja o mandarina? Esa es la cuestión.
Tal vez cuando Gasalla y Perciavalle decidieron, en 1972, titular a su espectáculo con una idea que grafique la versión subdesarrollada de la violencia, no supieran que estaban describiendo lo que sería la versión americana del libro de Anthony Burgess -y por ende lo que Kubrick llevaría a la pantalla (y que por esta causa quedaría estambrado en el imaginario de muchas personas que vieron el film, como de quienes no lo vieron también, según esa costumbre [no sólo] norteamericana de horrorizarse y autocensurarse haciéndose eco de debates morales en torno a libros y películas - en lugar de pensar qué tienen esas obras para señalarnos de nosotros mismos).


[Antes de notar esta dicotomía poco difundida (salvo por la acción del propio Burgess, que se pasó desde principios de los '70s a su muerte, en 1993, aclarando el tema), tenemos que hacer una obligatoria mención a la obra de Kubrick -uno de los más grandes fotógrafos norteamericanos del siglo XX, artista irremplazable en la cinematografía mundial. No sabemos (aunque nos encantaría) por qué decidió filmar la versión censurada de la obra. Pensamos, sólo pensamos, que pudo escogerla en la medida que la película debía -como tantas otras- conquistar el enorme mercado norteamericano, en el que sólo se compra lo que se ajusta para bien o mal a sus valores. Claro que esta es la única hipótesis que nos produce cierta calma, dado que la otra, donde Kubrick filma deliberadamente la versión censurada -tal vez siendo presa de la misma sociedad en que nació -a la que Burgess le achacó un magro 0,00000001 de interés por la cuestión real de su libro-, nos entristecería demasiado... acontece que aún esperamos que, algunas pocas personas destacadas y valiosas por sus obras, sean menos norteamericanas que sus paisanos...]


El punto fundamental es cuál de los cítricos se conoce. Sabemos que el éxito mundial -y persistente de manera muy posterior a su estreno, luego de ir superando las diversas censuras alrededor del globo- de la película, como de sus bondades propias -producto de la mano de Kubrick- aumentó enormemente la probabilidad de que la mayoría de las personas conozcan sólo la versión devaluada de la novela. Y más que devaluada, completamente cambiada, dado que se la convierte en fábula. Kubrick y la versión impresa norteamericana (incluída la primera traducción al español en 1976) son fábula. La publicación británica y del resto del mundo son novela: la novela que escribió Burgess, verdadera naranja mecánica.

Todo comenzó en New York, donde la obra había sufrido dos contingencias: la primera, fue la censura de uno de esos personajes que no podrían escribir la lista de compras del supermercado, pero que sin embargo toman decisiones sobre libros pensando en un mercado que aseguran conocer (también se los conoce como editores). Éste era uno de esos típicos, uno de esos que ejercen su trabajo, y además, son norteamericanísimos: de hecho, encontró el famoso 'capítulo 21' blando, demasiado británico, dijo Burgess. Y decidió suprimirlo. Concretamente no le gustó que Alex, el protagonista, llegase a la conclusión que la violencia lo aburría, y que además era la réplica de los estúpidos. Eso era demasiado mole para un editor que veía el signo distintivo norteamericano en no temer a enfrentarse con la realidad... por suerte, Burgess nos recuerda: pronto se verían enfrentados a ella en Vietnam). Dado entonces, que los tiempos demandaban un libro a la Nixon, así se editó (la era Kennedy del progreso moral, estambrada en el obra y su capítulo final, estaba por acabar prontísimo y con disparos) . La segunda contingencia es más común que aquélla: en 1962 el autor necesitaba el dinero. Estas dos cuestiones hacen que la fábula, replicada por la película, sea la que predomine en el imaginario de las personas.

A eso tenemos que sumarle una perenne mala costumbre popular que toma la película como un modo de captar una historia en dos horas, sin la necesidad de esforzarse en leer el libro. Esto no estaría mal si las adaptaciones cinematográficas fuesen, simplemente, la cinematización de un resumen del libro. Pero no es así. Y no está mal que no lo sean: La peli siempre es la obra de otro autor, al que le decimos director, y que pone en imágenes lo que él encontró de valioso en una obra. No tiene por qué filmar los hechos idénticos a cómo los presenta el autor (de hecho, jamás podría hacerlo: todas las lecturas de un libro -incluída la relectura del mismo autor del libro- son una más entre las infinitas inmersiones de cada individuo al momento de sumergirse en un libro... incluyendo aquí las diferentes lecturas que un mismo individuo puede hacer de un libro en diferentes momentos de su vida). La película es siempre otra obra, que se inspira, se basa, es sugerida, por tal o cual libro. Pero siempre es otra obra. Y enhorabuena que lo sea, porque de un libro valioso, tenemos dos piezs de arte (el libro original y la versión cinematográfica -aún cuando alguna de ellas pueda ser 'mala').

Todo esto lo podríamos resumir facilmente en unas pocas preguntas: ¿conoces la versión kennediana o la nixoniana del libro? ¿Leíste una novela o videaste sólo la fábula? ¿Exprimiste la Naranja Mecánica o te comiste de a gajos la Mandarina a Pedal?





Nota: Existen numerosas interpretaciones acerca de qué significa la expresión naranja mecánica. Lo cierto es que el sentido es el mismo que le dio Burgess, uno muy concreto: funciona como un adjetivo que refiere a la rareza pura que aparenta normalidad en la superficie (de allí lo extraño que resultaría encontrar una naranja convencional que por dentro fuese un mecanismo) y su origen es enteramente cockney (es decir, el estilo de inglés hablado en la zona Este de Londres). Esta expresión se vió re-popularizada por la novela de Burgess (aunque su uso es algo anterior a los '60s), y el sentido con que el autor la usó fue mostrar lo raro de encontrar una persona que sólo puede actuar bien o sólo puede actuar mal, sin lugar a la elección entre el bien o el mal, componente inherente al ser humano (esto sucede cuando Alex es condicionado y simplemente no podría actuar mal al no ser capaz de escogelo así o al contrario, y por lo tanto se convierte en una naranja mecánica).




31/12/2010

Sociólogos del Mundo: Aprended!


Totalmente. Él era 'Mr. Difference'


La producción académica de la sociología ha sido, en los últimos tiempos, la de kilómetros de papel con mucho menos contenido que tinta. Tal vez porque, como en otros espacios de las ciencias sociales, esos mismos productos se leen entre sí, y, desde ya, seguirán en el mar de aguas bastas pero tan reales como las utilizadas en una escenografía teatral. Ese no es nuestro problema (es más bien un padecimiento), así que mostremos qué diferente sería si, en vez de leer y desvencijar clásicos por la vida universitaria y luego dedicarse a conversaciones llenas de adjetivos y conceptos venidos a menos por su triste tratamiento, con dos o tres palabras de un cuento corto podrían, sino derivar todo un tratamiento, tal vez ‘entrenar’ el intelecto con imágenes completas, acabadas, de gran contenido y que pintan un telón delante de nuestros ojos con una contundencia digna de imitar – y aún, de emular. Al menos, ser Salieri no es tan malo si uno se obsesiona con Mozart, en cambio, pretender originalidad y no hacer más que repetir cosas que no cambian la vida de nadie, está mucho, mucho más atrás en la escala de importancia. Bueno, lo cierto es que existe algo aún peor: redactar haciéndose eco de la importancia de las palabras de ese titular que nos promociona académicamente y nos conseguirá la próxima renovación de beca, una carta de recomendación en un doctorado o, incluso, la miguita de un lugar en su cátedra, para poder pavonearnos con personas similares a nosotros hace una década... El punto es que los sociólogos (y otras yerbas humanístico-sociales) podrían leer más literatura de lo que hacen. Sí, aún esos, que creen reencarnar un revival de la bohemia de antaño, y no saben que el arte sólo atrevidamente puede ser sometido a categorías y conceptos forzados por su análisis. Si, además, se interesasen por los cuentos –y no sólo por los textos que pueden, decir algo de la sociedad de algún tiempo, como la elección obvia de un naturalista decimonónico- y se diesen cuenta que la sociedad puede rastrearse en una multiplicidad de pasajes, aún en fábulas y novelas poco asociadas a las que ellos estiman procedentes, podrían encontrarse con algo tan sorprendente como ‘El Hombre de la Multitud’ (The Man of the Crowd) del divine Edgar Allan Poe. Además de dar con un tratado sintético de observación de conductas y roles sociales –que podríamos encontrar en muchos grupos actuales, y aún del mismo modo que lo hace el narrador, sentado en un bar londinense-, tal vez, por el sólo hecho de leerlo, tanta intrascendencia escrita podría refinarse y profundizarse un poco (al igual que una persona leída posee más herramientas para expresarse por escrito)… Podrían observar las categorizaciones y los detalles (¡los detalles!) que Poe señala: las marcas de una clase ejercida con dedicación y una status pretendido… claro, también podrían quedarse con la definición más contundente, austera –aunque perspicaz y completa- acerca de estas variedades de personas que frecuentan una avenida. Sólo para traer un ejemplo, Poe nos cuenta de lo inconfundible dentro de la tribu [sic] de los empleados de empresas florecientes: tenían las maneras de quienes se consideraban la perfección del buen gusto (sólo que de doce a dieciocho meses antes!) y por eso, sentencia: usaban la gracia de desecho de la aristocracia, y ésta, pienso, puede ser la mejor definición de los mismos (‘the manner of these persons seemed to me an exact fac-simile of what had been the perfection of bon ton about twelve or eighteen months before. They wore the cast-off graces of the gentry; -- and this, I believe, involves the best definition of the class’ [leerlo])

¿Conocieron mejor imagen para definir una actitud, y a la vez de describirla, también juzgarla, valorarla de un modo que, si los cientistas sociales se permitiesen hacer, las precisiones abundarían mucho más de lo que las buscamos en ese campo que llaman realidad? Comentar las fortalezas de esta idea –como de las otras que nos da Poe- sería subestimar lo que de bueno tiene, desde que habla por sí misma. Si todo está dicho por él ¿para qué comentarlo nosotros? Es tan inútil como esos kilómetros de papel y toneladas de tinta de los que hablábamos más arriba… Y de paso, hacemos más por leer este bello relato (por supuesto, recomendamos también los comentarios de Julio Cortázar acerca de él).

Casi me olvido: Si Poe no les alcanza, pueden probar con otro grande, pero bien diferente de él: Walt Whitman, en su Canto a Mí Mismo.




Recomendamos la versión en español con doble yapa: las ilustraciones preciosas de Gustave Doré y una biografía de Poe muy interesante de Alejandra Villarroel, aquí.